La Liga Norte ha convocado las consultas para, si los resultados le son favorables, exigir mayor autonomía. Pero la crisis catalana ha obligado a los nacionalistas a desmarcarse de ese movimiento.
En pleno espasmo por los sucesos en Cataluña, a poca distancia geográfica, una instantánea, nueva pero distinta, inquieta en Italia. En el horizonte están dos referéndum de carácter consultivo convocados por la Liga Norte, viejo estandarte del secesionismo en Italia, para preguntar a los ciudadanos de las regiones de Lombardía y Véneto si desean mayor autonomía. Fecha de la cita: el próximo 22 de octubre. “La secesión no es algo actual ya. Estos referéndum son lo que consideramos viable, y políticamente factible, en Italia”, dice a El Confidencial Giancarlo Giorgetti, diputado y hoy uno de los asesores en la sombra más influyentes dentro de la Liga Norte.
Han sido los jueces italianos los que han dado su visto bueno. En concreto, con la sentencia 118 de abril de 2015, mediante la que el Tribunal Constitucional italiano desestimó una convocatoria para pedir la independencia de Véneto, por violar el artículo 5 de la Constitución italiana según el cual Italia es una república “una e indivisible”. Pero también autorizó -rechazando una impugnación por inconstitucionalidad del Gobierno italiano, sobre la base de lo establecido por otros artículos de la misma Carta Magna, reformada en 2001- la convocatoria a un referéndum consultivo, en el que vénetos y lombardos se pronuncien sobre si quieren mayores poderes autonómicos para sus administradores.
Con este preámbulo como punto de partida, la Liga Norte, que gobierna en ambas regiones, anunció las consultas en marzo y abril pasado, con la intención de abrir luego -si en la votación triunfa el ‘sí’ y hay una participación alta- una negociación con el Estado italiano. El objetivo último proclamado por la Liga: traspasar algunas competencias en materia, por ejemplo, de educación y salud pública a esos gobiernos locales. Y, además de ello, retener en ambas regiones cuotas más altas de las recaudaciones fiscales del Estado.
“Lombardía y Véneto son los motores de la economía italiana y los servicios públicos del Estado italiano no están a la altura”, añade Giorgetti, repitiendo uno de los mantras políticos de la Liga desde su fundación en 1991. Ante ello, la respuesta del Gobierno de Roma ha sido de rechazo, pero sin clamor, ni actos o declaraciones ruidosas. Y lo mismo los diarios nacionales italianos, que apenas se han ocupado del caso en los meses posteriores a su anuncio.
Al menos hasta el referéndum en Cataluña.
Desde entonces ha habido un esfuerzo para marcar distancias con respecto a la crisis en España por Cataluña. “Lombardía y Véneto no son Cataluña”, escribió la página de investigaciones periodísticas Linkiesta. “¿Lombardía y Véneto corren el riesgo de separarse de Italia, como Cataluña? La noticia, diría Flaiano, es grave pero no seria”, ironizó el semanario Famiglia Cristiana, uno de las principales de la esfera de los medios religiosos en Italia.
Marcando distancias
Algo similar sucede en la esferza política, donde las críticas más virulentas han procedido de la derecha. “Veo lo que está ocurriendo en España y pienso: ‘Divide et impera’ [divide y vencerás, en latín]. Lo explicaban bien los antiguos romanos”, afirmó Giorgia Meloni, la presidenta del derechista Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia) y exministra de Silvio Berlusconi. “Por eso, no logro apasionarme por estos ímpetus independentistas y autonomistas que quisieran dividir y debilitar a los Estados de Europa”, añadió. Acto seguido, Meloni se enzarzó en una polémica con el gobernador de Lombardía, Roberto Maroni, también exministro de Berlusconi. Meloni dijo que, si habitara en Lombardía o Véneto, no iría a votar, pues esas consultas son “mera propaganda”.
Incluso Berlusconi -quien desde tiempo mantiene una amistad cercana con el expresidente del Gobierno español, José María Aznar- se ha mantenido prudente. Ha dicho que la crisis catalana podía haber sido enfrentada mejor y sin violencia, pero subrayó que el referéndum catalán fue “inconstitucional e ilegal”. Y, mientras se escriben estas líneas, el antiguo primer ministro italiano no había confirmado aún su participación en una manifestación pública de apoyo al referéndum en Lombardía, convocada por su antiguo socio Maroni. En el centroizquierda, la reacción ha sido aún más discreta, con limitadas y ambiguas declaraciones. Otros han criticado los costes de la organización de las consultas. La cautela no carece de fundamento, más allá del hecho de que Italia sea miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de la Unión Europea.
