“No sabemos lo que ocurre en las residencias de ancianos”

El Centro Nacional de Epidemiología, dirigido por Marina Pollán, calcula que el coronavirus mató al 1% de los infectados en España en la primera ola.

(Foto: Claudio Álvarez)

El mundo estuvo a ciegas durante la primera ola de la pandemia, sin saber hasta qué punto era mortífero el nuevo coronavirus que, de manera imparable, infectaba a millones de personas. El Centro Nacional de Epidemiología, en Madrid, ha puesto por fin cifras exactas a la tragedia: fuera de las residencias de ancianos, el virus mató a alrededor del 1% de los infectados en España, alcanzando una espeluznante letalidad por encima del 12% en los hombres mayores de 80 años, más del doble que en las mujeres. La epidemióloga Marina Pollán cogió el año pasado las riendas de esta institución científica, maltratada durante la anterior crisis económica. En 2008, en el Centro Nacional de Epidemiología trabajaba un centenar de personas. Cuando irrumpió el coronavirus este enero, solo eran 64. “La crisis fue terrible. Y eso se ha notado mucho cuando ha llegado la pandemia”, lamenta Pollán, nacida en 1960 en el pueblo leonés de La Bañeza, donde su abuelo tenía una fábrica de chocolate.

Pregunta. ¿Qué le diría a alguien que vea la cifra de letalidad del 0,8% y piense que tampoco es para tanto? Incluso hay científicos respetados —como el epidemiólogo John Ioannidis, de la Universidad de Stanford (EE UU)— que defienden que las cifras de letalidad no son suficientes para justificar medidas como los confinamientos.

Respuesta. Para tomar medidas hay que tener en cuenta muchos factores. Que un 1% de la población infectada se muera no es poco. En la primera onda epidémica este virus infectó a unos 2,3 millones de españoles. Un 1% de muertes no son pocas. Y, desde luego, desde el punto de vista de la salud pública lo ideal para cortar la transmisión es hacer confinamientos. Tienen repercusiones económicas y a la hora de tomar medidas hay que tener en cuenta las dos cosas. Además, aunque el 1% parezca pequeño, hay que tener en cuenta que en los mayores de 80 años, sobre todo en los hombres, la letalidad alcanza entre el 12% y el 16%. Esas cifras son muy importantes. Y en España la mayor parte de las personas mayores viven con su familia, o viven solos pero reciben las visitas de sus familiares o cuidadores. Las estrategias de aislar solamente a los mayores en este país son muy difíciles.

P. Ustedes se han dejado fuera las más de 300.000 personas mayores que viven en residencias en España, donde murieron más de 19.000 infectadas por el coronavirus, según calculan en su estudio. Si se incluyeran, la letalidad en los mayores de 80 años sería todavía mayor.

R. Las residencias han sido unos lugares particularmente terribles en España —como en el Reino Unido, Canadá o EE UU— porque ha habido grandes brotes, muchos muertos y, en ocasiones, hasta dificultades de acceso a los hospitales. La mortalidad en las residencias no tiene nada que ver, es mucho mayor, si hacemos cálculos con el número de muertes en residencias que hemos podido extraer de distintas fuentes, incluido EL PAÍS. Esa es una asignatura pendiente en España: no tenemos buena información de lo que ocurre en las residencias ni tenemos el número exacto de gente que vive en las residencias. Hemos hecho una estimación, pero no lo sabemos.

P. ¿No hay información centralizada de las residencias de ancianos en España?

R. No, hemos consultado a las comunidades autónomas y algunas tenían más información que otras. Hay algunos informes, pero sobre todo de plazas de residencias, más que de ocupación real. La gran limitación de nuestro estudio es que no estudia esos colectivos, donde todo el mundo sabe que la letalidad ha sido mucho mayor.

P. Al excluir casi la mitad de las muertes, que ocurren en residencias, se dulcifica la imagen.

R. Estamos ofreciendo una imagen real de lo que ha ocurrido con la gente que vive en hogares, que es lo que podemos hacer. La situación de las residencias ha sido dramática. No podemos hacer una media, porque no sabemos la tasa de infección en las residencias. No se trata de dulcificar, lo que queremos es saber a cuántas personas mata este virus entre los infectados, ya que es la primera vez que nos exponemos a él. Y, en las personas que no están recluidas en un sitio que puede ser susceptible de grandes brotes, hemos visto esta letalidad.

P. Alguien podría pensar que, si se muere una persona en España, ese dato se mete en un programa informático y toda la información centralizada llega en tiempo real a la directora del Centro Nacional de Epidemiología, al ministro de Sanidad y al presidente del Gobierno en una aplicación en su móvil, pero la realidad no se parece en nada a esto.

R. No se parece en nada a eso, no.

P. En lo peor de la pandemia, en algunos hospitales se hablaba de enfermeras yendo habitación por habitación y apuntando con palotes en un papel.

