En la mayoría de los países surgió como necesidad de dar respuesta a las epidemias, llámense fiebre amarilla, cólera, viruela, tifus y tantas otras pestes. En la Argentina de 1880 se creó un Departamento Nacional de Higiene dedicado al cuidado en puertos por la inmigración, heredero del servicio de los que regresaban de la Guerra del Paraguay.
Con la creación del Departamento se alternaron la visión biologista (puntual) con la ambientalista (más amplia), pero en general se mantuvo una estructura algo anárquica respondiendo a demandas puntuales. Hasta los ´40 muchas eran las instituciones, casi todas de beneficencia, y algunos hospitales comunitarios; la concepción entonces vigente era la responsabilidad individual y objeto de la caridad.
Gradualmente se fue avanzando hacia una mirada más pública, incorporando la “Comisión de Asilos y Hospitales” y creándose el servicio de Sanidad Escolar. La transformación más importante llegará en 1943 con la Dirección Nacional de Salud Pública y Asistencia Social. Al mismo tiempo la Secretaría de Trabajo promovió el funcionamiento de los organismos gremiales que luego darán lugar a las obras sociales.
El mayor crecimiento del sistema público se dio en la gestión del Dr. Ramón Carrillo: el número de camas hospitalarias, por ejemplo, creció de 63.000 en 1946, a 108.000 en 1955. Veníamos bien… pero algo pasó.
Federico Tobar es licenciado en Sociología y consultor internacional en Políticas de Salud. Pocos mejor que él para explicarnos la situación actual.
Noticias & Protagonistas: ¿Por qué tenemos tanta tensión entre los operadores del servicio de salud?
Federico Tobar: Desde lejos se ve que en el país gastamos cada vez más plata en salud pero los resultados son cada vez peores, porque no estamos asignando los recursos como corresponde. Esto es así porque el principal componente sale del bolsillo de las personas y no compramos la salud bien, la que se podría comprar en un sistema organizado.
N&P: ¿Es ineficiencia sistémica?
FT: Un poco, también quizá mucha superposición de cobertura, porque la gente no tiene respuesta y busca complementar: el que tiene obra social busca prepaga o mutual, tiene doble cobertura, lo que tampoco garantiza cuidados mínimos. Lo mismo ocurre entre los sistemas municipales, provinciales y nacionales; es como una gran orquesta sin director, donde cada uno toca la partitura que le venga en gana. El resultado es que la plata no alcanza.
N&P: A lo que hay que agregar el factor distorsivo de un gobierno que mete mano en los recursos, más las acciones inadecuadas de gremios y la distorsión de los precios. Ya no se sabe ni con qué dólar se pagan los medicamentos importados…
FT: Sí, es cierto, el sistema está muy complicado. Por ejemplo en nuestro país, los productos importados se venden a 200 y 300% de lo que se venden en otros estados, en los de origen del medicamento o hasta en los países limítrofes. Lo insólito es que los productos nacionales, copias o imitaciones, son más caros. Ni siquiera la sustitución nos ayuda; es la peor situación: sólo ganan los grandes capitalistas y pierde la gente.
N&P: En Chile puede entenderse, porque tienen aranceles bajos, pero ¿Brasil es más barato en insumos?
FT: Lo que pasa es que todos los insumos son iguales. En Argentina hay un esquema de regulación de precios definido por el secretario de Comercio que no es transparente, que tiene clasificados los productos medicinales en tres categorías: los “peronistas”, populares, los de mayor consumo, y los premium, a los que llama “de la oligarquía”.
N&P: ¿Cuál es el comportamiento para cada uno?
FT: Los del primer grupo no deja que aumenten, son competitivos y más baratos que en otros países latinoamericanos; los segundos tienen precios regulados aunque por encima de la inflación, y los terceros tienen precios liberados. Nosotros tenemos en Argentina productos oncológicos que cuestan siete veces más que en Inglaterra, 10 veces más que en España o 6 veces más que en Chile.
