En la madrugada del jueves 24 de enero, el mundo se desperezaba con una impactante foto publicada por el diario El País de España, de un supuesto Hugo Chávez intubado, inconsciente y a todas luces agonizante, yaciendo en la cama del hospital cubano que habita mientras intenta curarse del cáncer que lo tiene sitiado. La imagen vívida de la agonía de un hombre inerme abrió una herida honda en la sensibilidad general y profundizó aún más el cuestionamiento a ciertas prácticas periodísticas.
La historia de esta publicación no es la de la tradicional osadía periodística, que suele conseguir la noticia pasando por encima de cuanta convención ética o moral existe, en beneficio de un colectivo que de otro modo se vería privado de un bien vital, como lo es la información. No. Más bien es la historia del cazador cazado, del lobo que, revolviendo la carroña, encuentra desafortunadamente el veneno que impregnará todos sus tejidos y contaminará sus órganos más esenciales.
Crónica de un zafarrancho anunciado
Luego de su publicación, y habiendo constatado de forma casi inmediata su origen apócrifo, ‘El País’ retiró, tanto de su página web como de su edición impresa, la foto que mostraba a un hombre intubado en una cama de hospital y que una agencia informativa había suministrado al periódico afirmando que se trataba del presidente de Venezuela, Hugo Chávez.
Chávez se encuentra hospitalizado en Cuba desde el pasado 11 de diciembre, donde fue sometido a una intervención quirúrgica de un cáncer “cuyas características el Gobierno venezolano no ha querido precisar”, señala el periódico.
La foto publicada en la edición impresa del periódico era de poca calidad, fue tomada “hace unos días”, decía ‘El País‘, y mostraba un primer plano del supuesto rostro de Chávez, sin cabello y conectado a un respirador artificial. Sin firma de autor, ‘El País’ argumentaba que merced a las restricciones informativas que impone el régimen castrista y lo críptico de la información que deja trascender el gobierno venezolano, no había sido capaz de verificar en forma independiente las circunstancias en que la imagen había sido obtenida, ni el momento preciso, ni el lugar.
Me interrogo y le traslado la inquietud: la muerte de Chávez, ¿tendrá esa cualidad?
Nada más conocerse en Caracas la publicación de la supuesta foto de Chávez, el ministro de Comunicación de Venezuela, Ernesto Villegas, la descalificó por falsa y citó un video aparecido en Youtube, de donde procedía la foto, que fue colgado en agosto de 2008 y en el que se ve a un señor sin pelo en una camilla, identificado bajo el siguiente rótulo: “Paciente acromegálico de 48 años que se intenta intubar desde hace 2 años”.
La decisión del diario El País de publicar esta foto en portada, para retirar los ejemplares tras ser distribuidos, no se ve muy coherente. Es cierto que la compraventa de “pescado podrido” es cosa corriente en el periodismo contemporáneo, y muy pocos se rasgan las vestiduras después. Cualquier editor está sujeto a la contingencia de publicar información que no ha sido debidamente confirmada, contrastada o corroborada con fuentes confiables y próximas: a esas leyes se exponen en forma permanente quienes corren detrás de un bien aún sumamente preciado, un intangible de la hora: la primicia. En rigor, no hay tanta prisa por la verdad, sino por llegar primero, incluso a riesgo de no saber adónde, ni cómo ni para qué.
Despreciada por El Mundo
El rechazo de la foto por parte del diario El Mundo, por el contrario, guarda una historia de cordura detrás, que no se aleja de la ambición por el impacto, pero que incluso así, recorre cierta estructura neurálgica del sentido común, respaldada por un experimentado equipo que no ofreció divergencias acerca de la decisión a tomar.
Relata Ángel Casaña, redactor en jefe de Multimedia de El Mundo, que la “cocina” del descarte fue como sigue: “El pasado martes, el comercial (vendedor, en la jerga) de la agencia G3 contactó con la sección Multimedia a través de Carlos García, jefe del área fotográfica. Según sus palabras, se dirigía personalmente a nuestra sede a mostrar un documento excepcional, una exclusiva mundial. Cuando nos mostró la fotografía, a Carlos y a mí nos surgieron varias dudas: efectivamente parecía ser Hugo Chávez, pero cómo comprobar la fecha exacta de la foto. Ese sería el único valor de la imagen. Es decir, si la imagen fuera muy reciente, desmontaría la tesis de Caracas según la cual el presidente de Venezuela progresa satisfactoriamente. Pero si fuera de operaciones anteriores, no tendría ningún valor.
El precio de salida era de 30.000 euros. Una cantidad absolutamente desmesurada que ni siquiera entramos a discutir. Se nos ofrecía exclusiva mundial.
La foto pasó luego a manos del director adjunto, Iñaki Gil, quien la comentó con el director, Pedro J. Ramírez, y otros miembros del directorio. Éstos se plantearon de entrada cuestiones de ética profesional: ¿estaríamos atravesando la barrera del derecho a la propia imagen? Este era el principal obstáculo. La única salvedad sería que se nos ofreciera la posibilidad de tener una buena historia que contar, que justificase su publicación.
