Miriam Tey: “El feminismo histórico está obsoleto y el hegemónico está desnortado”

Editora y promotora cultural, Tey se faja en las batallas por la igualdad. Ex directora del Instituto de la Mujer con el PP, apela al pensamiento libre y combate con igual optimismo «la deriva victimista y sectaria» del feminismo y la ofensiva nacionalista.

PREGUNTA – La igualdad de derechos fue el objetivo de la lucha feminista. Logrado ese objetivo, al menos en la legislación, las mujeres tienen criterios diferentes sobre cuotas, prostitución, pornografía, gestación subrogada, Ley Trans… ¿Tiene sentido hablar hoy de feminismo?

RESPUESTA – Yo soy inicialmente contraria a los ismos. Soy catalana y no catalanista. Soy española y no españolista. Mujer y no feminista. El ismo te constriñe a analizar cualquier cosa desde un solo prisma. Y yo, además de ser mujer, soy persona y me defino por muchas otras cosas aparte de por mi sexo. Los ismos pueden ser valiosos en algún momento, pero el feminismo histórico, que surgió con todo el sentido y fue muy útil, está obsoleto, y el actual feminismo hegemónico está desnortado.

P.¿Es realmente hegemónico? ¿No es una hegemonía artificial, impuesta desde el poder político?

R. Absolutamente. Es una hegemonía institucional, gubernamental y de organizaciones que viven de eso. Pero la sociedad va por otro lado. Como usted decía, cada mujer tiene su criterio. Intentar uniformarnos no tiene sentido. El epígrafe que nos une es ese, el de mujeres.

P. Fue directora del Instituto de la Mujer en 2003 y 2004. ¿Qué batallas quedan por dar por la igualdad?

R. Mientras siga habiendo pobreza y dificultades de acceso a la educación, hay mucho por hacer por la igualdad de derechos, de mujeres y de hombres. En nuestro país, la Constitución garantiza ya una igualdad que es innecesario reivindicar de otra forma: lo que hay que exigir es que se cumpla la ley. Creo que la única igualdad por la que tenemos que batallar es la de oportunidades. La diversidad nos enriquece. Y por lo que hay que luchar no es por llegar a ser iguales, sino por tener las mismas oportunidades siendo distintos. En España estamos errando la fórmula. Posicionarse en contra de los hombres y andar con batallas simbólicas y sectarias, como el lenguaje inclusivo o los roles, no aporta nada. Los roles son intercambiables, los podemos escoger. El foco del problema está en la economía. La mujer está fuera de las decisiones económicas, en España y en el mundo. Porque aunque haya mujeres poderosas en puestos institucionales, al final el poder económico real lo sustentan los hombres. Es ahí donde, de una forma inteligente, colaborativa, hay que incidir.

P. En ese sentido, ¿las cuotas son válidas?

R. Pueden serlo en algún momento. Pero en muchos casos son incluso contraproducentes, porque se nos minusvalora al colocarnos en una posición «como mujeres». Yo quiero competir con mis aptitudes, no con la ventaja o desventaja de ser hombre o mujer.

P. ¿Qué diferencias hay entre el feminismo hegemónico y el histórico?

R. El feminismo histórico tenía una razón de ser. Efectivamente había desigualdad real ante la ley. Pero hoy la desigualdad es a la inversa. Hay juzgados y castigos diferentes en casos de malos tratos, crímenes y abusos en función de si los comete un hombre o una mujer, algo que me parece contrario a la Constitución. Antes se luchaba contra la desigualdad, y hoy se utiliza la desigualdad de forma victimista, y eso es perjudicial para las mujeres.

P. ¿Cómo puede permear, en las jóvenes españolas del siglo XXI, esa idea de la mujer como una víctima a la que hay que proteger del hombre?

R. Esa idea se vuelve dominante porque es lo cómodo: contradecirla supone que seas acusado de machista, de facha y de retrógrado. Argumentar frente al sectarismo es difícil. Y, ante el peligro de que te pongan en un grupo en el que no quieres estar, cedes a una retórica que no es la tuya. Por otro lado, hay gente que realmente se ha creído este cuento de que el hombre es un enemigo. Y no es así. El hombre ha sido amigo y protector de la mujer en muchas ocasiones. Pero esa acusación se ha convertido en un tabú y los hombres no tienen la capacidad de reaccionar. La mujer se ha colocado en un pedestal intocable. Y mientras nos engañemos y no hagamos una revisión crítica de nuestro papel, no obtendremos lo que queremos.