Por mucho tiempo la secesión de la llamada Padania -un territorio que, según las teorías de la Liga, incluía a 11 regiones del norte italiano y reivindicaba una identidad que no había existido antes, la de los pueblos del valle del Po- fue el caballo de batalla de la Liga Norte, con el politólogo Gianfranco Miglio como ideólogo. Tanto que en 1996, Umberto Bossi, el histórico fundador, llegó incluso a proclamar la independencia de la Padania y dijo que sería “una República Federal independiente y soberana”. Se llegó a constituir un Parlamento, con Venecia como capital y el ‘Va, pensiero’ (de Giuseppe Verdi) como himno. Todo, en medio del vacío originado tras el colapso del Partido Comunista (PCI) y la Democracia Cristiana (DC), los principales partidos hasta ese momento, y durante uno de los momentos más álgidos del choque entre las mafias italianas y el Estado.
Luego vendría la desautorización de aquel hecho -básicamente, por la falta de reconocimiento nacional e internacional de la existencia de la autoproclamada república-, pero en aquel primer momento, la acción de Bossi generó grandes dolores de cabeza en Roma. Se respondió con investigaciones judiciales y registros policiales, y se produjeron enfrentamientos callejeros entre jóvenes leguistas y la policía italiana. Berlusconi, que ya había sido primer ministro y socio de Bossi, repitió, una y otra vez, su desprecio por las ideas de su aliado-enemigo. “Ni él [Bossi] sabe adónde ir y qué hacer”, dijo el antiguo mandatario, según una crónica de la época en Il Corriere della Sera.
Salvini, el pragrático
El gran cambio en la estrategia de la Liga Norte -que ahora se autodenomina únicamente ‘Liga’, despojándose de una identidad ligada exclusivamente al norte de Italia- llegó de la mano del más pragmático Matteo Salvini, quien desde 2013 es líder de la formación. Poco a poco, tras una etapa en la que la Liga se vio afectada por algunos escándalos de corrupción, Salvini se ha ido desmarcando del independentismo más duro, afianzándose en su partido a través de retóricas menos anti-italianas y zafias, y centrando su discurso en la crítica contra Bruselas y el hostigamiento xenófobo de la inmigración.
Los gobernadores de la Liga hicieron lo suyo. Ya en el poder, Roberto Maroni y Luca Zaia, presidentes de las regiones de Lombardía y Véneto, encauzaron sus anhelos de convertir a Italia al modelo federalista, batallando no sólo en la política, sino también en los tribunales. Contribuyó la reforma de la Constitución de octubre de 2001, que reforzó las posibilidades de las regiones de obtener autonomía económica. Se establecieron contactos además con varias fuerzas políticas ultraconservadoras y nacionalistas de Europa.
De acuerdo con Giorgetti, no existe hoy una verdadera conexión entre la Liga y los partidos independentistas de Cataluña. “Solo hay contacto con algunos miembros, pero a nivel personal. Es porque ellos nos consideran un partido de extrema derecha, aunque nosotros no nos consideremos así…”, afirma. Además, según Giorgetti, el giro de la Liga ha sido fruto “de una toma de conciencia de la realidad”, aunque “hay personas del partido que siguen cultivando la tesis de la independencia”. “Lo cierto es que se tomó conciencia de que no existían y no existen las condiciones, sobre todo en el Derecho Internacional, para hacerlo. La independencia existe cuando los demás países te reconocen”, afirma.
“Véase Kosovo. Países como Estados Unidos, El Vaticano y Alemania lo reconocieron como país y eso automáticamente les dio el estatus de independiente”. Por ello, como ha repetido hasta el cansancio también Salvini, y ratificó Giorgetti en esta entrevista, “los referéndum de Lombardía y Véneto no apuntan a la independencia”. La incógnita es qué transformación deberá enfrentar el Estado italiano, en el contexto en el que está Europa, si estas reivindicaciones siguen adelante.
De hecho, la unificación de Italia, completada solamente en 1871, ha sido un proceso complejo, incluso después de su nacimiento. Después de la Segunda Guerra Mundial, llevó en 1948 a la instauración de cuatro regiones autónomas con estatuto especial: Sicilia, Cerdeña, Valle de Aosta y Trentino-Alto Adigio/Südtirol. A estas, se añadió una quinta, Emilia Romaña, en 1963, como reacción a la hostilidad de Italia hacia la Yugoslavia socialista.
Desde entonces, sin embargo, otros secesionistas han intentado seguir este camino, cosechando poco éxito en la población, en el mundo empresarial y en la política. Tanto que, incluso después de la reforma constitucional de 2001, cuatro regiones intentaron establecer una negociación con el Estado central, sin que se produjera resultado alguno de calado. Aún así, el fenómeno no se ha apagado nunca completamente. Tanto que, el pasado 3 de octubre, también la Junta regional de Emilia Romaña volvió a abrir la caja de Pandora y aprobó una resolución para emprender una negociación con el Estado, encaminada a obtener una mayor autonomía.