Durante los años de su glorioso paso en suelo americano y el amargo exilio, el periodismo a favor y en contra imprimió la primera versión de la historia.
Por Mariano Oropeza
“Así que la capacidad que ha mostrado el general San Martín en la organización de un cuerpo de caballería bajo un perfecto sistema militar, unida a la prudencia que debe acompañarle para conservar como un tesoro sus fuerzas, nos induce a esperar un resultado feliz para la Patria”, sostiene la prensa porteña bajo el título “Ejército de los Andes” al tiempo que, a más de mil kilómetros, su ponía en marcha la hazaña. Era enero de 1817. Y periódicos de efímera existencia como La Prensa Argentina, La Crónica Argentina y El Censor, nacidos en plena efervescencia revolucionaria, daban cuenta del general y sus actos asiduamente pese a las limitaciones de principios del siglo XIX.
Digamos que en el Buenos Aires del 1810 parecía que, donde hubiese una imprenta, existía un diario. Sumando esa década, y las dos siguientes, se llegaron a contabilizar alrededor de ciento cuatro medios gráficos, nada mal para una aldea. Todos ellos inspirados en las señeras palabras de Manuel Belgrano en el Correo de Comercio del 11 de agosto de 1810: “La libertad de prensa es la principal base de la ilustración pública”. Con este fin, los periodistas de la época seguían con suma atención las novedades y a sus protagonistas porque, además, siguiendo el pensamiento belgraniano sobre la potencia de la libertad de prensa frente al poder de turno, “los que mandan y mandaren, no sólo procurarán mandar bien, sabiendo que cualquiera tiene facultad de hablar y escribir”.
San Martín en tapa
Entonces San Martín, el militar más reconocido en su tiempo por sus logros profesionales y su proverbial austeridad, era constante objeto del escrutinio de ese pueblo que quería saber. Aquella preparación en Cuyo tuvo decenas de artículos, uno muy especial que incluía las supuestas dificultades económicas que sufría el gobernador por haber donado la mitad de su sueldo. En noviembre de 1815, los lectores de La Prensa Argentina podían leer la declaración de San Martín: “Mis necesidades están más que atendidas con la mitad del sueldo que gozo; y así como mi pronta deferente solicitud de vuestra es una muestra de aprecio… se suspenda todo procedimiento en materia de aumento de mi sueldo en la inteligencia que no sería admitido por cuánto existe en la tierra”, rechazando un aumento votado en el Cabildo.
Pese a estas líneas, y las noticias que llegaban del Ejército que el “general sabrá conducir con gloria para romper las cadenas del despotismo español”, existía varios enconos a San Martín. Unos días antes de la partida se difundió que solicitaba una graduación mayor; a lo que el general prometió en la prensa con el célebre “renunciar a mis cargos en el momento que los americanos no tengan más enemigos”.
Desde El Censor se defendió encendidamente al Libertador y se remataba una extensa columna con “es desgracia inseparable de la virtud verse calumniado por la maledicencia: no es extraño entonces haber visto más herida más de una vez la reputación del general San Martín: aunque es cierto que en contraposición, el mundo sano, juicioso y circunspecto conserva siempre aquella estimación que merecen las almas privilegiadas”. Queda evidente entonces que los ataques a su figura eran moneda corriente.
El mismo periódico dedicó la tapa a la victorias de Chacabuco y al “Triunfo de los Andes”, ofreciendo extensos análisis, y bien informados reportes de las festejos populares en Santiago. También divulgó la pensión vitalicia otorgada a Mercedes, la hija de San Martín, algo que el general rechazó de la plano. Lo que no pudo eludir fue el importante agasajo que se realizó en su presencia el 6 de abril de 1817 en el edificio del ex Real Consulado, la edificación más elegante de la ciudad, y que también quedó documentado en la prensa, con la asistencia de las más notables personalidades en una larga jornada que empezó a las tres y media de la tarde y concluyó a las diez de la noche. Al despedirse envío una misiva a los diarios con “el general San Martín ha partido…con el dolor de no haber podido visitar a todos los que lo felicitaron a su llegada. Espera que los que así lo honraron, lo disculpen…”.