P. De hecho, se generalizan falacias como que la mujer nunca miente, que no existen las denuncias falsas, que las madres secuestradoras son heroínas… En 2006, Manuela Carmena, Empar Pineda y decenas de feministas históricas criticaron en una carta el «feminismo revanchista» y la propia Ley de Violencia de Género, por su actitud tuteladora hacia la mujer y por el punitivismo hacia el hombre. Luego algunas se subieron al carro, como también ha hecho la derecha.

R. Hay mucho miedo a que te asocien con enemigos ideológicos o políticos, y mucha gente prefiere ser más fiel a su grupo que a sus propias ideas para evitar ser etiquetada o marginada. Es agotador. Suerte que existen las redes sociales, porque aunque hay muchos disparates, también hay un margen de libertad para desmarcarse del argumentario institucional.

P. El caso Errejón concentra todas las incongruencias de este nuevo feminismo: victimismo, puritanismo, hipocresía política… ¿Cuáles son sus impresiones?

R. Yo nunca habría pensado que podría estar defendiendo a Íñigo Errejón, porque sus posiciones políticas están muy lejos de las mías. O sea, yo soy liberal y Errejón no. Y sin embargo, en este caso concreto, me parece que algunas de las denuncias a las que se enfrenta son un auténtico disparate. La narrativa del caso que se instruye es insostenible.

P. Al juez instructor se le ha criticado por la dureza de las preguntas a la denunciante, Elisa Mouliaá.

R. Al juez le he oído algunas frases que eran realmente inquisitivas con respecto a la presunta víctima. Y la obligación de un juez es esa. La víctima no es víctima y el acusado no es culpable hasta que no se demuestra. Y creo que está haciendo su trabajo.

P. Hay dos frases de Errejón muy significativas y que vienen a desmontar el discurso del feminismo oficial, que él apoyó ardorosamente. Reconoce que el principio de «hermana yo sí te creo» es incompatible con la presunción de inocencia y, respecto a las porosas fronteras del «sólo sí es sí», que «nadie en privado habla con consignas».

R. Desde luego. La vida es más compleja, rica, variada e imaginativa, y más en el mundo de las relaciones amorosas, afectivas y sexuales. La política no puede meterse en la intimidad de los ciudadanos.

P. Con Podemos en el Ministerio de Igualdad se llegó a promover la masturbación frente al «coito heteropatriarcal».

R. Es alucinante. Ni en un colegio de monjas, y yo iba o uno, había tal grado de intromisión. Mientras no estés cometiendo un delito, puedes tener el pacto que quieras. La vida erótica de las personas no se puede circunscribir a cuatro leyes que pongan cuatro pacatos, que además deben de tener una vida triste. Yo no soy creyente, pero todos tenemos un ángel y un demonio dentro. Y hemos de reconocer nuestras luces y nuestras sombras para poder crecer como personas. Pero si nos negamos los demonios como si fuéramos santos, u hologramas, no llegaremos nunca a establecer relaciones reales con los demás.

P. La ruptura entre los feminismos ha venido con la agenda trans y la negación del sexo biológico. ¿Cómo asiste a este debate?

R. Reconocer que todo el mundo tiene derecho a sentir lo que quiera, sin que se les excluya socialmente o se les demonice, es un paso importante. Lo que no se puede es abolir la realidad. Los dos sexos existen. Otra cosa es que haya gente que no encaje en ellos o encaje más en uno que en otro o en los dos y quiera modificar su cuerpo en función de ello. Me parece bien que se les apoye institucionalmente. Pero lo que tú sientes no te da derechos. Me siento joven, trátame como joven. O me siento vieja, dame la pensión. Tenemos derecho a sentir lo que queramos, pero los sentimientos no generan derechos.

P. Una de las primeras medidas de Trump ha sido decretar que la Administración solo va a reconocer oficialmente dos sexos, va a combatir la ideología de género y la participación de deportistas transexuales en competiciones femeninas. No sé si son medidas fascistas, pero las suscribirían muchas feministas.

R. Las formas de Trump son monstruosas, gamberras, maleducadas e ineducadas, incluso. Pero muchas de sus sentencias son, efectivamente, de sentido común. Tú puedes sentirte hombre o mujer, o cualquier otra cosa, pero habrá que fijar límites para respetar los derechos de todos, y que no haya abusos, ni desigualdad en las competiciones deportivas. Lo que ha hecho es señalar que el rey está desnudo. Otra cosa es cómo vaya a manejar él esa realidad. Veremos.