R. Hay comunidades autónomas que están bastante bien informatizadas y pueden tener esta información relativamente rápido, como Navarra y la Comunidad Valenciana. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, es complicado, porque la historia clínica electrónica no es única para todos los hospitales. Tienen distintos sistemas de información.

P. Ni siquiera los hospitales de Madrid comparten un mismo sistema informático.

R. Varios hospitales de Madrid pueden compartir un mismo sistema, pero no hay una única historia clínica electrónica. Se desarrollaron varias. Una cosa buena que ha tenido la pandemia es que ha puesto de manifiesto la necesidad de mejorar los sistemas de información. A mí a veces me piden datos determinados y digo: “Yo también los quiero”. Pero para tener esos datos hay que invertir en sistemas de información.

P. ¿Tener la sanidad descentralizada en 17 comunidades autónomas ha entorpecido la gestión de la pandemia?

R. Esta es una pregunta política. Yo creo que habría sido más sencillo si en vez de tener 17 sistemas de información hubiéramos tenido uno, pero supongo que hay determinados aspectos de la pandemia, como el tema de los rastreadores y la organización de la atención clínica, que se hacen con mayor eficiencia de manera descentralizada. Al final cada una de las comunidades hacía lo que le parecía mejor, no solo en sanidad, en todo, pero cuando viene un problema de estos nos damos cuenta de que es mejor afrontarlo juntos y consensuar criterios comunes.

P. ¿Han tenido en cuenta solo los muertos directamente por covid o todas las personas muertas que estuvieran infectadas con coronavirus?

R. Esa es una buena pregunta. En el certificado de defunción el médico dice cuál es la causa básica de la muerte y cuáles son las causas contribuyentes. Eso hay que codificarlo y tarda un tiempo. En este momento no tenemos los certificados de defunción, no podríamos hacer ese estudio. Ni nosotros ni nadie. Todas las estimaciones que se han hecho son similares a las nuestras, con muertes en pacientes infectados y sin poder tener en cuenta la causa básica de defunción. A día de hoy, mientras no tengamos los certificados de defunción, solo podemos hablar de muertes entre los infectados, asumiendo que son muertes por covid. Pensamos que el coronavirus acelera otros procesos en las personas que ya tenían otras enfermedades. Tener una comorbilidad es tener más papeletas para morirte.

P. El propio Ministerio de Ciencia afirma que el presupuesto del Instituto de Salud Carlos III —al que pertenece el Centro Nacional de Epidemiología— sufrió un recorte de más del 25% en la década anterior al último presupuesto aprobado, en 2018. El instituto perdió en ese tiempo más de 300 investigadores y técnicos, el 27% de su plantilla. ¿Cómo han afectado estos recortes a la gestión de la pandemia?

R. Desconozco los macrodatos del Instituto de Salud Carlos III, pero sí es verdad que aquí, en el Centro Nacional de Epidemiología, perdimos bastantes investigadores: gente que se jubiló y no pudimos reponer. La crisis fue terrible. Y especialmente en el departamento de enfermedades transmisibles. Y eso se ha notado mucho cuando ha llegado la pandemia. Espero que ahora nos refuercen, porque el ministro Pedro Duque ha prometido fortalecer el Instituto de Salud Carlos III.

P. En el Centro Nacional de Epidemiología trabajan en la actualidad 77 personas [13 más que en enero, pero todavía 23 menos que en 2008]. ¿Esto es mucho o poco?

R. Para un Centro Nacional de Epidemiología, poco.

P. ¿Cuánta plantilla le gustaría tener?

R. En el ámbito de las enfermedades transmisibles, habría que reforzar el departamento y todas las unidades existentes: gripe y virus respiratorios, vacunables, VIH, zoonosis, enfermedades infecciosas de transmisión alimentaria, enfermedades infecciosas transmitidas por vectores, enfermedades de transmisión sexual y enfermedades relacionadas con la asistencia sanitaria y la resistencia a los antibióticos. En el ámbito de las enfermedades crónicas, actualmente tenemos investigadores trabajando en cáncer, enfermedades cardiovasculares y enfermedades neurodegenerativas, así como un grupo dedicado a los determinantes sociales y conductuales. Deberíamos tener personal investigando en enfermedades crónicas respiratorias, diabetes, envejecimiento y comorbilidad, así como reforzar la investigación que tenemos en marcha sobre los principales factores de riesgo modificables: tabaco, dieta, ejercicio físico. Además, y en colaboración con otros centros del Instituto de Salud Carlos III, nos gustaría reforzar la parte de epidemiología ambiental, ya que los posibles efectos de la contaminación son de gran importancia.

P. ¿En su estudio sobre la letalidad de la covid hay algún dato que mueva al optimismo?

R. Lo que me mueve al optimismo es que, seguramente, si pudiéramos hacer este mismo estudio después de esta segunda ola, probablemente la letalidad será menor. Todavía no tenemos los datos, pero se ha aprendido mucho sobre cómo tratar a los pacientes y cómo salvar vidas.