En una entrevista brindada a La Vanguardia, David Bueno, profesor del Departamento de Genética de la UB y uno de los autores del libro “Som una espècie violenta?”, asegura que los genes condicionan la agresividad humana.
El libro “Som una espècie violenta?” aporta datos gracias a los últimos avances en neurociencia, genética y psiquiatría y está escrito desde el punto de vista de la biología y la psicopatología. La obra fue desarrollada por seis autores que forman parte del grupo de opinión interdisciplinario en neurociencias “Cervell dels Sis”: Xaro Sánchez, doctora en medicina y cirugía y especialista en psiquiatría, Diego Redolar, profesor de psicología de la UOC, Enric Bufill, neurólogo del Departamento de Neurología del Consorcio Hospitalario de Vic, Francesc Colom, responsable del Área de Psicoeducación y Tratamientos Psicológicos del Hospital Clínic de Barcelona, Eduard Vieta, jefe de servicios de Psiquiatría y Psicología del Hospital Clínic, y David Bueno, profesor e investigador del Departamento de Genética de la UB, quien fue entrevistado por La Vanguardia.
-¿Cuál es la visión de la genética sobre la violencia?
-La violencia se había tratado hasta ahora como una cuestión básicamente social y cultural, desde el punto de vista sociológico y educativo. Los avances en genética de estos últimos años han permitido saber que hay genes que ya condicionan el grado de agresividad de cada persona. No todos somos de inicio igualmente agresivos, pero no significa que la cultura no juegue ningún papel, que es importantísimo. La biología y la psicopatología tienen cosas a decir en cualquier tipo de violencia, entendida como una agresividad fuera de contexto.
-¿Cómo actúa el cerebro exactamente?
– Una zona del cerebro, llamada amígdala, se encarga de detectar los posibles peligros y de responder de forma preconsciente, y la agresividad es una de las respuestas más rápidas. En una sociedad en la que no se ha educado para disminuir su nivel de agresividad y vive en cierto estrés, que inhibe los procesos de reflexión, es muy fácil que se den comportamientos agresivos ante situaciones que no son peligrosas en absoluto. El cerebro en aquel momento, por su circunstancia puntual o por una patología, interpreta un peligro cuando muchas veces no lo hay.
– ¿Hay mecanismos para que el cerebro controle esta violencia?
– La educación es la clave para disminuir estos niveles. Es más efectiva antes de los tres años. Hay estudios con gemelos, con los mismos genes, uno educado en un ambiente agresivo y el otro en un ambiente tolerante, y la respuesta es totalmente distinta cuando son adultos.
-¿Hay personas más predispuestas a ser violentas que otras genéticamente?
– Sí. Cada persona nace con un conjunto de genes que nos favorecen a ser más o menos agresivos. No intentamos en el libro criminalizar la agresividad, que forma parte de nuestra especie y es necesaria. Sin agresividad no sobreviviríamos ni como especie ni como individuos. Es la que nos permite responder rápido cuando tenemos un peligro delante. La educación refina esta respuesta para que se produzca solo si hay un peligro real.
– ¿Las personas con algún tipo de patología tienden a ser más violentas?
– Hay una relación, pero no es tan directa. El hecho de tener una patología mental no te hace más propenso a ser violento, pero se ha detectado que dentro de los grupos de gente violenta hay muchas más personas con algún tipo de patología mental. Por ejemplo, el número de agresores domésticos con una patología mental, uno de los grupos más estudiados, es mucho más alto que la media.
– ¿Los hombres son más violentos que las mujeres?
– El 90% de los actos violentos los comenten los hombres y se debe también a la misma constitución física de las personas. Los hombres tienen más testosterona, se dice que es la hormona masculina, pero las mujeres también la tienen, aunque generalmente con menos cantidad. Es una hormona implicada no solo en los aspectos de las diferencias sexuales sino también en aspectos como el liderazgo o la competitividad.
– En la segunda parte del libro también dedican un capítulo al cerebro y el terrorismo. ¿Qué dice la ciencia al respecto?
– Algo que en un principio no imaginas. Uno piensa que los terroristas que matan o se autoinmolan tienen algún tipo de trastorno mental y no. Los que acaban cometiendo actos terroristas suelen ser personas especialmente crédulas y saben empatizar fácilmente con las necesidades del líder de su grupo, que es el que no va nunca delante y el que acostumbra a tener patologías mentales.
-¿Cualquiera puede convertirse en un terrorista?
-No. Hay determinados carácteres que se pueden convertir en terroristas con mucha más facilidad que otros. Acostumbran a ser personas crédulas, con una gran empatía y afición al riesgo. Otra de las características de comportamiento más generales es que suelen ser personas jóvenes y con más testosterona, cuyo nivel baja con la edad. Por eso, muchos terroristas son jóvenes, como más agresivos y con más sentido territorial, ya que la testosterona también da sentido territorial.
– ¿Comparten este patrón también aquellos que han cometido masacres como las de Bowling for Columbine o el atentado de la maratón de Boston?
– Es lo que se conoce como los ‘lobos solitarios’, actúan solos. En este caso, sí que acostumbran a ser personas con algún tipo de trastorno mental. Es muy importante detectar las personas con potencial de ser violentas, sin estigmatizar la gente con un trastorno mental.
– Por otro lado, establecen una relación entre líderes políticos y psicopatología. ¿A qué conclusiones han llegado?
– Hay una relación muy importante entre líderes y psicopatología, muchos tiene algún problema a nivel de psiquiatría.
-Por ejemplo.
– En el libro hacemos referencia a la conferencia de Yalta donde se firmó el acuerdo entre los principales líderes aliados de la Segunda Guerra Mundial con Franklin D. Roosevelt, Joseph Stalin y Winston Churchill. Los tres tenían psicopatologías claras y conocidas: Stalin sufría algún tipo de trastorno que cursaba con paranoia, probablemente un trastorno delirante crónico, Roosevelt tenía un trastorno bipolar con fases de gran euforia y de depresión, y Churchill algo parecido agravado por su consumo de grandes cantidades de whisky. Un estudio detecta que la mitad de los presidentes de Estados Unidos entre 1776 y 1974 sufría algún tipo de psicopatología.
-También ponen ejemplos de dictadores como Adolf Hitler o Benito Mussolini.
– En todos los dictadores estudiados se ha encontrado algún tipo de psicopatología. No diagnosticada en su época porque no había entonces ni las herramientas ni los conocimientos actuales.
– Por otro lado, incluyen en el libro algunas estrategias para prevenir los actos violentos, ¿cuáles destacaría?
– La mejor manera de disminuir la violencia es a través de la educación, que puede atemperar nuestro carácter agresivo. Por otro lado, dificultar el acceso a las armas e intentar que disminuya el sentimiento territorial y grupal tan fuerte que tenemos por una concepción más humanista de la sociedad. Es decir, no ver a los que son de otro grupo como no humanos.
– Cree que ahora somos más violentos que antes, ¿o no?
– Creo que vivimos en un mundo menos violento que antes. Lo que sucede es que los actos de violencia los conocemos a través de los medios de comunicación de forma inmediata y nos impactan más. De hecho, un estudio señala que el número de asesinatos ha disminuido un 10% entre los siglos XVII y XVIII y ahora. No en valor absoluto ya que hay muchas más personas actualmente que en el siglo XVII.
-¿Qué explicaría este descenso?
– Uno de los motivos es que hemos delegado parte de nuestra agresividad a cuerpos específicos, como puede ser la policía, los agentes de seguridad o los ejércitos. Cuando antes un vecino no llegaba a un acuerdo con otro era muy fácil que acabaran con conductas agresivas o violentas.