P. Al poco de asumir la dirección del Instituto de la Mujer, usted fue víctima de una caza de brujas por haber editado la novela Todas putas, de Hernán Migoya. ¿Cómo vivió aquella cancelación avant la lettre y qué cree que hubiera pasado hoy? ¿Hubiera estado más arropada?

R. Tal vez la campaña habría sido más virulenta, pero, por otro lado, habría tenido más apoyo. Porque los titulares eran tan contundentes que la gente quedó en fuera de juego en ese momento. ¡Me acusaron de hacer apología de las violaciones a partir de una ficción transgresora! Entonces, claro, una directora del Instituto de la Mujer que hace apología de la violación realmente es aberrante, ¿no? Cuesta creerlo, pero muchas veces nos tragamos sin más lo que leemos en los periódicos. La reacción moralista y censora vino promovida por la izquierda, pero se amplió a todo el mundo.

P. Después del MeToo y la eclosión woke, está habiendo una reacción de rechazo a esa moralina reaccionaria.

R. Porque es fariseísmo, porque anteponen las fórmulas y los eslóganes a la realidad. Y la realidad siempre es más compleja, sea buena o sea mala. Es a lo que te enfrentas y de lo que puedes sacar algo positivo. La ficción, que se quede en las bibliotecas.

P. Otro de sus campos de activismo por la igualdad ha sido Cataluña. Antes de las autonómicas de 2024 firmó un manifiesto crítico con el PSC por no defender los valores constitucionales. ¿Qué balance hace de la gestión de Salvador Illa?

R. El que ya preveía, la verdad. Salvador Illa era uno de los pocos del PSC que cuestionaba el acercamiento al independentismo. Pero como presidente de la Generalitat ha asumido como propias todas sus líneas estructurales.

P. El nivel de tensión se ha reducido en Cataluña, vuelve el Banco Sabadell…

R. Te dicen que ahora no hay problemas, pero lo que pasa es que los independentistas han ganado. Ahora no hay gente en la calle, ni queman contenedores, porque están en el Gobierno, en las instituciones, en los organismos privados y públicos. O sea, se han hecho con todo. La derrota es para los constitucionalistas.

P. Usted apoyó el nacimiento de Ciudadanos. ¿Qué ha supuesto su desaparición?

R. Una decepción enorme, que además se ha convertido en un gran impedimento para que vuelva a surgir una corriente similar. Hubo un momento de implicación brutal de la sociedad civil en Cataluña gracias a la ilusión que despertó Ciudadanos. Y no se supo aprovechar en ningún sentido y nos dejaron abandonados. No doy por perdida la batalla, pero va a costar muchísimo volver a ilusionar a gente que se involucró y que ha visto cómo se ha ido al traste lo que ellos creían que era sensato y posible.

P. ¿Al final son las cesiones la única forma de neutralizar al independentismo?

R. Todo lo contrario. ¿Serían las cesiones lo único posible para neutralizar al machismo? El independentismo es una opción política. Lo que es moralmente imperdonable es el nacionalismo, que es xenófobo y excluyente. No se puede pactar con él. Revertir la situación actual va a ser difícil, pero soy optimista, y creo que se impondrán los valores de nuestra democracia, la unidad y la solidaridad, no solo porque son buenos, sino porque son los más efectivos, los que nos permiten vivir mejor a todos.

P. Se acaba de inaugurar el año de Franco. Primero fue el muro y, ahora, el guerracivilismo. Varios intelectuales, entre ellos usted, alertaron de esta deriva antes de las elecciones de 2023. ¿Se están cumpliendo sus peores pronósticos?

R. Totalmente. Este Gobierno sin Franco parece que no puede vivir. Y está emulando el franquismo en muchos aspectos. Pero también pasará. Esta construcción que ha creado Sánchez es tan ficticia que se caerá como un castillo de naipes cuando él pierda el poder. Hay mucha gente dentro del PSOE y del Gobierno que piensa lo mismo que los socialistas que se han ido, pero que no se van porque no se atreven, porque es su medio de vida, por fidelidades afectivas, por muchas razones. Lo que se tiene que ir no es el PSOE, es el sanchismo. Y cuando se vaya Sánchez se irá el sanchismo, y creo que el PSOE revivirá.