N&P: Convengamos que hay productos que cuestan más que un salario mínimo…
FT: Lo insólito es que un medicamento para el mal de Chagas es carísimo, siendo que lo produce un laboratorio nacional: sale 516 pesos. Un pobre no lo puede pagar. En otros países es gratuito y no cuesta más de 5 dólares. Eso sucede porque la salud no le importa a nadie. Los legisladores no actúan, el Ministerio de Salud no tiene poder, no coordina nada, ni prepagas, ni hospitales, nada. Sólo tiene programas verticales, con dinero, pero le llegan a las provincias por vía separada, con programas especiales pero que no responden a una política integrada. Pagan los ciudadanos, porque los ministros se ocupan de los hospitales pero no de la salud pública como algo integral. Cada uno atiende su juego y la salud empeora y se encarece.
N&P: Que haya medicamentos “oligárquicos” suena increíble; hay desbordes verbales, pero esto supera todo. En un informe se habla del avance en medicina oncológica, y se estarían aprobando medicamentos nuevos a nivel mundial. Caros, seguramente.
FT: En un caso así había que tener la suerte de nacer rico. Es tremendo, porque quien la tenga puede pensar en curarse, pero los pobres no llegarán ni siquiera al diagnóstico.
N&P: Notable. En una encuesta que midió los motivos del 8-N, sólo el 2% mencionó el tema salud. ¿Por qué será?
FT: Porque la gente tiene algún tipo de respuesta, aunque sea más cara que la que debiera, y porque no quieren que los políticos se metan en el tema porque desconfían. Todo el mundo valora la salud individual, pero no se ocupa de la salud pública. Mientras sea un bien de consumo, personal, el resultado es peor. Hay dos cosas que no se le pueden garantizar a un hijo: salud y ambiente. Esos dos bienes son sociales, de producción colectiva, pero no hay conciencia. El sistema genera injusticias individuales; es un barco con el casco roto donde no se tapan agujeros. Hay que tomar definiciones sobre modelo de salud, si no se complicará, los enfermos estresados, las enfermedades mal remuneradas, los directivos renunciarán porque no tienen elementos para resolver, y las prepagas no cubrirán.
Cirugía mayor
El sistema de salud en Argentina, a grandes rasgos, consta de tres subsistemas bien definidos: el público, el de obras sociales y el sector privado, que coexisten al unísono. Si bien este tipo de conformación promueve un “liberalismo” sanitario, desarticula la salud como un todo, puesto que los entes que brindan los servicios difieren mucho respecto al target poblacional, los servicios que brindan, y el origen de los recursos con que cuentan.
El sistema público está conformado por sus hospitales y los centros de atención primaria de la salud, y funciona bajo la coordinación de ministerios y secretarías de la Salud ya sean nacionales, provinciales o municipales. Presta potencialmente servicios gratuitos a toda la población, si bien apenas un 37,6 % concurre a los mismos. Llama la atención que más de la mitad del pueblo argentino utilice el sistema de obra social (51,5 %). El financiamiento de esta entidad está mantenido por contribuciones de empleados y empleadores, que varían alrededor del 10% de la nómina salarial para las nacionales y provinciales.
En lo que respecta al sector privado, sólo un 15 % de la población se vale de sus servicios, que van desde cirugías coronarias hasta estéticas. Obviamente, este sector se financia con el aporte prepago o no de los propios pacientes, y más del 50 % de este sector posee obra social, es decir que tiene una doble cobertura.
Para Tobar, se necesita cirugía mayor: “Que los servicios públicos tengan autonomía, que tengan un consejo directivo compartido con la sociedad, que tengan un mecanismo rápido de resolución para terminar con las peregrinaciones a La Plata, que los programas nacionales potencien las políticas provinciales pero no fragmentadas, mayor coordinación para no duplicar esfuerzos… No hay guardia en hospitales públicos que no estalle, porque el sistema funciona para emergencias. Cuando el sistema funciona bien, las guardias no tienen tanto trabajo. Los directivos de hospitales hacen lo que pueden, pero es poco”.
Por otro lado, insiste en que con los recursos destinados se podría tener una mejor calidad de atención y tecnología, dependiendo sólo de una decisión política: “Vengo proponiendo un seguro nacional que cubra las enfermedades más caras –explica, y pone ejemplos-: no es una utopía, lo hace Uruguay. Dos pacientes con cáncer se tratan en el mismo lugar, misma tecnología, mismos medicamentos, cualquiera sea su condición económica. Una prepaga con cinco casos de hemofilia no se funde, porque se diluye el costo entre todos”. De paso, naturalmente, se eliminan los pedidos de amparo y la cada vez más frecuente judicialización de la atención médica.