Los últimos días han sido movilizadores en el mundo occidental y cristiano. Hacía más de cinco siglos que un Papa no renunciaba a su trono. La corrupción ha llegado no sólo a las finanzas del Vaticano sino también a miembros intocables de una corona obsoleta e innecesaria. Y como si esto fuera poco, Chávez sucumbió ante su enfermedad.
Quizás el caso español sea el que menos pasiones despierta; salvo que usted sea un contribuyente de la Madre Patria y esté sufriendo en carne propia la larga crisis económica que desde hace más de tres años ha destruido gran parte de la recuperación española que costó casi dos décadas conseguir. A esto debe sumarse el hecho de tener que mantener con los impuestos a mucha más gente que si viviera en un República; y que, además, ha estado haciendo negocios muy poco claros. Una familia Real no es algo barato: un rey, su reina, el príncipe heredero con esposa e hijas, más dos infantas con hijos y parejas, significan un gasto mensual importante.
Para quienes nunca vivimos en una monarquía es muy difícil comprender por qué ciertas sociedades aceptan “invertir” dinero en la realeza, a la que se suman los gastos propios de una democracia en sus tres poderes en pleno funcionamiento. Creo que los argentinos criticaríamos hasta el último caramelo que le pagáramos a las nietas de Su Majestad. Y en España, mientras las cosas estaban bien para todos, no se escuchaban demasiadas quejas. Pero hoy, cuando muchos españoles están viviendo un mal momento económico e incluso varios perdieron sus casas, comenzaron a contar hasta los centavos de euros.
Partidarios o detractores de su figura, la muerte de Chávez no pasó inadvertida por nadie; toda América Latina se sacudió con la noticia.
Pero como las cosas siempre pueden estar peor, Don Juan Carlos, el que mandó a callar al hoy fallecido Hugo Chávez en una Cumbre Iberoamericana y del que siempre se dijo que era muy amigo de “facilitar” negocios a sus allegados, no puede descansar tranquilo después de la última de las operaciones que se le han realizado desde el pasado año. Su “muy especial amiga” princesa Corinna Sayn-Wittgenstein, la para él muy joven austríaca que lo acompaña desde hace ya varios años, ha roto el silencio sólo para empeorar las cosas.
De más está decir que Corinna no es ni princesa ni Wittgenstein. Ambas cosas son heredadas de su segundo ex esposo; al que, quizás por un extraño cariño fraternal, le sigue usando el título y el apellido. Y no es fácil explicar qué papel cumplía no sólo en los viajes del Rey, de estricto protocolo o de placer como los de cacerías de elefantes; sino también en la hoy tristemente famosa Fundación Noos utilizada por el yerno del rey, Don Iñaki Urdangarin, para lavar dinero cobrado por muy oscuros contratos y que terminaba en cuentas de paraísos fiscales a nombre de otras tantas sociedades muy poco claras.
Por supuesto que el caballero ha tratado de desligar a su esposa, la Infanta Cristina, a la amiga del Rey y al mismo Monarca de la estafa. Pero el hecho de que el secretario de las Infantas estuviese involucrado, así como Corinna (hay mails que se han presentado en el Tribunal como pruebas de su participación), hace muy poco creíble que la Corona no supiera nada de los negociados del yernísimo.
La austríaca, desde Mónaco, afirmó que en realidad ha realizado trabajos “especiales” para el Gobierno de España, lo que armó un revuelo infernal y tanto el PP como el PSOE corrieron carrera para negar que le hayan pedido ningún trabajo confidencial a la dama; excepto que cuidara del monarca en los días de frío. ¿Usted se pregunta por la Reina? Yo también; tanta dignidad ya me cae un tanto mal.
Españoles en su país y en el mundo estaban muy ensimismados en sus problemas de crisis y corrupción cuando otra bomba estalló en el cielo cristiano. Benedicto XVI, el muy conservador Papa alemán, pateó el tablero cual revolucionario barbado y renunció al cargo.
Ratzinger es la antítesis al Papa anterior en cuanto a carisma, no así en inteligencia. Un teólogo reconocido por su sagacidad y por la profundidad de sus escritos, un académico que se mueve como pez en el agua en las aulas universitarias y que siempre fue renuente a las multitudes y el estrellato. Allí donde Juan Pablo II lucía sus mejores dotes actorales y deportivas, el escenario se convertía en sala de tortura para Benedicto XVI.
La Iglesia actual está atravesada por varios escándalos que, dicen, fueron las causas de su alejamiento. Luchó a su manera contra los abusos sexuales dentro de la Iglesia, un tema frente al cual el polaco barría la basura bajo la alfombra. Ratzinger fue claro y conciso, con él se acabaron los “retiros” honrosos y la defensa a cualquier costo. Quien delinquiera en ese aspecto terminaría como cualquier hijo de vecino, en el sillón de los acusados. Sin estridencias ni títulos periodísticos rimbombantes, los que estaban dentro de la Iglesia captaron inmediatamente que, en ese tema, el giro había sido total.
