Nueve de las 17 muertes registradas en casi dos años no se produjeron por enfrentamientos entre barras locales y visitantes: fueron internas y en dos casos, ni siquiera hubo partido de por medio.
La muerte de otro hincha en el escenario que configura un partido de fútbol oficial sin público visitante evidencia que, aunque suene a verdad de perogrullo, la prohibición no resuelve los inconvenientes de violencia ligados al negocio de la pelota. Mientras se pregona el proyecto AFA Plus como la solución final, su puesta en práctica es tan improbable como que los directivos de los clubes asuman su responsabilidad en la gestación, conservación o mantenimiento de barras bravas.
En los últimos 22 meses, desde la primera muerte del año pasado, más de la mitad de las personas que perdieron la vida en un estadio de fútbol o sus inmediaciones, no fueron víctimas de un enfrentamiento –en primera persona o como tercero damnificado- entre barras bravas de distintos clubes. El periodo tomado no es caprichoso: ni siquiera la tragedia que decretó el final del público visitante de las canchas fue por un enfrenamiento entre dos grupos identificados por distintos colores: antes y después de la medida, se registraban muertes por internas.
El 24 de enero de 2013, Nicolás Pacheco de 32 años fue asesinado en la sede de Racing de Villa del Parque, en un hecho que todavía no está esclarecido. Un caso similar se vivió en Vélez, tres meses después cuando Diego Bogado fue encontrado sin vida en las instalaciones del club. Ese mismo mes, Julio Biscay fue asesinado de un disparo en un enfrentamiento a tiros entre dos facciones de la barra de Gimnasia y Esgrima La Plata, previo a un partido contra Nueva Chicago.
Ese mismo verano, Alejandro Martín Velázquez de la barra de Tigre fue asesinado por un integrante de otra facción que le disputaba el poder, antes de un River – Tigre. En junio del año pasado, por una bala de goma disparada de manera irresponsable por un policía abocado al operativo de seguridad, fue asesinado Javier Jérez en la tribuna destinada al público de Lanús en el estadio único ante Estudiantes y fue la última vez que el público asistió a una cancha que no sea la de su club.
Con el perro muerto (los visitantes) no se acabó la rabia (la violencia), porque un mes después Marcelo Carnivale y Angel Díaz murieron al enfrentarse con otra facción de la barra brava de Boca, antes de un amistoso con San Lorenzo. La última víctima del año que pasó fue Lorena Morini, quien quedó en medio de un tiroteo entre hinchas de Independiente y por un allanamiento posterior en el que encontraron un arsenal en una casa de uno de los barras, suspendieron el partido de fútbol que días después debía jugar el Rojo ante Unión.
Este año, una nueva interna entre las incontrolables barras de Chicago, terminó con la vida de un integrante de la denominada facción de “Las Antenas”, ultimado por otro de la de “Los Perales”. Igual que la muerte de hoy, nada tenía que ver con el partido en cuestión y mucho menos con problemas relacionados a una barra del club del contrincante.
El resto de las 17 muertes que completan la triste nómina de los casi últimos dos años, no está necesariamente probado que sea resultado de internas y son pocas las que, con certeza responden a enfrentamientos entre grupos antagónicos hinchas de distintos clubes.