Preocupa el incremento de padres que no quieren vacunar a sus hijos

Reaparecen enfermedades al tiempo que crecen los grupos antivacunas.

Niños-vacunadosEn Barcelona, el mes pasado un chico de seis años murió por difteria, es una enfermedad respiratoria, que puede llegar a ser mortal o dejar secuelas cuando ataca al corazón y al sistema nervioso central. Hacía 29 años que no se registraba ningún caso en España. La vacuna contra la enfermedad figura en el calendario voluntario de vacunación infantil de ese país. Pero el niño no la había recibido. El caso reavivó el debate sobre los padres que se niegan a vacunar a sus hijos.
Cinco días antes de ser hospitalizado, el chico comenzó a manifestar malestar general: dolor de cabeza, molestias en la garganta al comer y fiebre. Los síntomas se agravaron. Cuando lo internaron en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital Vall d’Hebron, de Barcelona, tenía afectadas las funciones respiratorias, cardíacas y renales. Al mes se murió.
“Deseo y espero que este desgraciado contagio lleve a una reflexión colectiva”, manifestó en su momento el consejero de Salud de la Generalitat, Boi Ruiz, y apeló a la “responsabilidad” de los que ponen en duda la eficacia de las vacunas. “El debate científico está cerrado hace muchos años. Deseamos que esto no vuelva a pasar nunca más. Es muy triste que en un país donde nadie tiene dificultad para acceder a las vacunas se produzca una situación como esta”, sostuvo.
Pese al llamado de “consciencia”, el funcionario español evitó abrir un debate sobre la obligatoriedad versus el carácter opcional de las vacunas. A diferencia de Argentina, en España no son obligatorias. La decisión corre por cuenta de madres y padres. Sólo pueden forzar a una familia a vacunar a sus hijos cuando detectan un riesgo concreto para la salud pública.
También en la mayoría de los estados de Estados Unidos (con excepción de Mississippi, Virginia del Norte y California) los padres pueden negarse a vacunar a sus hijos por motivos religiosos, filosóficos o médicos.
En el verano pasado un brote de sarampión originado en Disneylandia (afectó a 121 chicos) encendió la alarma. El sarampión se consideraba eliminado de América desde 2002. Distintas autoridades alentaron la vacunación.
Aunque todavía son minoría, en Estados Unidos y en algunos países de Europa crecen los grupos antivacunas. Son padres y madres, generalmente naturistas, que se niegan a introducir este tipo químicos en el cuerpo de sus hijos, ya que los consideran nocivos.
Si bien en Argentina es obligatorio cumplir con el calendario de vacunación (la ley nacional 22.909 lo establece) también existen grupos que se oponen y buscan la manera de sortear la norma. Algunos colegios de pedagogía alternativa apoyan la postura antivacuna y, en consecuencia, no le exigen a los chicos el certificado.
A nivel local, especialistas aseguran que la situación es bastante buena. “En La Plata el porcentaje de vacunados crece año a año”, dice Jaime Henen, secretario de Salud de la comuna, y se lo adjudica a las campañas de “concientización barrial”.
A lo largo del año pasado se aplicaron 84.362 dosis en el Hospital Noel Sbarra (principal centro de vacunación), un número superior a las 66.999 que se suministraron en 2013. Sin embargo, al igual que en otras ciudades, también hay quienes se oponen a las vacunas y otro tanto que no cumple con el calendario de vacunación porque desconocen la obligatoriedad o le restan importancia.
Silvia González Ayala, profesora titular de infectología en la facultad de medicina de La Plata y miembro de la Comisión Nacional de Inmunización, cuenta que hace unos años en la Ciudad se registró el caso de una mamá que no quería vacunar a su hijo y su ex marido (y padre del chico) llevó el caso a tribunales. “Recién después de siete años salió el fallo definitivo y la madre tuvo que vacunar al chico. La justicia en este aspecto es muy lenta. En el medio el nene se enfermó dos veces”, cuenta.

¿POR QUÉ ALGUNOS SE OPONEN A LAS VACUNAS?

“Las vacunas no son efectivas y tienen elementos muy perjudiciales para la salud. Pueden aumentar un 50 porciento la mortalidad en poblaciones carecientes porque son complejos inmuno-tóxicos, que traen múltiples efectos adversos”, planteó en diálogo con EL DÍA el pediatra homeópata Eduardo Yahbes, una de las caras visible del sitio Libre vacunación.
Quienes se oponen a las vacunas suelen ser naturistas y estar vínculados a corrientes alternativas, sobre todo en ámbitos como la educación y la medicina. Muchos se tratan con homeopatía o adscriben al ayurveda, que es un sistema médico que nació en la India hace unos 5.000 años. Exige dietas especiales y medicamentos a base de hierbas para “despertar el equilibrio natural del sistema para curarse a sí mismo”.
Yahbes plantea que las vacunas “no inmunizan”. Dice que cuando hay un brote de alguna epidemia (como el de sarampión que hubo en Estados Unidos) “los primeros afectados son los chicos vacunados”.
“Además aumentan la incidencia de distintas enfermedades crónicas hasta en un 500 porciento”, dice el homeópata. Los grupos antivacuna las asocian a casos de asma, alergias, trastornos del aprendizaje, autismo, desórdenes de la atención y diabetes, entre otros males.
El británico Andrew Jeremy Wakefield publicó en 1998 una investigación en la que vínculaba a la vacuna triple vírica con la aparición de autismo y ciertas enfermedades intestinales. Pero en 2010 su informe fue desacreditado por el Consejo Médico General de Reino Unido. El ex cirujano fue acusado de fraude y en consecuencia le retiraron la licencia para ejercer la medicina en Reino Unido.
Aunque la comunidad científica desestimó las conclusiones a las que había llegado Wakefield, luego de la publicación de su tesis descendieron los índices de vacunación en Estados Unidos, Reino Unido e Irlanda. Como consecuencia aumentaron los casos de sarampión y paperas.
“Lo que dicen los antivacuna son absolutas mentiras y es una lástima que se difunda. Los argumentos que dan para desalentar la vacunación son peligrosos para la sociedad, porque algunas personas les pueden creer”, lamenta Amadeo Esposto, jefe del servicio de infectología del Hospital General San Martín de La Plata. Y asegura: “Existe evidencia científica contundente que certifica la eficacia y la seguridad de las vacunas. Pero la protección no dura para toda la vida, por eso son necesarios los refuerzos”.
El infectólogo plantea la necesidad de erradicar la idea de que las vacunas son nocivas para la salud. “El impacto de las vacunas se ve reflejado en el aumento de la expectativa de vida”, señala.
En este sentido, Henen coincide y asegura que tanto el agua potable, como las vacunas y los antibióticos fueron avances significativos que tuvieron un gran impacto social. “Son ignorantes quienes sostienen lo contrario. Los posibles efectos adversos son mínimos en comparación con los beneficios”.
“Es imperdonable la muerte por difteria del chico en España. Las vacunas están disponibles, y rechazarlas no sólo supone riesgo individual sino también colectivo”, dice González Ayala.
Los más vulnerables en caso de reaparición de una enfermedad son quienes por alguna razón no pueden ser inmunizados: como menores de un año, mayores de 65, embarazadas o personas que están bajo tratamiento de quimioterapia. “Si la mayoría de la población está vacunada el virus deja de circular y así se protege a los que por algún motivo no pueden hacerlo”, señala González Ayala.