El costo de la irrealidad. | La provincia y Mar del Plata parecen estar sumidas en un manto de irrealidad que compromete seriamente el futuro de ambas. Es tiempo de cambiar y actuar seriamente.
Buenos Aires ha sido desde siempre la locomotora económica, política y cultural de la Argentina y sólo la absurda Ley de Capitalización de la ciudad homónima justifica esa bicefalía centralista que ha servido para deformar poblacionalmente al país y generar una permanente tensión que no sólo ha afectado la institucionalidad sino que también lo ha hecho en lo económico.
Para tocar tan sólo uno de los temas emblemáticos, y que por cierto nos afecta a los marplatenses, digamos que la improvisada política portuaria de nuestro territorio estadual tiene mucho que ver con una centralidad en la materia que desde el Virreynato ejercía el “porteñismo” y que pretendió neutralizarse con desarrollos de cercanía (La Plata, Ensenada, Mar del Plata) que fueron a la postre negativos.
Pero son muchas otras las cosas que deben resolverse y seguramente la inequidad fiscal es la más importante de ellas.
Produciendo cerca del 40% de toda la riqueza del país, y generando la recaudación correspondiente, debe sin embargo sostener a las demás provincias con un porcentaje expoliatorio de su renta y sin que desde la administración central se ordene esfuerzo alguno para optimizar la recaudación de los estados beneficiados.
Y es esa propia administración central, con un criterio unitario que contradice la letra y el espíritu de la Constitución, la que ha mantenido sometida a la provincia en una política de continuidad de aquellos enfrentamientos de los que hablábamos más arriba.
Enfrentamientos que, es bueno recordarlo, hicieron que Buenos Aires sólo jurara la Constitución Nacional de 1853 siete años después de su promulgación, es decir en 1860.
Marketing, color y frivolidad.
Es claro que estas cuestiones de fondo deben ser abordadas, más temprano que tarde, por aquellos dirigentes que entiendan que semejante situación es el origen de la creciente exclusión social que afecta a millones de bonaerenses y de las consecuencias de la misma.
La pobreza endémica, la inseguridad, la falta de trabajo, el hacinamiento en los cordones que rodean a las grandes ciudades, la escasez de una obra pública que sostenga la infraestructura necesaria, una oferta escolar paupérrima y la falta de una oferta de salud cada vez más necesaria son algunas de las herencias dejadas por una realidad de recursos menguantes y población creciente.
Sin embargo en los albores de una campaña electoral que debería centrarse en estas cuestiones, los posibles candidatos se dedican a multiplicar slogans, mostrarse como figuras del espectáculo o suplantar con colores identificatorios lo que deberían ser ideas determinantes.
Muy poco, muy pobre y seguramente una vía a más de lo mismo.
Mientras tanto los problemas se arrastran, generan nuevas dificultades y multiplican la cantidad de víctimas de una sociedad que por este camino no tiene posibilidad alguna de encontrar soluciones.
Pero en la misma medida en que ellos suplantan lo importante con la mera propaganda, el tiempo avanza sin piedad y nada asegura que no vaya a agotarse en algún momento cercano.
Y todos sabemos las consecuencias, en cualquier orden de la vida, de que el tiempo se acabe…
Fin de fiesta
Un informe del Ministerio de Turismo de la Nación informa que durante el último fin de semana largo aproximadamente 800.000 argentinos vacacionaron en los distintos destinos del país.
Sólo un 28% de ellos eligió lugares de la provincia de Buenos Aires y de estos apenas el 60% se inclinaron por localidades marítimas.
Es decir que aproximadamente el 15% del total de viajeros prefirió la frescura del mar a los paisajes serranos, las opciones campestres o el cada vez más demandado sur de nuestro territorio.
Si analizamos los números de los últimos veranos debemos concluir que Mar del Plata es una de las víctimas de esta nueva tendencia –a la que se agrega que aún con cepo y trabas son miles los turistas que viajan al exterior- y ello debería hacer que de una vez por todas nos replanteásemos algunas cosas en las que al menos nos hemos quedado en el tiempo.
En primer lugar aceptar que ya no somos una ciudad turística sino una con turismo, que es algo muy diferente.
La incidencia en el PBI de la actividad sigue siendo importante pero ciertamente declinante. Sólo la caída de las otras actividades que hacen de locomotora del índice –la construcción, la pesca, los servicios y la industria en general- permiten maquillar una realidad que, nos guste o no, ya puede definirse como instalada.
¿Qué deberían hacer las autoridades frente a esto?, ¿desatender el sector turístico?, ¿guiar el grueso de la inversión hacia otro tipo de emprendimientos?.
Lo primero no sería aconsejable, ya que Mar del Plata siempre será una ciudad receptiva del turismo nacional, aunque venga cada vez menos gente y por menos días.
Pero no sería descabellado invertir para potenciar las otras actividades, buscando la consolidación de un polo agro-industrial que se convierta en la gran locomotora del sudeste y en el equilibrio de la balanza productiva de toda la región.
Intentar además ocupar el papel de “gran supermercado” de la costa atlántica, para lo que deberá incentivarse una agresiva política de generación de bienes y servicios que nos permita competir en precio con las grandes cadenas instaladas en el área metropolitana de la ciudad de Buenos Aires que hoy nos han robado esa porción de mercado.
Pero para ello la administración local deberá tener una visión mucho más amplia, abandonar las alianzas estratégicas que desde hace muchos años se mantienen con sectores empresarios que viven tan sólo del turismo y dejar de sostenerlos con el dinero público para apoyarlos, eso sí, pero en el sobreentendido que la inversión y el riesgo –dos elementos que no pueden estar ausentes en la búsqueda del lucro- tienen que correr por cuenta de los privados y no del estado.
Un estado al que la situación social le está explotando en la cara porque las temporadas veraniegas ya no dejan “para vivir todo el año” ni volverán a hacerlos.
Como verá el lector, mucho para pensar, decidir y hacer.
Y una ciudad a la que tendremos que releer en sus objetivos y empujar hacia otros destinos y estrategias.