Por los muertos, o más muertos

Cuidado con esa consigna que está en el ánimo de los egipcios. Por cuarta vez en un año están ocupando las calles de El Cairo, dispuestos a no retroceder ni un centímetro en su voluntad de cambio.

No querían a Mubarak. No querían una “mubarakización” sin Mubarak. Y no la van a tolerar ni siquiera de la Hermandad.

Convengamos que aquella impresionante Primavera Árabe (que no ha terminado) tuvo, tiene y tendrá que combatir mucho, bravamente. No sólo contra un régimen sobre el que ya triunfaron sino también contra un “estilo” de hacer política que viene de tiempo inmemorial. Alguna vez hemos dicho que los rusos son “expansivos” por tradición zarista soviética, o que los chinos son autoritarios por historia imperial primero y comunista después. De igual modo, vale decir que los egipcios tienen cuatro mil años de gobernantes semidioses, intocables, apoyados antes por sacerdotes Amón Ra y ahora por los mullah del Islam. En medio el autoritarismo franco-británico o el de las propias Fuerzas Armadas, salieron sus últimos tres gobernantes: Nasser, Sadat y Mubarak, más de medio siglo reinando en el Nilo.

Es difícil que los pueblos se separen drásticamente de tanta rémora instalada en los genes acompañando en buenas y malas, en la riqueza faraónica y en la pobreza actual, siendo imperio o sometidos por otros. Cada uno es lo que es; y todos tienen por qué serlo. La juventud egipcia apostó fuerte a un cambio profundo que no será gratis. El primer capítulo costó 300 muertos. Y si hacen falta más, parecen estar dispuestos a pagarlos.
De hecho, un adolescente de 15 años simpatizante de los Hermanos Musulmanes, murió, y otras 40 personas resultaron heridas en enfrentamientos entre manifestantes y la policía en el pueblo de Damanhoor en el delta del Nilo. Todo esto porque el presidente Mursi (o Morsi, depende la traducción) emitió decretos que le permiten asumir un poder casi absoluto y colocarse por encima de cualquier tipo de supervisión, incluso la de los tribunales. Es decir, más de lo mismo. Pero esta vez, paradójicamente, llevado a cabo por quien representaba la más dura oposición hacia quienes usaban esa misma metodología.
El domingo pasado, un grupo de manifestantes se enfrentó con la policía en la Plaza Tahrir, donde comenzó la sublevación que derrocó a Mubarak en 2011. Las autoridades informaron que hubo 267 detenidos, 164 policías lesionados y más de 500 civiles con distintos niveles de golpiza en el cuerpo.
Egipto no es un país fácil. A nivel interno, se lo comprometió económicamente con fuertes inversiones en el área de Defensa, haciéndole el juego al Complejo Industrial Militar que disfrazó la situación como “colaboración para darle la seguridad” de que Israel no volvería a atacarlo. Con ese cuento, hace años (treinta) gastan fortunas que podrían haberse volcado a una mejora en la calidad de vida; que por cierto, es pésima. Agréguese la desfachatez de dirigentes como el desaparecido Mubarak, que dejó el poder con una fortuna superior a la de Bill Gates (casi el doble).
Sin democracia real, sin prensa independiente, sin fuentes de trabajo, malgastando los recursos del turismo y del paso por Suez, los jóvenes salieron a la calle a principios de 2011 e inundaron la Plaza Tahrir, hoy ícono mundial. Reclamaron cambios que las Fuerzas Armadas prometieron pero no cumplieron, subiéndose a la ola, habida cuenta de su imposibilidad por contenerla.
Pero esas FFAA dejaron las cosas por la mitad. Apoyaron (más bien, dejaron hacer) el derrocamiento de Mubarak, pero retacearon durante meses lo que había sido el principal objetivo: elecciones libres y verdaderamente democráticas, con la presencia de todos los candidatos y la autorización de que la Hermandad Musulmana volviera por sus fueros. De hecho, y a pesar de los múltiples intentos del gobierno de transición, terminaron imponiendo a su candidato en las primeras elecciones libres de su historia contemporánea. El punto es para qué, si no habrá cambios. ¿Murieron trescientas personas solamente para cambiar de collar?
