Uno de los requisitos para que un Gobierno pueda llamarse democrático es su respeto por los derechos humanos -antes derechos naturales-, inherentes al ser humano. A un Gobierno que viole repetidamente los derechos humanos no se le puede llamar democrático, aunque haya resultado ganador de unas elecciones. Y cuando su mirada es parcial, tampoco.
Tema delicado en la Argentina, difícil de tratar sin que de un lado u otro se generen reacciones lindantes con la aspereza y teñidas de ideologismo. Que los Derechos Humanos tienen, o deben tener, un lugar de privilegio en la consideración de toda sociedad civilizada, no hay duda alguna. Ahora, sacralizarlos solamente para algunos e ignorar a otros exacerbando una mirada parcial de la historia y negando la visión global, no es la manera de honrarlos.
Mucho se habló de la “sangre derramada”, y es de tener en cuenta que no hay sangres de distinto color; manipular algo tan delicado e incluso llegar a utilizarlo para hacer negocios, se transforma casi en un delito de lesa humanidad. Incluso en nuestra ciudad, afectada duramente en los años de plomo, sabemos que se corrió a muchos que se jugaron la vida y se instaló en el podio a otros que terminaron disfrutando recursos públicos tras el amparo de su discurso humanista. Decir todas estas cosas requiere coraje, que es lo demostrado por Luis Gasullo en su libro “El Negocio de los Derechos Humanos” (Editorial Sudamericana), con quien dialogamos en estos términos.
Noticias & Protagonistas: ¿Hubo muchos que se aprovecharon del tema de los Derechos Humanos?
Luis Gasullo: Sí, y mucho acomodaticio. Alguna vez todos quisieron estudiar derecho para analizar la reforma a las leyes del Estado; otras veces se sumó como una moda la reapertura de los juicios. El tema Derechos Humanos es viejo, anterior a los Kirchner, el juez Baltasar Garzón ya había estado por acá antes de ellos. Hubo mucha gente honesta que peleó sin los recursos del Estado y estuvo perseguida; pero se corrieron cuando llegaron los arribistas, que vieron la posibilidad de hacer negocio a costa del sufrimiento de terceros.
N&P: ¿Cómo fue abordando el tema?
LG: Desde diversos ángulos. El libro aborda lo que fue el escándalo de Sueños Compartidos, de la salida de los Schoklender de Madres, pero no sólo este caso sino otros como el negocio de los DDHH desde la culpa, la utilización clientelar de los pobres a través de adjudicación de viviendas, el uso de la memoria, el show de los museos, la secretaría de DDHH en provincias donde no se respetan los mismos, el monopolio de datos genéticos, los desaparecidos en democracia, los nuevos negocios de las Madres, en fin.
N&P: El tema de la relación Schoklender y Hebe de Bonafini es curioso, casi de psiquiatría.
LG: Sí, hasta para los propios funcionarios. Hubo una necesidad mutua entre ellos. Hebe en un momento se acercó por lo que significaba Sergio en la cárcel, capaz de crear algo entre la mugre, algo potable como fue el centro de estudios, llevar la Universidad; eso fue cuando las Madres no pasaban por su mejor momento, en tiempos de Menem. Hay otro dato: los que conocieron o vieron todo de los hijos desaparecidos de Hebe, podrán apreciar que Schoklender era muy parecido al hijo mayor, y también le recordó ese carácter que ella sintió reflejado en él. Fue una relación simbiótica, un amor grande que terminó en un odio muy grande.
N&P: El de Hebe es un caso emblemático, incluso son muchos los que no se sienten representados por ella, pero igual opacó a todos los demás, aún a los más encumbrados.
LG: Es increíble el respeto, el temor que se le tuvo a Hebe. Mucho las criticaron fuerte, se alejaron de su paraguas protector, pero sin hacer ruido, sin hacerle “el juego a la derecha”, aunque nadie explica qué es la derecha hoy.
Se va quedando sola
Hebe de Bonafini tuvo la rara particularidad de pelearse con casi todo el mundo. Baste como ejemplo el de Zito Lema, quien sentó las bases de la Universidad Popular de las Madres, que se fue danto un portazo en 2003 tras criticar duramente el vínculo que la señora mantenía con Sergio Schoklender. Ni qué decir de Estela de Carlotto, con quien se cruzan seguido en actos de gobierno pero ni siquiera se saludan. Ambas tienen historia y orígenes distintos, unidos por el mismo horror. O Nora Cortiñas, a la que es poco menos que imposible sacarle una palabra sobre Bonafini, entrevistada por Gasullo para su libro. La imagen del pasado sigue pesando en el presente.
El mismo proyecto de la Fundación “Sueños compartidos”, ambicioso en su origen, está quedando vacío de masa crítica: “Hoy quedó poca gente –cuenta nuestro entrevistado-; sigue habiendo despidos. Luego de la salida de Sergio hubo una purga, informantes, búsqueda de relaciones, una caza de brujas que ocurrió tras el escándalo”.
En definitiva, los DDHH hay que defenderlos pero no politizarlos ni manipularlos; no deben quedar en manos de provocadores profesionales, que bajo una manera muy particular de interpretarlos terminen siendo la antítesis de su objetivo: menoscabar el derecho de los demás. Hacer funcionar esta lógica de vuelo bajo derivará en que se deje de tomar en serio a muchos organismos internacionales y a ciertas dependencias gubernamentales que dicen legítimamente defenderlos.