Patrióticos o patrioteros

Hace unas semanas, en una cena de amigas, surgió el tema de la Patria. Sí, vio que después de la segunda copa de vino, a algunos nos da por ponernos serios, graves y profundos, y a otros por la algarabía descontrolada o la sagrada melancolía. En fin. La Patria. Se dijo, por ejemplo, que la Patria se percibe mejor en la Quebrada de Humahuaca que en Lincoln, provincia de Buenos Aires, o tiene más consistencia en los tamales que en el asado. Yo, qué quiere que le diga, lo dudo mucho. No creo que la Patria se exprese en los mundiales de fútbol, en la Copa Davis, o en las artesanías del NOA. Creo más bien que nos quedamos nadando en la superficie de los clichés, en lo simbólico, que tiene tanto marketing y es tan políticamente correcto y benéfico, para no sumergirnos en el auténtico significado del concepto. También siento que es más fácil ver la Patria de lejos que de cerca: como casi todas las cosas fundantes de la vida, tomar cierta distancia contribuye a la correcta perspectiva. No es la nostalgia del dulce de leche, del cancionero porteño, de las empanadas picadas a cuchillo o la pizza de Los Inmortales lo que nos define argentinos: es ese invalorable sentido de pertenencia a un lugar, a una historia, sí, imperfecta, desavenida, de corrupciones multiplicadas, de complicidades inesperadas, de solidaridad emergente y espontánea, sin organización alguna, que de algún modo inexplicable, nos lleva, sin querer, a la nostalgia por el dulce de leche, el cancionero porteño, las empanadas picadas a cuchillo o la pizza de Los Inmortales.

Pasó otro 9 de Julio, y la Patria, en mi opinión, destiñe cada día más. No es que destiña por su pobre condición patriótica, sino porque hacemos lo posible para desdibujarla toda vez que el soberano, es decir todos y cada uno de nosotros, elige a alguien (o algunos) que a su vez eligen desteñirla. ¿Cómo? No proveyendo a sus necesidades básicas de educación (real, no de relato) para todos, de salud para todos, de seguridad para todos, de oportunidades de progreso productivo para todos. Asistencialismo no es hacer Patria: es apenas asistencialismo. No hay santos, no hay inocentes, nadie puede aquí decir ¿y a mí por qué me miran?

Escribió alguna vez la enorme Julia Prilutzky Farny: “… Allí donde partir es imposible,  donde permanecer es necesario/ donde el barro es más fuerte que el deseo de seguir caminando/ donde las manos caen bruscamente y estar arrodillado es el descanso/ donde se mira el cielo con soberbia desesperada y áspera/ donde nunca se está del todo solo, y cualquier umbral es la morada. Donde se quiere arar. Y dar un hijo/ y se quiere morir, está la patria”.

La Patria está, diría el Bambino. Nos queda descubrirla, redescubrirla quizá. Recuperarla.