La caída del Espírito Santo y la venta de PT ponen en cuestión la fortaleza del país.
“Portugal no se puede desarmar. Los órganos de la soberanía deben interpretar fielmente la búsqueda del bien común que es propiedad de la Nación”. Aunque lo parezca, Portugal no está siendo agredida bélicamente, sino, al parecer, desarmada económicamente. Hoy es Portugal Telecom, un pilar del país, convertida en moneda de cambio de la brasileña OI, ayer los hospitales, anteayer la red eléctrica y la red del agua.
Políticos, economistas, académicos, de la derecha del país (CDS) a la izquierda (Bloque de Izquierda), han suscrito un manifiesto para detener la desertización empresarial. “La gravedad de la situación de PT es incompatible con silencios y omisiones”, continúa la Apelación para el rescate de PT. “Está en juego el interés nacional en su más genuina interpretación. Está en juego la búsqueda del bien común y la defensa estratégica de la soberanía nacional. Por eso exigimos de las autoridades políticas y públicas una actuación intensamente activa”.
PT es el último caso de pérdida de tejido industrial, acelerada en los últimos años con el programa de privatizaciones que exige la troika, y en los últimos meses con el derrumbe del Banco Espírito Santo (BES), que no se puede achacar al FMI ni BCE ni a Bruselas. Ahora Portugal está en venta.
“Detesto las inversiones chinas”, estalló Alexandre Soares dos Santos, uno de los tótems empresariales nacionales, en el foro Examen a Portugal. “No aportan know how, no aportan gestión, no aportan nada de nada”. Al gran empresario de los supermercados Pingo Doce se le olvidó citar lo que está aportando China a Portugal: dinero.
Portugal no tiene dinero; las empresas no tienen dinero, la gente no tiene dinero (la alta tasa de ahorro del 14% significa miedo, aunque el paro haya bajado al 13,1%). “En este país las empresas no se crean con el dinero del empresario, se crean con crédito”, recuerda siempre António Costa, director de Diario Económico. Si hay beneficios, se van fuera; si hay quiebra, se la queda el banco y, ahora, quien ha quebrado es el banco que les cobijaba, el BES.
La presidenta del Consejo de Finanzas Públicas, Teodora Cardoso, confirmaba recientemente el mal: “La falta de capital de las empresas es un problema crónico. El problema de la deuda portuguesa radica en que no es solo del Estado, es también de las empresas”.
“La falta de capital es un drama”, explicaba en el mismo foro de empresario, el presidente de la constructora Mota-Engil, Gonçalo de Moura. “Las empresas no pueden crecer solo con financiación bancaria”.
Salvador de Mello, que dirige el grupo de sanidad privada José de Mello Saúde, es el más optimista. “Creo que es posible crecer al 3% anual”, aunque ni el mismo Gobierno lo cree, al prever un 1,5% para 2015 (el 1,3%, dice la CE). Para De Mello, la fórmula pasa por reducir el gasto público y el peso del Estado. “Tenemos que abandonar de una vez, el concepto de Estado-empresario en favor del Estado-regulador”. El ejecutivo coincidía, en parte, con la crítica de Soares de Santos al dinero que llega. “Me gustaría que fuese productivo y no solo transferencia de propiedad, como está ocurriendo”.
El exministro de Finanzas Medina Carreira es más pesimista sobre el futuro de Portugal. “En este panorama europeo, con la incapacidad para atraer inversión y la incapacidad para reducir gasto público, estamos en camino de una gran crisis financiera pública. Es muy probable que en un plazo relativamente corto, Portugal tenga unos soberanos financieros mandados por los acreedores”.
Después de tres años de vigilancia, la troika se marchó de Portugal en mayo. La pasada semana regresó para ver cómo iba el país sin ellos. Su informe, publicado el miércoles, no deja lugar a dudas: “(…) el esfuerzo para reducir el déficit estructural presupuestario disminuyó claramente. El empeño en las reformas estructurales se debilitó”.
El exministro recuerda que el ajuste se debía hacer, según el compromiso contraído con la troika, en dos tercios por la vía de la reducción de gasto público y en un tercio por el aumento de recaudación. La realidad es que el recorte del gasto, en lugar de ser un 66% del ajuste, solo supone un 22%, por lo que el peso de los impuestos ha subido del 33% al 78% del ajuste, con el consiguiente estrangulamiento del consumo de la gente, que tiene que pagar 2,85 euros por subirse al tranvía o 15 para ser atendido en urgencias.
No extraña así que esta semana los auditorios portugueses se hayan llenado para oír cantar a Patxi Andion aquello de “nos pasarán la cuenta, y tú, tendrás que pagar, y yo, tendré que pagar también; habrá que pagar”.