Ex catequistas piden echar al padre Ghisaura por retirar imágenes de las Madres de Plaza de Mayo. Estamos en pie de guerra, advirtió el anterior administrador parroquial, que quiere mantener la memoria de un Jesús subversivo.
La reciente denuncia contra el nuevo párroco de la Isla Maciel, en Avellaneda, por su “polémica” decisión de retirar imágenes de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo de un convento, algo de lo que se hizo eco la prensa nacional, destapó en realidad el avance de una infiltración ideológica y de un adoctrinamiento en la Iglesia de los que sin embargo no se quiere dar cuenta.
Quienes se levantaron contra el padre Mario Ghisaura, designado en diciembre pasado al frente de la iglesia Nuestra Señora de Fátima, son un grupo de ex catequistas y el anterior administrador parroquial, Francisco Olivera.
Los ex catequistas escribieron una carta pública al obispo Rubén Frassia para exigir el desplazamiento del nuevo sacerdote, que según ellos no sólo los removió de sus funciones sino que se propone borrar toda la obra que se venía haciendo en la parroquia.
Los denunciantes se quejan de que Ghisaura tapó en el interior del convento un mural del nacimiento de Jesús de estilo latinoamericano, y que también retiró imágenes de las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo y unos cuadros del padre Mujica, monseñor Romero y monseñor Angelelli. Del mismo modo, en el interior del templo hizo desaparecer un Paño de la Resurrección del Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, donde Jesús era acompañado de muchos testigos de la fe en América latina. En su carta, los ex catequistas evocan otras épocas recientes -ellos dan a entender que mejores- en las que se bajaban cuadros de genocidas.
En realidad, las paredes del convento y del templo aún están adornadas por murales que dejó el anterior sacerdote. En el frente del convento aparecen Mujica, Angelelli, Romero y, significativamente, las monjas francesas Alice Domon y Léoni Duquet, desaparecidas durante la última dictadura. En el interior hay otro donde aparece Hebe de Bonafini junto a los nombres de los desaparecidos de la Isla Maciel, y hay otro más en el templo, detrás del altar. Hay un continuo ideológico evidente en las figuras representadas, algunas de las cuales adscribieron al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo y colaboraron con los grupos armados de izquierda.
Frente al retiro parcial de estas imágenes también reaccionó el sacerdote Francisco Olivera, el antiguo administrador parroquial, que fue reintegrado a la diócesis de Merlo-Moreno, de donde provenía.
“Queremos mantener la memoria de un Jesús subversivo”, manifiestó el padre Olivera en un video publicado el jueves último, en el que aparece rodeado de Madres de Plaza de Mayo. “No vamos a permitir que el mural de las Madres, con la cara de Hebe y los desaparecidos de la Isla Maciel, sea tapado”, exclama. “Estamos en pie de guerra. Si siguen avanzando, ahí sí vamos a ir juntos”.
NO CORRESPONDEN
Cuando uno se acerca a la Isla Maciel, un barrio muy humilde en Dock Sud, observa que otras paredes aledañas también están adornadas con murales de temáticas diversas, lo que da una fisonomía particular al lugar.
El padre Ghisaura, de 42 años y barba poblada, recibe a La Prensa en el frente de la parroquia, temprano en la mañana. Viene de conversar con un grupo de personas que está armando una huerta.
Ghisaura da muestras de soportar con entereza el haber sido puesto en la picota, aunque lamenta las confusiones. Sonríe al evocar la fotografía que publicó un diario importante con gente blanqueando un mural, que en realidad corresponde a la cancha de San Telmo, como así también la presunción de que él no es pobre y no conoce la realidad del lugar, cuando es párroco también de Villa Tranquila, vecina a la Isla Maciel y tan humilde como ésta, desde hace diez años. En cambio menciona con pesar la creencia de que él cerró el comedor, cuando “estaba cerrado desde un mes y medio antes” de su llegada. Hoy reabrió el comedor de la capilla Itatí y ayuda a cocinar él mismo.
