A mitad de camino entre el ‘co-working’ y el alquiler de habitaciones en Airbnb, estos lugares ofrecen un espacio temporal en el que compartir experiencias con otras personas.
Elise (belga, 29 años), Keith (neoyorquino, 42) y Nam (de Nueva Orleans, 21 años) han pasado la noche juntos. A juzgar por su manera de tratarse y comportarse en esta mañana nublada, mientras observan las pantallas de sus móviles, se terminan de vestir o revisan las fotos en sus cámaras, nadie diría que no hay ninguna familiaridad especial entre ellos. Charlan distendidamente, entran y salen de la habitación. Elise se hace un café y Keith organiza su mochila para marcharse. Anoche se conocieron y cada uno seguirá camino hoy mismo, mañana o pasado. Los tres están de paso en Los Ángeles. Elise, Keith y Nam han dormido juntos, pero no revueltos; han compartido habitación, pero no cama. Han dormido cada uno en la suya. O mejor dicho, han dormido cada uno en su ‘pod’.
Con una cabecera de pizarra donde está escrito el nombre de pila de su ocupante, y una pizarrita blanca en la pared donde esta escrita una frase que le inspira o define, el ‘pod’ es un pequeño habitáculo con colchón, una pantalla de tv y varios enchufes donde una persona puede dormir, trabajar y descansar. Aunque hay dos filas a lo largo de cada pared de un gran loft, una a nivel del suelo y otra por encima, cada ‘pod’ es más independiente que una litera, encastrado en una estructura de celdas de madera como una colmena humana. Que es lo que es Podshare, el experimento de convivencia urbana puesto en marcha por Elvina Beck hace cuatro años por el que han pasado ya más de 5000 habitantes temporales.
Este Podshare, recién inaugurado, en el distrito de las artes en el centro más industrial de la ciudad, tiene 18 nichos con sus respectivas pantallas y enchufes y colchones de viscoelástica. Cuatro tienen colchón de matrimonio. Hay dos duchas y dos retretes y un lavabo alargado que compartir. Una nevera, un microondas y una zona de trabajo con mesas corridas subiendo las escaleras. A las diez la jornada se considerada comenzada; a las 11 de la noche se apagan las luces, aunque cada uno puede leer, ver la tele o escuchar música en su cama. Lo único que está prohibido en Podshare es el sexo.
“Creo que se nota que de pequeña me prohibían las fiestas de pijamas y nunca, nunca, pude ir a dormir a casa de una amiga”, dice Elvina Beck, la mente tras el concepto. “Por eso me divierte tanto vivir con más gente, gente diferente cada noche”. Beck, que efectivamente reside en sus propios podshares, es la personificación del emprendedor millenial californiano. Con apariencia de veinteañera a pesar de sus 31 años, habla de su negocio de manera articulada, con una mezcla de entusiasmo y visión muy característica. “Quería crear una marca, un concepto nuevo. Mi padre estaba convencido de que no funcionaría, decía que era una situación demasiado vulnerable, que la gente no quiere compartir dormitorio cuando deja la universidad, de que iba a ser incómodo… pero yo sé que muchos de mi generación quieren conocer a otra gente. Es parte de lo divertido de viajar solo. Creo que la gente necesita a la gente. Es extraño, te sientes conectado porque tienes toda esta gente virtual a la que no puedes mirar a los ojos o tocar. Estás ocupado, siempre mirando tu pantalla. Cuando vienes aquí la idea es conocernos todos, cuando entras, saludas, te presentamos. Es como recibir a un invitado en casa”.
Beck tiene otro Podshare en Hollywood y está apunto de abrir, con su socia Kera Package, un tercero en el barrio de Los Feliz, en el noreste de la ciudad. Podshare tiene su logo (que algunos usuarios han llegado a tatuarse), su marca y su web, y tendrá muy pronto su ‘app’ en la que sea posible ver en tiempo real quién está en cada ‘pod’ y conocer parte de sus perfiles de redes sociales. A 40 $ la noche en el distrito de las artes, o a 50$ en Hollywood, la mayoría de los visitantes son gente que viaja sola, que está buscando casa o trabajo, o que está trabajando temporalmente en la ciudad.
El concepto de ‘co-living’ se ha extendido en los últimos años como una continuación lógica al ‘co-working’ en una economía precaria y especialmente en grandes ciudades extremadamente caras como Los Ángeles. No es casualidad que Podshare nazca en esta inmensa urbe, cuya burbuja inmobiliaria la ha hecho la más inasequible del país, y donde casi la mitad de habitantes adultos comparten su vivienda con otro adulto o varios que no son pareja (el porcentaje más alto de todo EEUU). A las opciones de compartir apartamento se añaden cada vez más espacios de convivencia como Welive (una especie de spinoff de la compañía de espacios de co-trabajo Wework). Welive ofrecen alquileres relativamente baratos en edificios con salón, cocina y baño comunes. “Pero no es lo mismo que Podshare, no es verdadera conviviencia. No es un gran dormitorio, una sola dirección”, argumenta Beck. “Lo suyo es ‘co-living’ corporativo. No digo que no haya mercado para eso, claro que lo hay, siempre habrá gente que prefiera cerrar su puerta y tener su habitación privada”.
