Las sanciones “sin precedente” con las que EE.UU. y la Unión Europea buscan disuadirlo de una invasión conllevan riesgos y podrían tener impacto no solo para el Kremlin; operaciones financieras y el gas, claves
La crisis en Ucrania llevó a los gobiernos occidentales a amenazar a Rusia con un gigantesco y “sin precedente” paquete de sanciones que deberían disuadir al presidente Vladimir Putin de invadir a su vecino exsoviético. Si bien en ocasiones anteriores el líder del Kremlin pareció impermeable a ese tipo de medidas, tres de ellas en particular son calificadas de “opciones nucleares” por los expertos: retirar a Rusia del sistema bancario mundial; aplicar al resto del mundo el principio de extraterritorialidad estadounidense, y paralizar el lanzamiento del gasoducto NordStream2, que une ese país con Alemania.
En plena crisis, la Casa Blanca sugirió la semana pasada que Rusia podría ser removida del sistema Swift, una red de alta seguridad que conecta miles de instituciones financieras a través del mundo. Una opción cuyos resultados, sin embargo, serían dramáticos no solo para Rusia.
“Si desconectaran a Rusia del sistema Swift, dejaríamos de recibir divisas. Pero los clientes –países europeos, en primer lugar– dejarían de recibir nuestras exportaciones: petróleo, gas, metales y otros componentes importantes”, recordó Nikolai Zhuravlev, vicevocero de la Cámara alta del Parlamento ruso.
La Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication (Swift) fue fundada en 1973 para remplazar el télex y hoy es usada por más de 11.000 instituciones financieras para enviar mensajes seguros y órdenes de pago. Su importancia reside en que no existe actualmente otra alternativa global para las operaciones financieras. Por eso, todos los actores financieros lo saben: retirar a Rusia del sistema Swift tendría enormes consecuencias.
“Paralizaría todas las transacciones internacionales, dispararía la volatilidad de las monedas y causaría masivas fugas de capital”, analizó Maria Shagina, del Carnegie Moscow Center.
Excluir a Rusia de Swift provocaría una retracción del 5% de su economía, estiman los especialistas, al basarse en experiencias anteriores. En 2012, los bancos iraníes sufrieron esa suerte después de ser sancionados por la Unión Europea (UE) debido a su programa nuclear. El país de los ayatollahs perdió la mitad de sus ingresos de exportación de petróleo y 30% de su comercio exterior.
Por esa razón aún no está claro hasta qué punto los aliados de Estados Unidos apoyan la idea. Alemania y el mismo Estados Unidos son quienes más perderían en ese caso, ya que sus bancos son, precisamente, los que más usan Swift para comunicarse con las instituciones financieras rusas.
Medida controvertida
El gobierno de Estados Unidos también podría decidir la aplicación de su controvertido “principio de extraterritorialidad”, que permite a Washington enjuiciar a toda entidad, aunque no sea norteamericana, que mantenga relaciones con países sometidos a embargo, en caso de que tengan filiales en Estados Unidos, operen en dólares, a través de bancos estadounidenses, utilicen sistemas informáticos producidos en ese país o incluso tengan un solo empleado de esa nacionalidad.
Durante la presidencia del republicano Donald Trump (2017-2021), Washington aplicó ese principio con Irán, al impedir a centenares de empresas europeas comprar su petróleo, estrangulando un poco más su economía.
En un reciente artículo titulado “El negocio inconcluso de Putin”, Eugene Rumer y Andrew Weiss, del Carnegie Endowment, afirman que el jefe del Kremlin busca “la restauración del dominio de Rusia sobre las regiones claves de su histórico imperio. Nada en esa agenda es más importante que el retorno de Ucrania a la órbita rusa”, escriben.
Pero, para otros, la política oficial rusa se caracteriza por su “paciencia estratégica”.
“En Ucrania, esto significa esperar el fracaso de los sucesivos gobiernos antirrusos para que, por fin, los ucranianos se convenzan de lo poco que reciben de la Unión Europea y de Estados Unidos y regresen al seno de Moscú”, afirmaba recientemente el expresidente ruso Dimitri Medvedev.
En este momento, sin embargo, Putin parece mucho más preocupado por otra prioridad de su política exterior: la nueva red de ductos construidos bajo sus sucesivos gobiernos –hacia Turquía, China y Alemania– cuyo objetivo es sellar alianzas regionales y mantener, en el caso de Alemania, una ventana abierta con Europa.
No solo eso. Actualmente, los gobiernos de Ucrania y Belarús tienen un poder de presión considerable sobre el Kremlin, cuyas exportaciones de gas hacia el oeste pasan por sus territorios.
Entre las principales amenazas estudiadas por los occidentales, se encuentra la posibilidad de paralizar el lanzamiento del gasoducto NordStream 2, que va desde Rusia hasta Alemania. El proyecto ya fue concluido y espera la luz verde de los reguladores alemanes para comenzar a enviar esa preciada energía hacia el oeste.
“Para asegurarse de que NordStream 2 comience a operar lo antes posible y se convierta en un instrumento difícil de reemplazar para los consumidores europeos, Putin debe jugar una compleja partida, que combine presión y amenazas , con la apariencia de una actitud positiva”, analiza Marie Mendras, profesora en el Instituto de Estudios Políticos de París.
Como en el caso del sistema Swift, el peligro de esa amenaza es grande no solo para Rusia, que exporta 60% de su petróleo y más de 75% del gas hacia Europa. Alemania recibe de Rusia más de la mitad de sus importaciones de gas natural: entre 50% y 75%, contra un promedio de 40% para el conjunto de la UE, según estimaciones de Eurostat. En el primer semestre de 2021, esas importaciones incluso aumentaron el 20%.
Esa es la razón por la cual el nuevo gobierno alemán del canciller Olaf Scholz, cuya coalición reúne a socialdemócratas, más bien favorables a una relación conciliadora con Moscú, ecologistas y liberales, defensores de una línea dura, demoró varios días en aceptar la propuesta de Washington de paralizar el lanzamiento de NordStream 2 en caso de ataque.
Mientras recorre el peligroso filo de esa navaja, Putin sigue soplando sobre las brasas y prometiendo, al mismo tiempo, no buscar el conflicto armado. El líder ruso sabe tan bien como los europeos que una guerra solo aportaría dramáticas consecuencias para todo el continente.