Los Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente se han erigido en alternativa. Les apoyan individuos de clase media y muy decepcionados políticamente.
En apenas unos meses, los Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida) han puesto patas arriba la política alemana y se han erigido en una forma alternativa de oposición allí donde la gran coalición de Merkel y los socialdemócratas del SPD no dejaban crecer la hierba.
A lo largo de las sucesivas manifestaciones de los lunes en Dresde, que han llegado a alcanzar los 25.000 asistentes, hemos ido haciéndonos una idea de quiénes son los alemanes que gritan las consignas Pegida, una masa heterogénea e indignada que acude a las marchas de protesta a impulso de hígado, pero el primer estudio sociológico con metodología aproximada a la científica que se ha acercado a conocer la composición del movimiento ciudadano es este trabajo de la Universidad Técnica de Dresde, que parte de la realización de 400 encuestas a los asistentes a las manifestaciones y que concluye que Pegida es un revulsivo de clase media, bien educado y previamente a su decepción política, adscrito a diversos orígenes ideológicos.
“No estamos hablando de una acumulación de parados y pensionistas porque el 70% de los encuestados está profesionalmente activo”, explica el director del proyecto, el profesor de Políticas Hans Vorländer, que admite que lo limitado de la muestra evita hablar estrictamente de resultados representativos, pero que valora la encuesta como una aproximación digna de consideración. “Y a pesar del nombre al que responden las siglas Pegida, no estamos hablando de un movimiento contra el Islam. Ni siquiera una cuarta parte de los encuestados reconoce tener nada en contra de la presencia de musulmanes en Alemania, sino que una gran mayoría afirma que acude a las manifestaciones porque está “insatisfecho con la política” y con los medios de comunicación.
Si a partir del resultado de esta encuesta hiciésemos un retrato robot, resultaría la imagen de un hombre de clase media, trabajador cualificado en activo que gana poco más que el salario medio, que no pertenece a ninguna confesión religiosa ni es miembro de ningún partido político. Solamente un 15% de los asistentes a las manifestaciones afirma llegar desde otro estado federado, por lo que se deduce que se trata de un fenómeno fundamentalmente local. Pero lo más sorprendente para el equipo que ha realizado el trabajo es que pertenece a la clase media o es de “origen burgués”.
En la encuesta, por lo demás, aparece un vacío: dos de cata tres entrevistados se negaron a comentar las constantes alusiones en los carteles y pancartas a la “islamización” y “extranjerización” de Alemania, una conducta que no resulta en absoluto sorpresa para los reporteros que a pie de manifestación preguntan por este asunto. “¿Qué más da lo que yo le diga? Usted va a escribir lo que quiera…”, suelen evitar la respuesta.
Quienes sí osan responder a esa pregunta a menudo son censurados por sus colegas de manifestación con reproches como “no les digas nada, van a manipular tus palabras” y solo los manifestantes Pegida que logran ignorar la presión de la masa contestan con frases muchos pensaron que no volverían a escucharse en este país como “Alemania es de los alemanes”.
Si en este retrato robot hubiéramos de incluir los rasgos del padre fundador de Pegida, Lutz Bachmann, surgirían un par de detalles exóticos, como los antecedentes penales (ha cumplido incluso tres años y medio de prisión y su expediente incluye haber conducido sin licencia y en estado de ebriedad, robos y agresiones físicas). En este caso es un hombre de 41 años, dueño de una agencia de relaciones públicas y asiduo usuario de las redes sociales, que se declara “no racista” pero decidido a luchar contra los “refugiados económicos”.
Su común denominador con el resto de los manifestantes sería su carácter de complemente ajeno al establishment político e incluso sus evidentes ganas de enfrentarse a él. Repasando sus escasas declaraciones públicas, encontramos que ha calificado al partido Die Linke (La Izquierda) como “cerdos de la Stasi”, a los Verdes como “terroristas ecológicos”, a la CDU de Merkel como “lenguaje estropajoso” y al partido Socialdemócrata (SPD) como “una tropa de criminales”. Tiene para todos.
Para completar el retrato robot de los seguidores de Pegida resulta muy útil un repaso a las reivindicaciones políticas que en estos últimos cuatro meses han ido cobrando forma manifestación a manifestación. Son los siguientes: una nueva y más restrictiva ley de inmigración, la inclusión en la Constitución alemana de un artículo que exija la “integración” de los inmigrantes, prohibición de regreso a Alemania a los musulmanes que hayan viajado a países islámicos para luchar con la Yihad, más democracia directa a escala federal, rebajar el tono duro de las declaraciones gubernamentales contra Moscú respecto a la crisis de Ucrania y, finalmente, que los presupuestos generales doten de más recursos a las fuerzas de seguridad internas.
Varios de estos puntos, como la restricción de viajes a los yihadistas y una mejor dotación presupuestaria para las fuerzas de seguridad, ya han sido tomados como medidas por el gobierno de Angela Mekrel.