Las personas que viajan solas, su gran nicho
En el cruce entre el ‘co-working’ y Airbnb es donde se sitúa Podshare. Un 84% de sus ocupantes son personas que viajan solas. Según el último informe de Visa (Gobal Travel Intentions Study) el porcentaje de personas que viajan solas sube cada año (de un 17% a un 24% en 2015); en el caso de quienes viajan por primera vez, un 37%. Podshare está pensado para usarse de paso más que para instalarse. “Para mí es como ofrecer mi casa a visitantes y conocer continuamente gente nueva, soy más una anfitriona que una casera”, asegura su fundadora. “Creo que soy víctima del síndrome de la Luna de Miel… me encanta la fase en la que empiezas a conocer a alguien nuevo, y todo es emocionante y novedoso”.
Elise, la viajera belga de 29 años, es una experimentada mochilera y reconoce que no habría podido dormir en Podhsare de no ser por sus tapones para los oídos. “Pero también los necesitas en un hotel, o en un Airbnb… realmente sin tapones para los oídos no puedes viajar”, ríe. A Elise, que escribe mientras viaja y va visitando amigos, le encanta la posibilidad de compartir experiencias con otros huéspedes. Nam, desde el pod número 10, coincide: “Especialmente cuando viajas a una ciudad nueva, que no conoces… me gusta mucho poder compartir lo que has visto, charlar sobre ello. Creo que la gente de mi edad es cada vez menos sociable, estamos cada vez menos acostumbrados a hablar con desconocidos y más metidos en nuestro mundo online. Me gusta tener experiencias que no son solo online. Y no me importa esperar para la ducha, tengo muchísimos hermanos”, se ríe.
Keith ha venido a una entrevista de trabajo. “Puedo ir a un hotel y dejarme 1000 dólares en dos noches, o puedo venir aquí y pagar 80. Estoy mayor para un hostal y además no suelen estar muy limpios. En el hotel te sientes solo, me gusta disfrutar de la compañía de otra gente que también está de paso”. Y aunque Keith reconoce que no traería a sus sobrinos, es posible alojarse en Podshare con niños.
“A los millenials nos gusta el acceso, nos gusta lo asequible. Y nosotros somos como Starbucks, asequibles, accesibles, sabes lo que vas a obtener por tu dinero. En lugar de comprar un edificio y poner 100 camas juntas, preferimos poner diferentes Podshares en diferentes zonas de la ciudad, así hay para todos los gustos. Puedes dormir una noche en uno y si durante el día te viene mejor pasar por otro en otro barrio, entras, cargas tu teléfono, conoces a la gente que se aloja allí”, explica Beck. “A la gente le parece un hostal 2.0. Puede ser que no sea nada nuevo, pero yo tengo claro lo que quiero y lo ofrezco a la gente .¿Alguien más lo está haciendo? No”.
¿Y cómo se mantiene la convivencia y el buen rollo con tanto desconocido entrando y saliendo? A Beck le gusta usar palabras como “pre-screen” y “post-profile”: “Cuando te apuntas en Podshare pedimos que compartas información de redes sociales; de esta manera podemos hacernos una idea de qué tipo de persona eres.. si tienes una esvástica en tu foto de perfil, igual te convencemos de que este no es el mejor sitio para ti… o igual lo tenemos todo ocupado”. En cuanto al post-profiling Beck y Package guardan una lista de “dinosaurios”, aquellas personas que no han pagado o han tenido alguna actitud antisocial, para que no repitan: “Pero en estos cuatro años no ha habido más de doce”.
El hecho de conocerse todos y de compartir hace que en Podshare sea más difícil que haya ataques, violaciones, problemas, asegura Beck. “Lo cierto es que esa es precisamente la razón por la que cada ‘pod’ no tiene cortinas: siempre hay más de seis pares de ojos viéndolo todo, y esto en sí mismo es suficiente para quitar la idea de hacer algo malo a cualquiera. Es como un sistema de vigilancia que evita que la gente haga cosas antisociales, o estén besándose por ejemplo”. En cualquier caso son ella y Package las que se ocupan personalmente de gestionar las reservas y los registros. Podshare goza de buenas notas tanto en Yelp como TripAdvisor.
Aunque de momento Beck y Package no quieren morir de éxito, y piensan centrarse en Los Ángeles y quizá San Francisco (otra ciudad de alquileres notoriamente astronómicos), Beck sin duda tiene una imagen clara en su cabeza de lo que Podshare podría ser en un futuro de adultos nómadas, en perpetuo movimiento, conociéndose y compartiendo en una economía colaborativa, de “habilidades” y no profesiones, de trabajos “bajo demanda” por los que se cobra a la hora, y de hogares también a demanda, a través de una gran red de localizaciones similares pero distintas. “Mi modelo es Dunkin Donuts, Starbucks. Podshare es como el bar de la esquina, pero con camas. No veo por qué no puede acabar convirtiéndose en un movimiento global”.