“Mucha gente celebra sin saber cuál es el motivo de la celebración. Es como hacer una fiesta sin saber por qué se hace. Y eso está ocurriendo con toda la celebración de la Navidad”. Armando González Escoto, sacerdote de Guadalajara.
Era realmente difícil de hacer, pero de tanto intentar, lo consiguieron. Como dirían los españoles, “es como hacer una tortilla de papas, sin papas”. Nos hacen correr tanto comprando regalos para no sentirnos culpables o miserables, preparando comidas como si fuesen las últimas y colgando tanto gordo barbudo vestido de rojo, que han conseguido que la Navidad se convierta en una fiesta sin el principal invitado, nada más y nada menos que el agasajado que cumple sus años. Son Navidades sin Jesús.
El hecho normal y a su vez fantástico del nacimiento de un niño, en una cuna humilde como un pesebre, se convirtió en un acontecimiento tal que partió en dos la historia de la humanidad y cambió el mundo para siempre, sea uno cristiano o no. Y en Navidad festejamos su nacimiento; y recordamos, o deberíamos recordar, su mensaje.
Pero por estos días hay un debate muy en boga en todo Occidente, sobre todo en los países europeos: ¿Europa es un continente cristiano? Si lo es, ¿por qué se negó la posibilidad de que eso esté enunciado en su constitución? Si no lo es, ¿qué es Europa, entonces? ¿Si no es Oriente y no es cristiana, dónde tiene sus raíces?
Nosotros somos el suburbio de Occidente, y tenemos nuestras propias particularidades. Pero la disyuntiva de una sociedad sin Dios o con él también golpea nuestras costas, en universidades, sectores políticos, proyectos legislativos y discusiones educativas. Y es un tema fundamental. Una cosa es no aceptar que la religión influya en las políticas que atañen al conjunto de la población, sea ésta creyente, atea, católica o judía, practicante o apática; y otra cosa muy diferente es hacer una militancia de las sociedades sin Dios.
Hace unos días apenas, una polémica trenzó a toda la clase política española. El presidente de la Cámara de Diputados, Jesús Posada, desde la cuenta oficial de la Cámara, envió por Twitter una felicitación de Navidad con la imagen de un pesebre de Belén y le llovieron cientos de críticas como si hubiese mandado un insulto de los peores, tanto desde sectores de izquierda como de grupos laicistas.
“Jesús Posada ha cometido el terrible delito de enviar una felicitación de Navidad con una imagen del portal de Belén… A veces pienso que nos hemos vuelto locos”, señaló Esperanza Aguirre durante su intervención en la cena anual del PP, partido en el gobierno. Y es una discusión muy loca, porque resulta que la Navidad es la celebración del nacimiento en Belén del Niño Jesús. Y en torno a ella, a lo largo de los siglos, con más o menos énfasis religioso, se ha creado una costumbre que con hondas raíces cristianas sirve para evocar la solidaridad, la fraternidad y la paz que anidan en buena parte de la humanidad. No hace falta darle muchas vueltas al tema para saber que ésa fue la intención de Jesús Posada desde su twitter en la Legislatura. No da para convertirse en un tema fundamental en un país que está sufriendo una crisis, como es España.
Sin dudas, no depende de un texto constitucional el hecho de que la religión cristiana, junto con la filosofía griega y al derecho romano, la democracia liberal y la ciencia natural (aunque no todos ellos posean la misma jerarquía) constituyan los cimientos que sustentan nuestra civilización y su acción en la historia. Por otra parte, la Ilustración y los valores democráticos y liberales no nacieron como reacción contra el Cristianismo. Por el contrario, son imposibles sin su influencia. Europa, y nosotros de rebote, no se entiende sin su adhesión secular a los valores y principios del personalismo cristiano. Y la democracia liberal, tampoco. No se puede cambiar la realidad histórica.
Del otro lado del Atlántico, el recién reelecto Barack Obama se descolgó con otra muestra de cristianismo vergonzante. Estados Unidos no es un país laico, y la vivencia religiosa tiene una importante vitalidad pública y comunitaria. Pero en los últimos años existe una fuerte tendencia a ignorar el origen religioso de la Navidad para situarla en un limbo vacacional. La corrección política ha ido imponiendo la fórmula del “Happy Holidays” reemplazando la tradicional del “Happy Christmas”. Tan lejos ha llegado el tema en su propio ridículo, que este año el presidente Obama no iluminó en los jardines de la Casa Blanca el tradicional “Christmas Tree” sino el ahora conocido como “Holiday Tree”. La verdad es que da vergüenza ajena.
