El barrio se ha convertido en un foco caliente donde durante décadas fue creciendo el radicalismo.
Tres días antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, el comandante afgano Ahmed Massoud, el gran enemigo de Bin Laden y los talibanes, moría asesinado en el norte de Afganistán, por dos suicidas que se hicieron pasar por periodistas.
Sus asesinos fueron dos tunecinos residentes en Molenbeek, un distrito de Bruselas (Bélgica), que escondían una bomba en su cámara.
El 11 de marzo de 2004 murieron más de 200 personas en los atentados contra cuatro trenes de cercanías en Madrid. Uno de los organizadores fue detenido en Molenbeek, días después.
El barrio también apareció relacionado en la investigación de los cuatro atentados del 7 de julio de 2005 que paralizaron el sistema de transporte público de Londres.
En Molenbeek se escondió el terrorista que dejó tres muertos a tiros en el Museo Judío de Bruselas en mayo de 2014, y allí también vivió la persona que atacó en agosto pasado el tren de alta velocidad que une Ámsterdam con París, tras subirse en la estación de Bruselas.
De allá también salieron varias de las armas usadas en los atentados de París de enero pasado al periódico satírico Charlie Hebdo, y ahí mismo vivían varios de los terroristas que atacaron París el viernes pasado, según investigaciones de las autoridades. (Lea también: Franceses y belgas, la legión extranjera del Estado Islámico)
En ese distrito belga vivió y creció Abdelhamid Abaaoud, el supuesto organizador de estos ataques y de quien, tras un intenso operativo policial en el distrito parisino de Saint-Denis, se desconoce si se mantiene aún con vida o no. Su nombre ya apareció en la investigación de los atentados de Charlie.
Los servicios secretos belga y francés creen que todas las armas y explosivos utilizados en los más recientes atentados tuvieron relación con el barrio. De los casi 500 jóvenes belgas que han ido a Siria o Irak a unirse a los yihadistas, unos 150 son de Bruselas, más de 50 de Molenbeek, que apenas tiene 95.000 habitantes en una ciudad de 1,2 millones.
El barrio es pobre en comparación con la renta del resto de la ciudad, pero ni está en el extrarradio aislado como otros barrios similares en París ni está degradado o sucio.
El desempleo alcanza al 30 por ciento de los residentes –en algunas zonas supera el 60 por ciento– y la población inmigrante, mayoritariamente magrebí (que viene del Magreb, es decir, del poniente, la parte más occidental del mundo árabe, que corresponde al norte de África), tiene una fuerte presencia, por encima del 25 por ciento en general y del 50 por ciento en algunas calles. No es una excepción en una ciudad donde el 62 por ciento de la población residente nació fuera del país.
Los jóvenes del barrio –con una tasa de educación universitaria muy baja y un fracaso escolar en las primeras etapas de la educación superior, a diferencia del resto de la ciudad– tienen problemas para encontrar empleo.
Existe discriminación, pero también falta de preparación. Es raro encontrar alguno que hable inglés o flamenco, y en Bruselas es muy difícil encontrar un empleo hablando solo francés. Muchos, hijos o nietos de inmigrantes, no se sienten belgas, pero en los países de origen de sus padres o abuelos los ven como extranjeros.
Molenbeek, conocido en los años 50 y 60 como el ‘pequeño Manchester’ porque era una de las zonas más industrializadas de la ciudad, es desde hace décadas uno de los escondites preferidos de los yihadistas europeos, por las facilidades que encuentran para pasar inadvertidos y por la fuerza de las redes de tráfico de armas, autos robados o explosivos.
El barrio se ha convertido en el foco caliente del yihadismo europeo porque durante décadas fue creciendo un radicalismo que se escondía en mezquitas ilegales –hay 18, pero el gobierno solo reconoce cuatro– sin que el Estado pusiera los medios necesarios para frenarlo. En la prensa belga y francesa se habla de “nido de yihadistas” o de “Molenbekistán”.
Ayer se reunieron miles de personas en la plaza central. Los niños ponían velas en el suelo en homenaje a los fallecidos en París y se mantuvo un conmovedor minuto de silencio. Al fondo de la plaza, en el balcón de su casa, la familia Abdeslam también puso unas velas. Uno de sus hijos, Brahim, participó en los atentados y se suicidó. El otro, Salah, se dio a la fuga.