Murieron cuando intentaban robar en la calle o en comercios. Cuatro fueron baleados y uno, acuchillado.
Las estadísticas criminales del Gran Rosario arrojan un dato clave sobre la configuración de la violencia urbana: el 75 por ciento de los homicidios se cometen jalando un gatillo, lo que desnuda que las armas de fuego circulan con mucha facilidad en el mundo delictivo. Pero también entre los civiles: en sólo quince días, cinco ladrones murieron asesinados por las víctimas de los asaltos. En todos los casos, los autores alegaron ante la Justicia que dispararon para defender su vida o la de algún familiar.
La saga da cuenta de dos fenómenos que preocupan a jueces, fiscales y autoridades del Ministerio de Seguridad de Santa Fe. Por un lado, la proliferación de armas de fuego entre vecinos para combatir la inseguridad. Y por el otro, la reacción de desenfundar un revólver al sentir de cerca el peligro.
Ese fue el argumento que repitió una y otra vez Lucas F., de 23 años, cuando decidió terminar con su fuga y entregarse a la Justicia. Se lo buscaba por la muerte de Matías Ratari (22), ocurrido en la madrugada del 16 de abril en la puerta de un edificio ubicado en el macrocentro de la ciudad.
Las primeras versiones indicaban que Ratari había llegado al lugar junto a un cómplice en una moto y que, tras intentar asaltar a un grupo de mujeres que esperaba un taxi, discutió con su compañero, quien lo baleó. Eso fue lo que les dijeron las víctimas del robo.
Sin embargo, con el correr de los días la Fiscalía empezó a investigar otra hipótesis, que indicaban que el disparo mortal había salido desde un edificio. El examen forense confirmó que el recorrido descendente de la bala y, con ese elemento de prueba, se ordenó allanar el departamento de donde acababan de salir las mujeres asaltadas. En un cajón, se encontró un arma calibre 9 milímetros y balas idénticas a la extraída del cuerpo de la víctima.
La dueña del departamento, una mujer de 39 años, admitió que el revólver era de su pareja, quien se entregó y fue imputado por homicidio simple agravado por el uso de arma de fuego. El muchacho, Lucas F., narró que al escuchar gritos se asomó por el balcón y vio cómo dos ladrones asaltaban a sus familiares. “Disparé para asustar, no para matar”, repitió ante la fiscal.
El segundo caso ocurrió dos días más tarde, cuando un almacenero se defendió a los tiros de un intento de robo. El forcejo desencadenó un feroz fuego cruzado: un ladrón murió camino al hospital y el comerciante terminó internado por una bala que le perforó el estómago.
El 22 de abril, un joven de 27 años fue hallado muerto en un descampado junto a una mochila con distintos objetos robados. La hipótesis que sigue la Fiscalía es que la víctima, quien tenía encima un arma de juguete, quiso asaltar a algún vecino de regreso a su casa y no pudo defenderse al ser atacado con un cuchillo.
Con un desenlace similar se encontró el personal del Comando Radioeléctrico en la mañana del 29 de abril en una parada de colectivos del oeste rosarino. Un adolescente yacía en el asfalto a metros de su bicicleta. A su lado, un policía jubilado admitía haber disparado en un intento desesperado por evitar un robo. El ladrón lo había amenazado con un trozo de caño, según dijo.
El último caso de esta serie ocurrió el domingo en un complejo de monoblocks de la zona oeste. Un chofer de una distribuidora de gaseosas fue detenido, acusado de haber matado a tiros a un integrante de una banda que lo perseguía para robarle.
La primera reconstrucción de los investigadores arrojó que el hombre regresaba de bailar junto a su esposa y, al parar en un kiosco ubicado a pocos metros de la casa, un grupo irrumpió con fines de robo. La pareja corrió hasta su departamento y, al ver que los ladrones se acercaban con piedras, el chofer abrió una ventana y disparó.
Al ser detenido, el acusado entregó de forma voluntaria una pistola calibre 22 largo. Pero al ser indagado negó ser el autor de los disparos. La causa tuvo esta semana un giro inesperado: uno de sus hijos, de 16 años, se presentó de forma espontánea en un juzgado de Menores y contó que fue él quien apretó el gatillo. Lo hizo, dijo, para defender a sus padres. Indefensos.