Hoy por la madrugada falleció a los 76 años. Era obrero gráfico, y en 1979 fue secuestrado junto a su esposa y su hija mayor por un grupo de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada. Por sus conocimientos de fotografía, después de torturarlo fue utilizado como mano de obra esclava. Así tomó imágenes que los represores usaban para sus documentos falsos. En 1984 presentó todas las pruebas ante la justicia, claves para identificarlos.
“Yo les sacaba las fotos, me pedían cuatro y hacía cinco, y alguna vez me animé a sacarlas de la ESMA. Las primeras me las llevé en mis genitales y eso por suerte no me revisaron, y después como todo se fue flexibilizando al final la sacaba en las medias. Eran fotos que nos habían tomado a nosotros para los legajos internos. En un descuido de ellos, metí la mano en una bolsa de negativos y los pude recuperar. Yo tuve la desgracia y la suerte para la memoria de llevarme de la ESMA las últimas fotos de compañeros después de una tortura. Para mí las imágenes son una búsqueda de la verdad, que políticamente se traduce en la exigencia de que digan dónde están y qué hicieron con los compañeros y quiénes son los responsables y ejecutores de las desapariciones”, relató alguna vez Víctor Melchor Basterra, el hombre que murió hoy a los 76 años, y cuya labor de hormiga –en la que arriesgaba siempre la vida– de sacar fotografías de detenidos desaparecidos y represores de las catacumbas de la Escuela de Mecánica de la Armada, donde él también estaba secuestrado. Las salidas transitorias que le permitían fueron vitales para la identificación de víctimas y victimarios.
Basterra tenía 35 años, era obrero gráfico y militaba en el Peronismo de Base, cuando el 10 de agosto de 1979 fue secuestrado junto a su mujer, Dora Laura Seoane, y su hija María Eva, de apenas dos meses, por un grupo de tareas de la ESMA que irrumpió en su casa de la localidad bonaerense de Valentín Alsina.
En la Escuela de Mecánica de la Armada fue torturado durante días y sobrevivió de milagro: tuvo dos paros cardíacos mientras le aplicaban la picana eléctrica.
Por sus conocimientos de gráfica y fotografía, a principios de 1980 los marinos empezaron a utilizarlo como mano de obra esclava en el sector de documentación de la ESMA, donde se fotografiaba a los secuestrados, pero también a los integrantes de los grupos de tareas para proveerlos de documentos falsos destinados a su cobertura o bien para la firma de escrituras de las propiedades que les robaban a sus víctimas.
Estaba –como todos los secuestrados– bajo estricta vigilancia. Sin embargo, pasados unos meses, comenzó a producir copias de más de esas fotografías y a esconderlas. Se había dado cuenta de que los marinos nunca revisaban las cajas donde se guardaba el material fotosensible y allí las ocultó, con la idea de poder sacarlas de la ESMA si se presentaba la oportunidad.
Esa oportunidad se le presentó cuando comenzaron a concederle salidas transitorias para visitar a su familia (su mujer y su hija ya habían sido liberadas). Lo hizo durante meses, hasta que resolvieron dejarlo en libertad.
“Te vas, pero no te hagas el pelotudo, porque los gobiernos pasan pero la comunidad informativa siempre queda”, le dijeron el 3 de diciembre de 1983, apenas una semana antes de la asunción de Raúl Alfonsín, cuando lo liberaron. Se trataba de una libertad vigilada, que incluía la visita de marinos a su casa para controlarlo.
Esas visitas no sólo eran una amenaza para él, sino que despertaba inquietud en sus hijas (la segunda, Soledad, nació mientras estaba secuestrado). “Hasta incluso conocieron a algunos de los represores. Había uno, oficial de la Prefectura que me iba a hacer controles, al que le decían tío Luis, pero no porque tuvieran acercamiento, sino para decir: ‘¿qué hace este tipo acá?’”, recordaría años después en una entrevista pública en la Universidad Nacional de La Plata.
Frente a los controles y las amenazas, Basterra siempre tenía presente la frase de otro secuestrado en la ESMA, el Gordo Ardeti, a la que consideraba un mandato que debía cumplir:
-Negro, si zafás de esta, que no se la lleven de arriba –le había dicho a fines de 1980.
Víctor Basterra –”El Petiso”, como le decían sus compañeros- no demoró en cumplirlo. En mayo de 1984 presentó las fotos de sus compañeros y de los represores ante la Comisión Nacional de Desaparición de Personas (CONADEP) y en julio de ese año, acompañado por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), entregó una carpeta con su testimonio y las fotografías a la Justicia. También difundió públicamente el material, que hoy es conocido con el nombre de “Informe Basterra”.
Toda esa documentación permitió conocer por primera vez las caras de muchos de los represores de la ESMA, y su testimonio –detallado y preciso– permitió reconstruir, también por primera vez, el funcionamiento uno de los dos Centros Clandestinos de Detención y Tortura más grandes de la Argentina durante la última dictadura.
Un año más tarde, durante el Juicio a las Juntas, repitió su testimonio y puso a disposición del tribunal toda la documentación que había sacado de la ESMA.
Con la reactivación de los juicios por los delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura luego de la derogación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, Basterra volvió a declarar en los juicios relacionados con la ESMA.
En una de las últimas entrevistas que le hicieron, cuando en una pregunta se refirieron a sus padecimientos y a la valentía que había demostrado, respondió:
-Yo recurro al humor, permanentemente, al humor negro muchas veces, para desacralizar las cosas, quitarle el barniz de… no sé de un valor, “¡Ah qué valor!”. No, eso me hincha las pelotas, esto es una lucha, y todos estamos inmersos en esto.