Todavía no sabemos quién ganará el Colegio Electoral, aunque mientras escribo esto pareciera —increíble y espantosamente— que los pronósticos favorecen a Donald Trump hasta este momento.
Lo que sí sabemos es que la gente como yo, y probablemente como la mayoría de los lectores de The New York Times, en verdad no entendemos en qué país vivimos. Pensamos que nuestros conciudadanos no votarían por un candidato tan evidentemente poco calificado para el máximo cargo, con un temperamento tan demente, tan escalofriante como absurdo.
Pensamos que la nación, si bien lejos de haber trascendido los prejuicios raciales y la misoginia, se había vuelto mucho más abierta y tolerante con el paso del tiempo.
Pensamos que la gran mayoría de los estadounidenses valoraba las normas democráticas y el Estado de derecho.
Resulta que estábamos equivocados. Resulta que hay un gran número de personas —blancas, que viven principalmente en áreas rurales— que no comparten para nada nuestra idea de lo que es Estados Unidos. Para esas personas, se trata de una cuestión de sangre y tierra, del patriarcado tradicional y la jerarquía étnica. Y resulta que hubo muchas otras personas que podrían no compartir esos valores antidemocráticos que, sin embargo, estaban dispuestas a votar por cualquiera que representara al Partido Republicano.
No sé qué nos espera. ¿Estados Unidos ha fallado como Estado y sociedad? Todo parece posible. Creo que tendremos que levantarnos y tratar de encontrar la forma de continuar, pero esta ha sido una noche de revelaciones terribles y no considero que sea un exceso sentir tanto desconsuelo.