El modo de compra de inmuebles en Nueva York abre el debate sobre las leyes existentes.
Dos piezas han dominado el debate ilustrado internacional el pasado fin de semana.
Por una parte un eterno, pero sustantivo, artículo de Michael Pettis sobre la génesis de los problemas europeos y su posible resolucion, que incorpora una pléyade de referencias históricas y alusiones constantes a España y su realidad política y económica, lo que convierte su lectura en aún más interesante. Aunque el texto completo lo pueden disfrutar en el blog del autor, el FT Alphaville elaboró, con motivo de su aparición, un extenso resumen que pueden consultar aquí. Si me piden opinión, casi me quedo con el primero.
Por otro, la exclusiva del NY Times sobre cómo se están comprando inmuebles en Manhattan, tipos de estructuras societarias que se están utilizando y, sobre todo, quiénes se encuentran detrás de las mismas. La conclusión es palmaria: no hace falta irse a Suiza para encontrar listas de potenciales defraudadores. Qué va. Basta con darse un paseo por la ciudad de los rascacielos, donde la opacidad es legalmente tolerada y la impunidad fiscal de mangantes propios y ajenos resulta casi total. El arranque de la pieza revela, por ejemplo, como sólo en el Time Warner Center un ruso, un griego y un chino, todos ellos vinculados a actividades criminales de explotación laboral o corrupción, han adquirido en los últimos años viviendas por docenas de millones de dólares a través de shell companies, carcasas societarias con residencia en los más variados lugares.
Y el fenómeno va a más. Es decir: las compras anuales de inmuebles en NYC con un valor superior a cinco millones de dólares se ha multiplicado por tres en la última década hasta alcanzar los 8.000 millones de dólares. De ellos, más de la mitad se ejecutan de acuerdo con la operativa anteriormente mencionada. Estamos hablando, por tanto, de un ‘blanqueo’ de 4.000 millones de dólares cada ejercicio, dinero procedente bien de actividades lícitas estructuradas fiscalmente en trusts poco transparentes o, directamente, de pasta obtenida en los sumideros de la sociedad. Pagos, por supuesto, en cash para evitar preguntar indeseadas. Y sanseacabó.
Como señala el propio reportaje, “sin incentivo u obligación legal de identificar la procedencia del dinero”, no es de extrañar que su uso se generalice. De hecho, a lo largo del documento, se ponen de manifiesto dos realidades: la dificultad supina en tratar de identificar los propietarios finales de muchas de esas sociedades, por un lado, y, por otro, la tolerancia de la propia hacienda estadounidense hacia estas prácticas, que dista mucho del celo que pone en evitar que salgan fondos de su territorio. Una vista gorda que llega al punto de fijar incentivos fiscales para los compradores, sin que actúe como restricción el origen de su fortuna.
Por si hubiera alguna duda de cuál es la finalidad última de esas adquisiciones, los reporteros del NYT revelan que, en los días de mayor afluencia, apenas un tercio de los 192 apartamentos del Time Warner Center están ocupados al mismo tiempo. Dados los precios que se manejan en estas transacciones, el mecanismo de aceptación de nuevos inquilinos por el resto de la comunidad, vigente en buena parte de los edificios residenciales más exclusivos, no resulta de aplicación: la obligación del resto de comprar el inmueble rechazado actúa como freno ante cualquier oposición, más allá del dios los cría… La cobertura está, por tanto, garantizada.
Así son las cosas y así se las estamos contando. Aun siendo importantes revelaciones sobre cómo múltiples personas físicas y jurídicas de todo el mundo utilizaron al HSBC para llevar su dinero a Suiza –unos de manera transparente, otros no–, denunciar casos de connivencia pública en función del interés como los arriba descritos, en países desarrollados y sujetos a convenios internacionales, sobre objetos que podrían ser parte de nuestra vida diaria, resulta todavía más acuciante. Cualquier resquicio en esta lucha desigual es siempre aprovechado por los ‘malos’. Si el que lo abre es Estados Unidos, pues eso, apaga y vámonos.