Los lectores porteños estaban ansiosos de las pasos del general, como lo demuestran el detallado artículo de La Estrella del Sud sobre la expedición libertadora al Perú, citado por Armando Alonso Piñeiro, y las medidas como Protector del Perú que anoticiaba el semanario El Centinela. Cabe a este medio escrito la calificación de “seria” de la reunión entre San Martín y Simón Bolívar en Guayaquil y, luego, la enigmática oración “hemos visto una nota impresa en la que anunciándose el regreso del Sr. San Martín se dice solo que aquella traerá consecuencias importantes para la causa de América”. El misterio ya estaba servido en bandeja en 1822. Es relevante también, y oteando el futuro argentino agiganta la frase, la publicación completa de la proclama de despedida del Libertador a su querido Perú, que en su última frase remata las inmortales sentencias: “La presencia de un militar afortunado (por más desprendimiento que tenga) es temible a los Estados que de nuevo se constituyen. Por otra parte, ya estoy aburrido de oír decir que quiero hacerme soberano”. En su Patria en el horizonte, tras la anarquía de 1820 y las matanzas entre hermanos, con una guerra con Brasil inevitable por la Banda Oriental, se avizoraba el Restaurador de las Leyes, Don Juan Manuel de Rosas. Dudamos que haya sido una inclusión inocente de un periódico liberal.
San Martín en disputa
Aquella cuestión sobre la forma de gobierno tenía también en la prensa revolucionaria más de una década. Solamente alrededor de 1816, con el comprensible impulso de Tucumán, hubo varios artículos donde aquellos periodistas, muchos de ellos políticos en acción, objetaban cualquier intento de organización monárquica, a sabiendas de que héroes de la Independencia, como Belgrano o Martín de Guemes, impulsaban incluso el restablecimiento del trono de los Incas. San Martín, por su parte, también buscaba en coronas europeas un ejecutivo fuerte, en especial en su mandato peruano. Por eso no resultó descabellado que en la prensa porteña a mediados de 1830 se difundieran rumores que el general estaba operando a favor de un gobierno monárquico en América de cuño español. Nada más falso, como lo demuestran las profusas cartas a Tomas Guido y su enfrentamiento con el delegado de las Provincias Unidas en Londres, Manuel Moreno. Ofendidísimo San Martín con quien presumía había esparcido la falacia, quien afirma haber asumido “compromisos de pescuezo” en su paso libertador por Argentina, Chile y Perú, pone de puño y letra: “Hace muy bien en tomar estas precauciones pues por este medio pone a cubierto no su honor porque, en mi sana opinión, la es a Usted desconocido, pero sí sus costillas, pues estaba bien resuelto a visitarlas…” y cierra el asunto que lamentablemente tal vez resultó uno de los orígenes del San Martín antirepublicano.
Claro que, también por aquellos años rosistas, había quienes recordaban al héroe en su justa medida como Sarmiento. El prócer sanjuanino escribió exiliado en la prensa chilena el artículo “Un teniente de Artillería”, un vívido relato de la batalla de Chacabuco y la participación de sus paisanos. Gracias a este artículo, y a los objetos que enviaba un retirado en Santiago Juan Gregorio Las Heras, Sarmiento pudo romper la reticencia de San Martín y fue recibido con amabilidad en Grand Bourg en 1846. Otro cronista que ayudó a valorar a la figura sanmartiniana, y es fundamental para conocer de primera mano la expedición libertadora ya que estuvo allí casi desde la niñez, es sin duda Gerónimo Espejo. Sarmiento lo llamó un “arqueólogo y erudito militar”. De una larga vida, con sus “Apuntes Históricos” y “Apuntes póstumos”, aparecidos en la Revista Argentina entre 1865 y 1866 se transformaron en una fuente inagotable para las primeros historiadores argentinos del general, Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López.
En el camino hemos visto cómo San Martín fue hecho y deshecho en el papel por sus contemporáneos. Papel que parece menos duradero que el bronce, pero que en sus carillas se inscribió en tinta la historia para que nosotros sigamos escribiéndola.
Fuentes: Alonso Piñeiro, A. El periodismo porteño en la época de la Independencia. Buenos Aires: Academia Nacional de Periodismo.2008; Pasquali, P. San Martín confidencial. Correspondencia personal del Libertador con su amigo Tomás Guido (1816-1849). Buenos Aires: Planeta. 2000; De Marco, M. A. Pioneros, soldados y poetas de la Argentina. Buenos Aires: Editorial del Ateneo. 2014