En nuestro país, la monetización podría llegar a un 25% y terminar en una potencial presión sobre los precios y el dólar.
Se teme que algunas bombas de tiempo ya se hayan activado en el frente macro. No puede ocultarse la preocupación oficial por la caída de las reservas, la aceleración inflacionaria y el nivel del dólar informal. Pero desde el Gobierno no hay señales de querer embarcarse, por ejemplo, en algún plan antiinflacionario, sino más bien en evitar que se acelere la tasa de inflación.
En este contexto, y dada la experiencia histórica inflacionaria criolla y el nivel de sensibilidad que han alcanzado las expectativas de la gente, debe tenerse presente que la economía está en un nivel récord de monetización. Es que la cantidad de dinero en efectivo en poder del público, más los depósitos privados en pesos (M3) en términos del PBI, ha trepado a casi el 25%. Por eso cabe rezar para que la gente siga demandando pesos, porque de lo contrario se espesarían los nubarrones. En situaciones similares, cualquier detonante, por más pequeño e insignificante que parezca, puede acelerar preocupantemente la velocidad de circulación del dinero. La gente opta por deshacerse de sus tenencias de efectivo y de sus ahorros en pesos y, más allá de la presión sobre la plaza cambiaria, todo se complica. Corren para hacerse de bienes y/o divisas, pudiendo arrinconar a la oferta, que rápidamente ajusta por precios.
La crisis económica de comienzos del menemismo tuvo el nivel más bajo de monetización de la economía desde 1970, en torno del 4,8%. Previo al rodrigazo, a mediados de los ’70, el nivel de monetización superaba apenas el 23%. Tras la debacle del gobierno de Isabel Perón, cayó a menos del 10% en 1976, para luego recuperarse paulatinamente hasta que a comienzos de los ’80 volvió a niveles de más del 21%. Las sucesivas crisis económicas durante la gestión Alfonsín llevaron el nivel de monetización a menos del 5% y el mal comienzo de la de Menem lo acentuó. Luego, la convertibilidad permitió que llegara a niveles cercanos al 17% a fines de los ’90. La caída de la convertibilidad hizo que la monetización descendiera a niveles del 12%, con el que arrancó la gestión kirchnerista. La fuerte recuperación económica hizo que la demanda de dinero acompañara el crecimiento del PBI, pero ese proceso se agotó y el componente inflacionario empezó a gravitar en el stock de pesos deseado de la gente. En la actualidad, la cantidad de dinero en la economía, medido por el M3, es el máximo de los últimos 44 años. Sin embargo, ya en 2012 la demanda real de dinero dio muestras de agotamiento y de que no estaba dispuesta a seguir creciendo vertiginosamente. En el actual contexto es un polvorín que puede desactivarse, pero que requiere de ajustes para corregir algunos desequilibrios en forma armónica.
Las expectativas inflacionarias de la gente se aceleraron, de la mano de los aumentos convalidados por el Gobierno, sobre todo en el sector servicios, más los que aplicaron varias ramas manufactureras. La velocidad de circulación del dinero aumentó al ritmo de los precios. Cada vez se necesitan más pesos para adquirir los mismos bienes y servicios. Los cajeros automáticos no dan abasto porque enseguida el público los vacía para afrontar sus pagos domésticos por la baja denominación de los billetes y la capacidad limitada de los buzones.
El mayor riesgo este año es que la gente no desee demandar todos los pesos que tendrá que emitir el Banco Central para continuar financiando al Tesoro. De ser así, se acelerará la tasa de inflación y seguramente se ampliará la brecha cambiaria. Estimaciones privadas dan cuenta que la financiación del fisco proyectada para 2014 implicaría convalidar una tasa de inflación del 35% para no perder reservas.