Le trasladamos esa exigencia al mencionado comercial. Primero, la posibilidad de saber con toda exactitud quién, cómo y cuándo había tomado esa foto. Segundo, conocer si esa imagen desmontaba alguna maniobra política venezolana. Tercero, le hicimos saber que en cualquier caso nunca pagaríamos el precio mencionado. A lo sumo una cantidad infinitamente menor por la exclusiva española si se publicaba en otros medios: Paris Match, algún periódico serio británico, etc.
La conversación se pospuso hasta que la agencia G3 pudiera ofrecer todos los datos que le pedíamos. No teníamos ninguna presión de tiempo, no teníamos prisa por publicarlo, tan sólo saber si estaba justificada la publicación de esa foto, si había un argumento que lo apoyara.
No volvimos a saber nada de la famosa foto hasta 24 horas más tarde, cuando el mismo vendedor le comunica al jefe gráfico que la imagen ha sido vendida a otro medio (por un precio que ignoramos).
La noticia tiene varias vertientes. En primer lugar, en este caso el diario El País no tomó las debidas precauciones. Probablemente acuciado por las constantes exclusivas de El Mundo, el director del mencionado diario debía sentir la necesidad de sacarse un as de la manga. Una carta envenenada. Con toda seguridad, el debate interno no existió en este caso.
En segundo lugar, este periódico patina ampliamente al mostrar tal supuesto documento gráfico sin justificación literaria alguna. Sin estar apoyada en ninguna información. Sin contar los detalles de cómo ha sido obtenida. Quienes publicaron esa imagen no se plantearon las reglas básicas de primero de periodismo: quién, dónde, cómo, cuándo y por qué. El secretismo que pretende levantar se alivia con información, no con más confusión. El problema para un periódico es que la falla de credibilidad es tal, que volver a levantar el pabellón se antoja un trabajo titánico”.
Maduro madura el KO
El Gobierno venezolano ha señalado que emprenderá acciones legales contra el diario ‘El País’, tras la publicación de una fotografía falsa del presidente Hugo Chávez, que fue posteriormente retirada, en un incidente que el Ejecutivo venezolano tildó de “aborrecible” y “temerario”.
El canciller venezolano, Elías Jaua, indicó en una comunicación telefónica con una rueda de prensa en Caracas que dio instrucciones al embajador de Venezuela en Madrid, Bernardo Álvarez, para que se pronunciara, “pero además comenzara las acciones legales que (…) vamos a desarrollar contra ese diario”.
“El vicepresidente ejecutivo (Nicolás Maduro) nos ha orientado a tomar las acciones conducentes a una demanda legal contra ese diario por los hechos de ofensa grave a los cuales se sometió la dignidad del presidente de la República con una foto falsa”, agregó en una rueda de prensa que estaba ofreciendo el ministro de Comunicación, Ernesto Villegas.
El diario inserta su edición de papel del viernes y en la web una nota reiterando las disculpas por la foto que “nunca debió publicar”. Explica en esa nota que al preguntar a la agencia sobre el origen de la foto y las circunstancias en que se habían obtenido, la agencia les señaló que procedía de una enfermera cubana que la había distribuido a través de su hermana, residente en España.
Villegas dijo en la rueda de prensa que el agravio cometido no se resarcía “en modo alguno con las magras disculpas ofrecidas por la empresa de difusión masiva a sus lectores” y afirmó que en “su arrogancia” no extendió sus excusas al presidente venezolano, a sus familiares y al pueblo venezolano. No especificó las acciones legales que tomará Venezuela, aunque sí indicó que el Gobierno “hará uso de todas las herramientas legales a su alcance para proceder a resarcir el daño causado” a Chávez y a la sociedad venezolana.
La noticia deseada
No constituye novedad que los grandes conglomerados periodísticos enfrentan a los gobiernos al difundir información que el poder considera “sensible”, pues se contrapone a sus intereses informativos. Lo sabemos muy bien por aquí, y también en todo el mundo. Tampoco es la primera vez que por golpear primero, por derribar a su eventual oponente, ideológicamente hablando -¿queda alguien que ignore algo acerca de los fuertes intereses ideológicos que motorizan, sustentan y patrocinan los medios masivos de comunicación?-, un medio es derribado con ‘la fuerza del judoka’, es decir, con su propio impulso. Estar ajustado, preparado, advertido y a sabiendas de lo que acontece es tan natural al judo como a la actividad periodística aceitar las redes de control de calidad y veracidad para cuando el olfato falla o la ambición ciega. El tiempo, esa tremenda columna vertebral sobre las que nos paramos a construir, también puede ser el factor desencadenante de la propia destrucción si no se lo utiliza en forma y estilo. Hay un tiempo para todo, incluso para sentenciarse a muerte periodística.
Sostiene el periodista y filósofo argentino Miguel Wiñazki en su fantástico libro “La noticia deseada”, que a veces los medios están impedidos de construir la noticia según la realidad, porque el público no la acepta, y así, a la inversa, en un juego perverso y paradojal de realidad versus ficción, los medios quizá sucumban ante la presión por una verdad ajustada al deseo del público. Entonces, simplemente se dedican a complacer, a congraciarse, a inventar para no perder adhesión, génesis de la noticia deseada.