Se fueron en busca de bienestar económico, vuelven por los afectos.
En 2012, Rodrigo Tosti Ibáñez, de 30 años, cursó un máster en Administración de Negocios en la Universidad de Oxford, en Inglaterra. “Cuando lo terminé, trabajé dos meses en una consultora en Londres y me ofrecieron quedarme como líder de proyecto de la compañía. Era un buen puesto para un recién graduado”, cuenta.
Y agrega: “En mi trabajo anterior, en Buenos Aires, me habían ofrecido volver cuando terminara de estudiar, y, además de la oferta en Inglaterra, tuve otra en Paraguay. Pero volví por mi familia”.
Su historia es también la de otros profesionales jóvenes que, tras perfeccionarse en el exterior, deben enfrentarse con el gran dilema de regresar o quedarse.
El promedio de edad de los profesionales que estudian y trabajan en el exterior va de los 25 a los 35 años. “Están como máximo cinco años y, luego, vuelven”, explica María Olivieri, directora de Page Personnel en Page Group, consultora que recluta altos ejecutivos.
“Probablemente en Londres hubiera crecido más rápido, porque allá está muy institucionalizado el tema del MBA”, indica Tosti Ibáñez, que como tantos otros enfrentó el dilema de quedarse o regresar.
“Acá suelen darle más importancia a la antigüedad que tenés en la empresa, a tu desempeño”, concluye el ingeniero industrial, que ahora es Senior Associate en una petrolera.
Para Daniel Iriarte, socio director de Glue consulting, una head hunter especializada en gerencia y alta dirección, tener un título de una universidad del exterior marca un diferencial. “Habla de un candidato interesado en explorar, sin miedo al cambio, que busca la excelencia a nivel académico, el conocimiento de nuevas culturas y la ruptura con los paradigmas establecidos”, describe. “Sin embargo, hoy el verdadero valor agregado no lo da estudiar en cualquier escuela de negocios del exterior, sino en una de las 10 top schools con sede en los Estados Unidos o en Europa, como pueden ser la Universidad de Nueva York, Harvard, Yale, Wharton o el MIT. En este sentido, estudiar en una escuela de negocios de primer nivel en la Argentina, como la IAE, la de la Universidad Torcuato di Tella y la de la Universidad de San Andrés, suele ser más conveniente que hacerlo en una internacional no tan reconocida, porque aporta una fuerte red de contactos estratégicos a nivel local”, explica.
Valor agregado
Alejandro Mascó, socio consultor de Humanbrand, una compañía dedicada a los recursos humanos que recluta, entre otros candidatos, a altos ejecutivos, señala que cualquier postulante que haya trabajado o estudiado en el exterior tiene un valor agregado a la hora de volver. “Vivir en otro país tiene un altísimo valor si fuiste exitoso en lo que hiciste. En mi opinión, los argentinos somos buenos en el exterior porque hemos vivido con constantes desafíos. Entonces, pocas cosas nos asustan”, remarca.
Mascó indica que el primer error cuando un profesional quiere volver es comparar el sueldo que cobraría en el exterior con el local. “Hay que comparar el salario con el mercado local. Es decir, ver si es competitivo acá. Porque afuera siempre va a ser más si vivís en euros o en dólares. En algún momento, la mayoría quiere volver porque en la Argentina las relaciones con la familia y los amigos son diferentes a como se experimentan afuera. Podés ganar menos en lo económico, pero más en estándar de vida”, diagnostica.
Olivieri explica que no hay reglas en cuanto a qué conviene hacer. “Hay que pensar en el escenario hacia el que querés llevar tu carrera. Algunos prefieren quedarse por el salario y el posicionamiento. Pero hoy ves mucha gente que vuelve porque valora la calidad de vida y la familia”, dice. Y agrega: “Además, hay varias empresas que están buscando a buenos profesionales que regresan”.
El abogado Carlos Marín es el ejemplo de que estudiar en una universidad de elite y volver puede tener un efecto positivo: se convirtió en el socio más joven en la historia del Estudio Bulló. “Cuando volví de hacer un máster en Derecho en la Universidad de Nueva York, que el estudio me había financiado, me anunciaron que iba a ser socio a mis 28 años”, cuenta el profesional, que ahora tiene 44. “Si vas a una universidad top ten, entrás a pertenecer a un club y eso automáticamente tiene un plus. Sería muy raro que no te destaques a tu vuelta. Además, adquirís una ventaja competitiva que se traduce en mejores salarios”, explica.
Algo similar le ocurrió a Alejandro Martínez de Hoz, de 30 años, que, gracias a un máster en Derecho en la Universidad Fordham, en Nueva York, logró trabajar en White & Case, un estudio jurídico que se dedica al arbitraje internacional en Washington. “La idea de volver siempre está latente, pero también está muy ligada con las oportunidades que a uno se le presentan afuera”, indica.
Iriarte aclara que aunque en algunas empresas multinacionales valoran mucho que el candidato tenga un MBA, se trata de una competencia deseable pero no excluyente. “La experiencia laboral previa sigue siendo definitoria”, concluye.
Para la contadora Lucía Armendariz, su regreso no fue como lo esperaba. “En 2014 trabajé 10 meses en el Royal Bank of Scotland y luego hice un máster en General Management en la Vlerick Business School, gracias a una beca”, cuenta. Sin embargo, aún no encuentra trabajo. “Volví en septiembre de 2015 y comencé a buscar trabajo en puestos relacionados con mi especialización, pero todavía no conseguí nada. Sabía que no era la mejor época para volver, pero me sorprendió ni siquiera tener entrevistas”, concluye.