El ahora presidente Mursi asegura que su blindaje judicial es temporal y apela al diálogo con los partidos. Asegura que no pretende concentrar poderes. Insiste en que su decretazo busca preservar la imparcialidad judicial como única vía para la “exitosa transición democrática” a través de una nueva Constitución.
El Premio Nobel de la Paz (y candidato opositor, con baja performance) Mohamed el Baradei apuntó, en una entrevista con la revista alemana Der Spiegel ytambién en otros medios, que actualmente existe el peligro de una guerra civil en Egipto. “Ni siquiera los faraones tuvieron tanto poder como él”, elaboró en una poco original comparación. Mursi, que ya había intentado previamente destituir al fiscal general del país Abelmeguid Mahmud, finalmente lo logró nombrando en su lugar y por cuatro años al magistrado Talaat Ibrahim, cuya designación pasa a depender de la Presidencia y no de los jueces.
En las últimas semanas, al igual que hoy, el centro de la capital era un hervidero de personas comentando sus diversas posturas en corros y paseándose entre banderas de movimientos juveniles, partidos liberales y otros estandartes que pedían la dimisión del Gobierno. Otros jóvenes manifestantes que aseguraron a la Agencia española EFE que “el ‘rais’ está intentando mejorar el país, pero muchos no quieren que haga nada y por eso no va a durar mucho tiempo”. Diferentes muestras de apoyo a Mursi han sido igualmente organizadas en los últimos días por los Hermanos Musulmanes y el Partido Libertad y Justicia, a los que pertenecía el islamista antes de ser presidente. Mientras tanto, la fragmentada oposición optó por aunar esfuerzos para hacerle frente.
Por supuesto que los mercados no podían estar ausentes. Su omnipresencia mundial acusó el impacto del nuevo levantamiento, a tal punto que la Bolsa egipcia cayó 9,59% en un día. En lo que fue la mayor pérdida desde el caos de febrero 2011, las pérdidas llegaron hasta los 15.000 millones de libras egipcias, equivalentes a casi 2.500 millones de dólares.
Los operadores de Bolsa señalaron a diferentes medios de comunicación locales que el detonante fue la polémica declaración constitucional del presidente de ubicarse por encima de otros poderes del Estado y disponer que todas sus decisiones sean “inapelables y definitivas”. Las operaciones bursátiles fueron suspendidas durante 30 minutos después de que las acciones se desplomaran en la primera sesión. Sin embargo, el descenso de los números continuó apenas se reactivó el flujo de las acciones.
En medio de este aquelarre, la tensión entre Hamas (con mucha base de la vieja Hermandad Musulmana) e Israel obliga a tomar posición ya que, además, lo que haga Egipto es clave para agravar o no el problema. Es más, casi diría que la incorporación de Gaza a Egipto es la única garantía para que Israel vea casi imposibilitada su intervención militar. Pero eso significaría dejar la idea del Estado Palestino sólo para Cisjordania, hipótesis de difícil cumplimiento.
Morsi está haciendo malabares. Denunció y amonestó a Israel, retiró al embajador de Egipto en Tel Aviv y envió a su Primer Ministro a Gaza. Pero hasta el momento, Egipto no cruzó ninguna línea roja. El principal obstáculo que enfrenta es la insistencia de Hamas de condicionar la tregua a que Israel ponga fin al sitio de Gaza y a las matanzas selectivas. Para los líderes egipcios, el desafío es convencer a Hamas de que reduzca sus demandas y detenga las hostilidades.
Ahora, ¿cómo gestionar una paz hacia fuera cuando adentro hay ambiente de guerra? Porque o se hace algo, o los 300 muertos del 2011 tendrán compañía.

por Rodolfo Olivera

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