Las grandes fortunas brasileñas se han fijado en Portugal como su nuevo “país fetiche” para invertir en una segunda residencia. Un ‘boom’ creado por Donald Trump.
El pelotazo ha sido de récord. Alguien ha pagado 7,6 millones de euros por un ático de lujo en Lisboa, una suma que hace historia por ser la más elevada pagada nunca por una vivienda en Portugal. “¿Quién es el comprador?” La inmobiliaria involucrada en el caso, Vanguard Properties, ha elegido ser discreta como mandan los negocios de más de seis cifras y apenas ha comentado que se trata de “una familia”. Lo que sí han dicho es que el ático –500 metros cuadrados y piscina infinita incluida– tuvo “varios interesados, principalmente brasileños”, destapando una realidad que siempre estuvo a la vista, pero nadie parecía ver.
Así se ha certificado el auge de las grandes fortunas brasileñas, que llevan más de dos años llegando a Portugal huyendo de la violencia, exultantes por poder ir por las calles lusas con rolex y móviles de gama alta en la mano –o dejarlos en la mesa de una terraza mientras toman una copa–, por poder ir en descapotables Porsche sin sentir inquietud en el semáforo. Un paraíso al otro lado del océano.
“Portugal es el segundo país donde los brasileños más invierten en inmuebles, después de Estados Unidos, concretamente Florida”, expone Flavia Motta, una agente inmobiliaria que “prácticamente” solo trabaja con clientes brasileños en Portugal, en una entrevista con El Confidencial.
El incremento espectacular de clientes que siente Motta “en los últimos tiempos” está fielmente recogido por el Banco Central Brasileño. Según el último informe de capitales brasileños en el exterior, la inversión en inmuebles portugueses en 2017 fue de 1.060 millones de dólares, “un aumento del 69 % con respecto al año anterior”, destaca la agente inmobiliaria.
Una nueva Miami… a costa de la Miami real
Si se mira desde el punto de vista luso, se confirma otra segunda plaza: después de los franceses, los brasileños son los que más invierten en el sector inmobiliario portugués, según los datos que maneja la Asociación de los Profesionales y Empresas de Mediación Inmobiliaria de Portugal (APEMIP). “Es decir, el ciudadano brasileño es el no-europeo que más invierte”, remarca a este diario su presidente, Luís Lima.
La creciente demanda de los clientes del gigante sudamericano es, en opinión de Lima, “fruto de la inestabilidad política, económica y social que se vive en Brasil”, pero también los cambios políticos en Estados Unidos, que han hecho que Florida, especialmente Miami, pierda terreno.
“El inmobiliario en las dos ciudades es completamente diferente, pero lo que hemos visto es que, incluso por una cuestión política en los Estados Unidos, los datos apuntan a que hubo una reducción de la inversión brasileña en Florida y un aumento en Portugal”, coincide Motta.
Luís Lima pone un nombre concreto a esos cambios: Donald Trump. Su elección como presidente, argumenta, “hizo que muchos brasileños que habían invertido en Florida buscasen alternativas seguras, como el inmobiliario portugués. Este aspecto, unido a la ventaja de hablar el mismo idioma, nuestra gastronomía y, sobre todo, la seguridad, hace que Portugal sea cada vez más buscado por ciudadanos brasileños”.
Ser el tercer país más seguro del planeta, según el Índice Global de Paz –solo le superan Islandia y Nueva Zelanda–, gana enteros cuando se agrega la clave definitiva, señalada por la agente inmobiliaria: “Portugal es el único país del primer mundo que habla portugués”. Un acceso redondo sin pasar por la academia de idiomas.
Los nuevos jubilados extranjeros
“Al principio, la media de edad rondaba los 50 años o más, gente de clase alta, pero la media de edades ha ido decreciendo. Por regla general son inversores cualificados, lo que significa que tienen un impacto multiplicador en nuestra economía”, resume Lima el perfil de estos compradores.
Conviven aquí “dos realidades”, la de quien huye de la violencia e inseguridad de Brasil, principalmente familias con menores de edad –y que no necesariamente pretende vivienda de lujo–, y también quien busca residencia de vacaciones o convertir su nueva propiedad en un negocio del que sacar rendimiento, especialmente con el auge de Airbnb en Portugal a raíz de su apogeo turístico.
“Se concentran principalmente en Lisboa y Oporto, también Cascais –localidad costera a treinta kilómetros de la capital–, porque el brasileño valora mucho la cercanía al mar”, comenta Motta.
Hace unos años predominaban los clientes que querían pequeños apartamentos, pero ahora las fortunas del gigante sudamericano prefieren casas a partir de 200 metros cuadrados, porque piensan en traerse a toda la familia. Valoran los inmuebles clásicos, de fachadas con azulejos y techos altos; pero no dudan en pintar de blanco si encuentran frescos en esas paredes con historia. Quieren plaza de garaje y hasta cuarto para la asistenta de limpieza, como es costumbre en las casas de elevados recursos en su país de origen, y se muestran extrañados de que no haya en los edificios de Portugal portero las veinticuatro horas, otro imprescindible de los inmuebles brasileños.
“Boom” del inmobiliario portugués
El inmobiliario es, quizá junto al turismo, el sector luso que ha experimentado una mayor explosión desde que comenzó la recuperación del país en 2015. Ya no es solo la presión turística la que incrementa los precios, también el atractivo en que se ha convertido para extranjeros.
“Portugal nunca fue un destino tradicional de recepción de inversión extranjera en el sector inmobiliario”, recuerda Lima. “Aparte de la región del Algarve (donde siempre hubo compras por extranjeros, sobre todo británicos) las compras por extranjeros eran muy puntuales”.
Sin olvidar el efecto de los bautizados como visados ‘gold’, creados en 2012 y que son otorgados a quienes adquieran inmuebles a partir de 500.000 euros. “Tuvieron un papel determinante”, asegura Lima, que matiza no obstante que han ido perdiendo representatividad.
La radiografía actual muestra el impacto de esos programas. Los extranjeros compraron en 2018 hasta 1.592 inmuebles solo en Lisboa, un 67 % más que un año anterior. Según el recuento del portal especializado Confidencial Imobiliário, las transacciones totales en la capital lusa protagonizadas por extranjeros ascendieron ese año a 675,6 millones de euros.
En promedio, estos compradores gastaron 425.500 euros por casa, casi 125.000 euros más de lo que pagaron los lisboetas por la suya. El dinero, insisten los portugueses, siempre está en los bolsillos extranjeros.