La reescritura de la historia se ve en demasiados ejemplos, como el odio que se ha alimentado contra Occidente. El adoctrinamiento en la escuela ha sido fundamental para manipular los hechos.
La historia, dicen, la escriben los ganadores. Y quizás quienes la reescriben sean los dictadores. Al menos eso quiso explicar George Orwell en su novela 1984, donde imaginó un futuro en el que estados gigantes manipulaban a sus ciudadanos modificando los libros de historia para, así, justificar prácticas totalitarias. Quizás por eso dicha obra esté prohibida en países como Tailandia, donde el poder absoluto recae en una Junta militar que se hizo con el país en un golpe de Estado. Pero para otros es en China donde las ideas orwellianas se han convertido en casi una realidad. Por algo Pekín es la ciudad del mundo con más videovigilancia.
La reescritura de la historia en China, alertan muchos sinólogos, se puede ver en demasiados ejemplos. Desde la justificación para hechos cotidianos como que muchos ciudadanos escupan o hablen a gritos hasta al odio que se ha alimentado contra Occidente. Y para ello el adoctrinamiento en la escuela ha sido fundamental para manipular los hechos. En 1965, el cineasta y reportero Jens Bjerre -uno de los primeros en poder grabar en el país durante aquella época- elogiaba el modelo de educación chino al decir que el país pasó de una escolarización del 10% al 90% gracias a Mao Zedong, y coqueteaba con la idea de que el comunismo daba sus frutos.
El director no le dio importancia, eso sí, a que en las escuelas se encumbraba a los líderes de la revolución y se presentaba la historia de una forma muy distinta a la descrita en los libros. Diciendo que Mao era un sucesor de Confucio y creando un aura de nacionalismo oprimido frente a un enemigo señalable: el mundo occidental.
Dicha educación fomentada en valores nacionales fue la base de la manipulación histórica, pero hoy en día las noticias falsas son el otro gran canal de manipulación. Se estima que el Gobierno chino fabrica unos 488 millones de publicaciones irreales en redes sociales al año, y que paga medio dólar por cada una de ellas a un ejército de guerreros del teclado. Un modelo tan exitoso que, según muchos, ha hecho que otros estados lo emulen. Con sucesos como el Brexit, la victoria de Donald Trump en Estados Unidos o el auge del proceso independentista de Cataluña.
Confucianismo de izquierdas
En China existe una idea generalizada de que todo lo que proceda de las enseñanzas de Confucio puede ser considerado cultura china. Y que puede justificarlo casi todo. Y si bien el Partido Comunista Chino era contrario a las ideas del filósofo, acabó aceptándolo en su favor.
De esta manera, se justifican comportamientos de dudosa educación por parte de la ciudadanía diciendo que es parte de la cultura china. La comunidad internacional de sinólogos, en cambio, explica que dichas prácticas -como escupir o no respetar las colas- es cultura de China, del país que confeccionó el Partido Comunista.
El teórico afín al régimen chino y profesor en la Universidad de Tsinghua, Daniel A. Bell, afirma que el país liderado por Xi Jinping afirma practicar un “confucianismo de izquierdas”. Y manifiesta que Confucio era un precursor de Mao.
En nombre de Confucio, el teórico de origen canadiense y el Partido Comunista justifican las hambrunas producidas por la Revolución Cultural o la matanza de Tiananmén, además de la nula libertad de expresión de China. ¿El motivo? Según ellos, porque dichas acciones fueron la clave del progreso del país.
Con el Confucianismo -lo que se suele llamar “la excepcionalidad china”- se justifican también muchos comportamientos supuestamente culturales. Por ejemplo, que se beba agua caliente en verano y en invierno -la superstición es que hervir el agua la vuelve más pura- cuando Confucio dijo que “en verano se bebe agua fría”. El filósofo también dijo que escupir o eructar eran actos a no realizar en público. En cambio, los Institutos Confucio -controlados por el Partido- dicen que esas acciones son parte de la cultura china. ¿Por qué? Según los sinólogos, para obviar que estos comportamientos son consecuencia de la Revolución Cultural, en la que se mandó a las zonas rurales a toda la gente de las ciudades, quedando las urbes pobladas únicamente por campesinos.
El teórico Bell incluso ve los karaokes para empresarios ricos como algo confuciano. Aunque allí lo que se ofrezca sea un modelo de prostitución con gran desprotección para unas mujeres que, en demasiados casos, son menores de edad.
Libros modificados, censurados o prohibidos
La mayor cruzada histórica del Partido Comunista Chino es la de hacer que el mundo -o al menos su gente- se olvide de la matanza de Tiananmén. Sin embargo, la manipulación de los libros va mucho más allá. Como explica el sinólogo español César Guarde-Paz, establecido en China y experto en el país, se engaña con tesis falsas como que China es el país con mayor continuidad del mundo o que el primer emperador fue un precursor de Mao. “Se avecina una nueva revolución cultural con el presidente Xi Jinping, más silenciosa pero igualmente cruel y sangrienta; somos muchos los que pensamos así en el mundo académico”, explica.
Según el sinólogo, más de la mitad de los fósiles de dinosaurios en China son falsos, y el 70% de las publicaciones académicas chinas son plagios. “De la historia moderna china, se estima que entre el 50% y el 70% es falso”, explica Guarde-Paz, que lamenta las torturas a estudiantes, el secuestro a libreros, el acoso a los musulmanes o la persecución a los profesores.
Los cien años de la vergüenza
Hoy en día es fácil que un extranjero vea en China que le mira mal un ciudadano local. O que se cambie de calle. Eso es debido a la intensificación de la educación en China sobre “los cien años de la vergüenza”, un invento creado por el Partido Comunista en 1990 para combatir las críticas por la masacre de Tiananmén.
En la teoría de “los cien años de la vergüenza” se señala a la llegada de los occidentales como el freno al desarrollo chino. Un argumento curioso si se tiene en cuenta que la ciudad china creada por los occidentales, Tianjin, fue un oasis de libertad y donde se publicó casi toda la literatura china de principios del siglo XX. No en vano, era el único lugar con libertad de prensa.
Este odio generado hacia los occidentales se ve en demostraciones públicas como las patrullas de ciudadanos chinos en Pekín que, yendo en furgonetas, atacaban a occidentales. O como el joven que atacó a una pareja con una katana y mató a una mujer porque decía odiar a los extranjeros.