Tanto, que Ben Stein, famoso abogado, escritor y agudo humorista, escribió en su blog personal: “Soy judío y todos mis antepasados lo fueron. No me molesta en absoluto cuando la gente llama a esos bellos e iluminados arboles ‘árboles de Navidad’. No me siento amenazado. No me siento discriminado. Porque eso es lo que son: árboles de Navidad. No me molesta cuando la gente me dice Feliz Navidad. No creo que me estén despreciando o que vayan a enviarme a un ghetto. De hecho, me gusta, porque muestra que somos hermanos y hermanas celebrando esta feliz época del año. No me molesta si hay un pesebre en un cruce de calles cerca de mi casa, como bien me parece que unos pocos metros más allá coloquen una Menorah. No me gusta que me avasallen por ser judío y no creo que a los cristianos les guste que los avasallen por ser cristianos. Creo que la gente que cree en Dios está harta y cansada de que la avasallen. Punto. No sé de dónde viene la idea de que Estados Unidos es un país ateo. No lo puedo encontrar en la Constitución y no me gusta que me lo intenten hacer digerir a la fuerza”.
Si vamos a defender todos y cada uno de los derechos de las minorías de la sociedad para conseguir la excelencia en lo políticamente correcto, no se puede castigar con la peor de las desidias al sentimiento cristiano, que justamente es mayoría en nuestros países. Si Occidente está obligado a ser receptivo y respetuoso de cuanta religión pise nuestros países, lo menos que podemos pedir es que nos respeten la nuestra y no hacer un “tango” cada vez que hay una cruz o la imagen de una Virgen en algún lugar público.
Pero a este problema político debemos agregar el flaco favor que nos hacemos nosotros mismos al convertir estas fiestas en un éxtasis de compras compulsivas. Nos hemos acostumbrado a usar la Navidad para nuestros intereses personales. Es una buena excusa para salir con amigos, para regalarse a uno mismo un capricho o para hacer un viaje.
Por estos días, en las misas se recuerda que no deberíamos basar la felicidad en los regalos, eso no es lo importante de estas fechas. El objetivo de la Navidad es prepararse para recibir a Jesús en cada hogar; una oportunidad para convivir en familia, amigos, vecinos y compañeros de trabajo y reflexionar sobre la relación que se tiene con las demás personas y no caer en un consumismo exagerado.
Nadie se escapa. Todos nos vemos metidos en esa vorágine de ofertas que nos incitan a comprar y a comprar, con una ambición sin límites ni medida. Parece como si perdiéramos la cabeza y el sentido común, y nos dejáramos arrastrar por esa impetuosa corriente consumista. Vivimos una “Navidad aparente”, cuando lo que necesitamos es una “Navidad Real”.
Católico light
El hombre del siglo XXI hace culto a la utilidad y la eficacia. Es alguien despersonalizado que se complace con las relaciones furtivas y que ve en el otro un medio para incrementar sus propias ganancias; pero extrañamente, no logra descubrir en los demás a un prójimo, a alguien de quien compadecerse y a quien amar.
Esta renovada militancia de los ateos no parece ser una reacción lógica de los cristianos a los horrores del fundamentalismo islámico o a las fallas de nuestra sociedad, sino a las propias iglesias de Occidente. El mundo occidental parece haber pasado a una situación de indiferencia práctica, de pérdida de interés por la cuestión de Dios y de abandono de la práctica religiosa. Como afirma el filósofo francés Marcel Gauchet, en Europa, cuna del Catolicismo, se observa más bien lo que él define como una “salida de la religión”.
Sin embargo, las estadísticas demuestran que el Cristianismo está realmente presente en Europa, aunque con frecuencia en su forma más light. Sólo un cuarto de la población europea se declara no religiosa y apenas un 5% se dice ateo convencido. En nuestro país sucede algo similar.
Moralidad atea
Hoy, el mundo sigue tratando de construir un sistema ético basado en la tolerancia y la iluminación fuera de Dios. Los hombres han intentado muchas formas de enseñar esta nueva forma de moralidad sin un ser supremo. Intelectuales como Nietzche, Spinoza, Tillich, y muchos otros que los han seguido, quisieron crear una sociedad sin Dios, una sociedad libre para crear sistemas éticos propios sin las limitaciones de los mandatos divinos. “Dios ha muerto” dijo Nietzsche; sin embargo, en sus últimos días se creía casi una divinidad en medio de la locura. Hasta el final de su vida estuvo obsesionado por la figura de Jesús, y pasó de la negación a la imitación.
El debate real que se dio en Europa no depende de que el texto de su Constitución mencione o no una fe religiosa en particular; no importa cuán arraigada pueda estar. Tiene que ver con los valores en los que Europa ha sido unida. ¿Esa unión viene a través de la dirección central de los órganos legislativos de Bruselas? ¿O más bien es la unidad que brota de los valores comunes sustentados por la gente de varios países que han construido Europa.