“El sexo con ella era como pelear. No me importaba la ropa que estaba usando, solo le arrancaba todo”.
Quien hace esta afirmación es Moises Bagwiza, un hombre de República del Congo que ahora reflexiona con pesar sobre su pasado. Y sus relatos de cómo trató y violó a su esposa, Jullienne, son sinceros, gráficos y perturbadores.
En un modesto bungaló en el tranquilo pueblo de Rutshuru, en el este de República Democrática del Congo, Bagwiza recuerda un ataque en particular cuando su esposa estaba embarazada de cuatro meses.
“Me di vuelta y le di una pequeña patada en el estómago”, cuenta, mientras describe que ella cayó al suelo y estaba sangrando. Los vecinos preocupados la llevaron rápidamente al hospital.
¿Su crimen? Jullienne había estado secretamente ahorrando dinero para los gastos del hogar a través de una organización local de mujeres.
Antes del ataque, ella se había negado a darle dinero a su marido para un par de zapatos.
“Es cierto, el dinero era suyo”, dice Moises Bagwiza. “Pero como saben, hoy en día, cuando las mujeres tienen dinero se sienten poderosas y lo demuestran”.
Ideales tradicionales de virilidad
Este resentimiento se encuentra en el corazón de lo que algunos llaman una crisis de la masculinidad africana moderna.
Durante siglos, los hombres fueron educados con ideas claramente definidas de lo que significa ser un hombre: fuerza, indiferencia emocional, protección, y ser el proveedor de su familia.
Pero la evolución de los roles de género, incluido un mayor empoderamiento femenino, combinado con los altos niveles de desempleo masculino, está frustrando la capacidad de los hombres de vivir de acuerdo con esos ideales tradicionales de virilidad.
Y para algunos hombres como Bagwiza, una mujer que tiene independencia financiera representa una amenaza existencial que los lleva a la crisis.
Él sintió que la violencia era la única manera de comunicarse con su esposa.
“Pensé que me pertenecía”, asegura. “Pensé que podía hacer lo que quisiera con ella. Cuando volvía a casa y ella me preguntara algo, la golpeaba”.
Compensación por el “fracaso” masculino
El caso de Bagwiza está lejos de ser único.
República Democrática del Congo tiene una de las tasas de violación más altas del mundo, y se calcula que aproximadamente 48 mujeres son violadas cada hora, según un estudio del American Journal of Public Health.
Muchos expertos atribuyen la crisis de violación sexual del país a un conflicto de larga data en el este del territorio, donde los grupos de milicias rivales utilizaron comúnmente la violación y la esclavitud sexual como un arma de guerra.
Pero la causa principal de violación en República Democrática del Congo es mucho más profunda, según Ilot Alphonse, cofundador de la ONG “Congo Men’s Network” (Red de Hombres del Congo), con sede en la ciudad de Goma, muy cerca de Rutshuru.
“Cuando hablamos de violencia sexual solo en el contexto de un conflicto armado, estamos un poco perdidos”, dice.
“Hemos heredado esta forma de tratar a las niñas como asúbditos. Los hombres creen que tienen derecho a tener relaciones sexuales todo el tiempo. La causa de la violencia sexual es el poder y la posición que los hombres congoleños siempre han querido mantener”.
Danielle Hoffmeester, del Instituto para la Justicia y la Reconciliación (IJR) en Sudáfrica, está de acuerdo.
Ella cree que la violencia de género está directamente relacionada con la forma en que los hombres son socializados desde niños y a su incapacidad para cumplir con las estrictas reglas de la masculinidad tradicional africana.
“Proveer es muy importante en la virilidad y la incapacidad de los hombres de mantener a sus familias llevó a muchos de ellos a compensar este ‘fracaso’ con maneras frecuentemente tóxicas y violentas”, dice.
Involucrar a las mujeres en las discusiones
Ilot Alphonse dice que fue en el pasado tanto perpetrador como víctima de violencia.
“En la escuela nos golpearon, en casa nos golpearon, y en el pueblo organizamos sesiones de lucha”, describe.
Alphonse señala que internalizó la violencia que más tarde se convirtió en una manera de comunicarse.
“A veces le pegaba a mi novia, y era para que ella se disculpara. Recuerdo que un día, cuando aún éramos niños, tuve una pelea con mi hermana y le lancé un cuchillo”.
Las iniciativas contra la violación que han tratado de combatir la violación en África se han centrado típicamente en las mujeres que son la mayoría de las víctimas y a los hombres se los excluyó porque suelen ser los perpetradores.
Pero para Alphonse estas iniciativas abordan los síntomas en lugar de las causas fundamentales de la violencia sexual.
“Estamos luchando contra la violencia basada en el género”, dice.
“Tenemos que involucrar a hombres y niños que son parte del problema, para que tengan un espacio para cambiar las cosas porque tienen influencia en la comunidad”.
Y eso es exactamente lo que Alphonse y sus colegas hicieron.
Han creado la Baraza Badilika, una versión contemporánea de antiguos espacios de reunión donde los hombres se juntaban para resolver los problemas de la comunidad e iniciar a los niños a la virilidad.
Según Alphonse, con los sucesivos conflictos que arrasaron aldeas y destruyeron vidas, estos espacios fueron casi erradicados, lo que llevó a la falta de modelos masculinos para los hombres jóvenes.
Mientras que a la tradicional Baraza Badilika (que en español significa algo como Círculo de Cambio) solo asistieron hombres, esta nueva reunión del siglo XXI otorga a las mujeres roles de liderazgo.
“Es realmente el momento de que las mujeres invadan estos espacios”, sostiene Alphonse.
“Maridos cambiando”
Cada semana, alrededor de 20 hombres se reúnen en la Baraza durante dos horas para aprender sobre masculinidad positiva, igualdad de género y paternidad.
Los talleres son supervisados por un facilitador hombre y una mujer, que utilizan películas, libros ilustrados y sesiones de psicodrama para “reconfigurar los cerebros” de los que ejercen violencia sexual.
Alphonse dice que la mayoría de las mujeres le dicen que sus maridos han cambiado después de asistir a los talleres.
“Dicen: ‘Fuimos al imán, a los pastores, a los jefes tradicionales, pero él no cambió. Fue arrestado varias veces, pero no cambió. De repente, veo que no es violento y llega a casa en horario'”.
Bagwiza también recorrió un largo camino desde que golpeó a su esposa embarazada.
“Por supuesto que no es (un cambio) 100%, somos humanos, pero muchas cosas mejoraron dramáticamente. Ahora tenemos conversaciones y nuestra relación sexual mejoró mucho”.
Alphonse está decidido a llegar a “todos los hombres” en República Democrática del Congo con su filosofía de masculinidad positiva.
“Soñamos con ver el final de todas las formas de violencia en este país, para que podamos construir una sociedad para hombres, mujeres, niños y niñas”, dice.