Trató de combatir la corrupción financiera del Vaticano poniendo en el Banco que le pertenece a un hombre de su entera confianza y experto en lavado de dinero, Ettore Gotti Tedeschi. Pero él mismo tuvo que renunciar después del conocido Vatileaks que involucró al mismísimo mayordomo del Papa en una trama, dicen, orquestada por el Cardenal Ángelo Sodano para bloquear los cambios que se buscaban hacer.
Ratzinger se encontró sin fuerzas suficientes para llevar adelante la pelea fundamental. Además de lavar la ropa sucia, el próximo Pontífice debe llevar a la Iglesia hasta el Siglo XXI; o pasará a la historia como uno de los últimos dirigentes de una institución que puede, por primera vez en 2.000 años de historia, cometer el error de no comprender al mundo que la rodea.
En eso estábamos todos cuando el tercer balde de agua fría cayó sobre nuestras cabezas. El Comandante Presidente Hugo Rafael Chávez Frías falleció luego de casi dos años de pelear contra el cáncer. Partidarios o detractores de su figura, la muerte de Chávez no pasó inadvertida por nadie. Toda América Latina se sacudió con la noticia.
El primer presidente de la zona abiertamente contrario al Consenso de Washington, militar devenido en socialista, carismático para algunos, demasiado caribeño para otros, demagogo para los demócratas más formales, amado por los más pobres de la región, lector sediento de la historia y la literatura del continente, creó un personaje que sirvió para sacar a relucir temas olvidados por décadas pero irresueltos en la región, como la pobreza, los grupos dominantes que se adueñaban de los países y la hipocresía de las Relaciones Internacionales.
Contemporáneo de presidentes como Lula, Kirchner, Bachellet, Lugo, Correa y Evo Morales, ayudó a crear, con todos los defectos que se quiera, una incipiente unión sudamericana que apenas una década antes (en los ’90) era impensable. Pretendió convertirse en el heredero político del eterno Fidel Castro, pero falleció con apenas 58 años, dejando al cubano sin un continuador claro para sus políticas revolucionarias.
Para los venezolanos, por amor o por odio, será inolvidable. Para el resto de Latinoamérica, también. Fue amigo de Argentina cuando todos nos daban vuelta la cara, y de eso las personas de buena fe no se deben olvidar. Ahora sí se calló, como quería Don Juan Carlos en aquella reunión. Pero mientras a él lo lloran millones, al Monarca lo cuestionan hasta en su propio palacio. Quizás debería llamarse a silencio él mismo, abdicar a favor de su hijo y recluirse en un monasterio a rezar con Ratzinger…
Tiempo de reflexión
Jesús Espeja es teólogo dominico. Nos recuerda, ante la renuncia de Benedicto XVI, que el Papa es el obispo de Roma, no el obispo del mundo. Y opina que se ha mitificado demasiado su figura. Según el Evangelio, “Pedro seguía a Jesús de lejos”.
“Yo creo que estamos en un momento muy bueno para reflexionar sobre lo que es la Iglesia. Pienso que el gesto que ha tenido Benedicto XVI al renunciar, independientemente de las causas que pueda haber habido, es un gesto profético muy importante. No sólo porque, discerniendo, ha descubierto que la voluntad de Dios es ésa y ha decidido desde su conciencia. También es la oportunidad para que recuperemos el sentido y el significado que tiene el ministerio del obispo de Roma como sucesor de Pedro”.
Seamos claros, afirma: a la Iglesia no podemos aproximarnos más que con la fe. “Los que reducen a la Iglesia a una entidad política, financiera o de beneficencia no han entendido lo que es la Iglesia. Ni tampoco los cristianos que quieren disculpar a la Iglesia de sus pecados y sus lacras”.
La visión de Leonardo Boff
“Conocí a Benedicto XVI en mis años de doctorado en Alemania entre 1965-1970. Él leyó mi tesis doctoral: ‘El lugar de la Iglesia en el mundo secularizado’ y le gustó mucho, hasta el punto de buscar una editorial para publicarla. Después trabajamos juntos en la revista internacional Concilium, cuyos directores se reunían todos los años en la semana de Pentecostés en algún lugar de Europa. Mientras los demás hacían la siesta, él y yo conversábamos sobre temas de teología, sobre la fe en América Latina, especialmente sobre San Buenaventura y San Agustín, de los cuales él es especialista.
Después, en 1984 nos encontramos en un momento conflictivo. Él como juez mío en el proceso del ex-Santo Oficio movido contra mi libro ‘Iglesia: carisma y poder’ (Vozes 1981). Ahí tuve que sentarme en la silla donde, entre otros, se sentaron Galileo y Giordano Bruno. Me sometió a un tiempo de ‘silencio obsequioso’, tuve que dejar la cátedra y me fue prohibido publicar cualquier cosa. Después de esto nunca más nos volvimos a encontrar”.