Sobre la supresión de las imágenes, explica en la entrevista lo que cualquier persona podía deducir con solo haber recibido una elemental formación religiosa, o incluso con mero sentido común: que lo hizo “porque no corresponden a un lugar de culto”.
Algunas imágenes “eran muy agresivas”, justifica el sacerdote. Una de ellas, dice, mostraba una planta de la que salían cabezas – la de un obispo, un hombre rico.- y al lado una tijera de podar para cortarlas, con la leyenda “cuando ayudás con la poda, colaborás con la Iglesia”. El sacerdote levanta la vista y apunta al mural que hay detrás del altar. Señala un fragmento donde se ve una olla popular y la leyenda “El hambre es un crimen”. “Esos no son los mensajes que debemos transmitir”, dice Ghisaura.
En el Magisterio de la Iglesia, expuesto en los Concilios, en documentos pontificios y en la enseñanza de los Santos Padres, hay precisas indicaciones sobre el uso de las imágenes de culto. El Concilio de Trento (1545-63), como ya lo había hecho mucho antes el de Nicea II (787), condenó los abusos que se cometen al exhibir imágenes que no tienen ningún fundamento en la Sagrada Escritura o en la tradición, o aquellas que contienen representaciones falsas, apócrifas, supersticiosas o que induzcan al error o a la idolatría.
“Lo que yo intento es volver a lo tradicional”, dice el padre Ghisaura, que recuperó para el interior del templo esculturas tradicionales de gran belleza, como una de San Vicente de Paul, un confesionario de madera que estaba arrumbado y de espaldas, y para más adelante planea reubicar el tabernáculo en un lugar central, detrás del altar, con un retablo también de madera, “algo digno”, comenta.
Ghisaura recuerda que la iglesia de la isla Maciel siempre había tenido una impronta tradicional gracias, en parte, a la obra del padre Leopoldo Subaukar, párroco casi desde el momento en que fue erigida como parroquia en 1940, hasta su muerte, ocurrida hace unos 13 años, y también en parte gracias a las hermanas de la Obra Pía María Mazzarello, la rama femenina de la Orden de Don Bosco, que habitaban el convento del lugar. Según el sacerdote, esto es algo que atestiguan los pobladores más añosos y que hoy sienten todos los fieles, disconformes con las innovaciones introducidas en estos últimos años que “desnaturalizaron la identidad de la iglesia”.
Así, señala que a la capilla Nuestra Señora de Itatí la rebautizaron Monseñor Romero “contra el sentir del pueblo”, y que a la capilla del convento, verdadero corazón de la obra evangelizadora en el barrio, donde comenzó todo, la desactivaron como lugar de culto. En el medio de la capilla construyeron una pared para dividir el espacio en dos, uno destinado a una futura sala de computación y otro para depósito. Ghisaura confía que cuando él llegó derribó otra vez la pared y anticipa que en dos semanas habilitará otra vez la capilla, previa bendición especial.
El sacerdote, que atiende hoy dos parroquias y sus siete capillas, asegura que lo que había antes no era catequesis sino “adoctrinamiento”. Se lamenta, en general, de que muchas veces el acento en lo social olvida la trascendencia y de que hay mucha confusión doctrinal.
Sobre quienes lo impugnan, afirma que la carta fue escrita por “gente de afuera” del barrio y que todo lo que se dice de él es una excusa para que no pueda ejercer.
Aclara que no tiene ninguna animosidad y que ésta “no es la obra del padre Mario. Es la obra de la Iglesia, que yo administro”.
“Ellos, en cambio, sí pretenden ser dueños”, dice. Y concluye: “Aquí intentó sentarse jurisprudencia en una parroquia, Nuestra Señora de la Paz, en la cual gente que tiene estas ideas se quedó con la iglesia. Creo que acá querían venir por ese lugar pero la gente se lo impidió”.