Un análisis antes de partir identificó 377 cepas. Algunas podrían estar todavía con vida.
A lo largo de la historia, las mentes más brillantes presagiaron que si alguna forma de vida ET descendía a la Tierra, los invasores provendrían de Marte. Lo que nadie imaginó fue que podría ser a la inversa: que los colonizadores fueran los humanos. Esta nueva teoría surgió tras los análisis de un grupo de investigadores que detectaron 377 cepas bacterianas en el rover Curiosity antes de que fuera enviado a Marte. Un 11% de ellas, capaces de resistir condiciones de alta radiación UV, frío y sequedad extrema.
Durante la reunión anual de la Asociación Americana de Microbiología, expertos de la Universidad de Arkansas exhibieron los análisis en unas muestras tomadas del sistema de vuelo y el escudo térmico del Curiosity. Allí identificaron un total de 65 especies bacterianas, la mayoría del género Bacillus. Partiendo de la máxima La vida se abre camino , la bióloga e investigadora del CONICET María Eugenia Farías, que trabaja en ambientes extremos en la Puna, dijo a Clarín que “se podría llegar a dar. No es algo imposible. Es más, al existir un método de esterilización previa, en realidad, lo que hicieron fue un proceso de selección de las más resistentes. Las que se enviaron en el Curiosity fueron las bacterias más tenaces”.
La alarma se disparó tras una serie de pruebas de laboratorio, en donde los metanógenos, uno de los organismos más simples y antiguos de nuestro planeta, tendrían grandes chances de sobrevivir en Marte. Estas bacterias pertenecen al dominio Archaea, que no necesitan oxígeno, nutrientes orgánicos ni de la fotosíntesis para vivir.
Más inquietante fue descubrir que los metanógenos se desarrollan bien en ambientes ricos en dióxido de carbono, casualmente el componente principal de la atmósfera marciana. Posteriormente, los técnicos que colaboran con la NASA, sometieron a las arqueas metanógenas a la oscilación térmica de Marte, cuya temperatura puede ir de los 20º a los -80º en un mismo día. Los resultados demostraron que si bien detenían su crecimiento en las horas más frías, reactivaban su metabolismo al subir la temperaturas.
El riesgo de exportar organismos terrestres en las misiones espaciales siempre preocupó a científicos e ingenieros.
Por eso, la construcción de las naves se hace en estrictas condiciones de seguridad biológica y se esteriliza todo.
“Se puede ser muy riguroso, pero esterilizar algo de semejantes dimensiones no es tarea simple. Uno puede esterilizar, pero desde el momento que atraviesa la atmósfera entra en contacto con nuevas bacterias o Archaea. Las bacterias están en todas partes y hay ecosistemas que soportan condiciones extremas. Nosotros trabajamos con extremófilas, que crecen mejor en presencia del litio, otras del arsénico y algunas se favorecen con radiación UV”, dice Farías.