Como él mismo lo decía, Sarmiento fue engendrado en 1810, en los albores de la Revolución de Mayo.
Tenía 5 años cuando en Tucumán, Las Provincias Unidas de Sudamérica, declaran su Independencia de España y 9 años en momentos de anarquía de 1820. Disuelto el directorio, las provincias desunidas y sus arcas exhaustas, con la Banda Oriental asolada por el imperio portugués y escindido de las Provincias Unidas, con San Martín y su ejército en Chile y una Constitución unitaria sancionada en 1819, en la cual nadie creyó ni respetó.
El viejo orden colonial se había quebrado, el desorden y el desconcierto se expresaban por doquier. Un país de enormes dimensiones, escasamente poblado y con poca comunicación entre las remotas regiones, gobernadas por caudillos locales que se combatían entre sí, en luchas fraticidas entre dos proyectos en pugna: Unitarios y Federales.
En 1826, con tan solo 15 años, Sarmiento fundó junto a su tío, el Sacerdote José de Oro, una escuela en San Luis, donde ofició de maestro por un par de años. Siendo muy joven comprendió que el camino correcto para el progreso era la educación popular, a la cual dedicó el resto de su vida.
Su educación formal se redujo a unos pocos años en una escuela de su provincia natal, siendo un aplicado y talentoso alumno, fue propuesto para una beca en el prestigioso colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires, aunque ésta fue rechazada, su ímpetu y hambre de conocimiento lo convirtió, tempranamente en un autodidacta. Lector contumaz de los clásicos, de la Biblia y de historia de Grecia y Roma, de Rousseau, Montesquieu, de Alexis de Tocqueville, entre otros tantos libros que llegaron a sus manos.
En 1829, se enroló siguiendo a su padre en el Ejército Unitario del General José María Paz, quien fuera derrotado por las montoneras de Facundo Quiroga, en Pilar en 1831. En plena guerra civil se exilió en Chile donde trabajó de minero en Copiapó y fue maestro en Valparaíso y Santiago, allí nació su hija Emilia Faustina.
En 1839 regresó a su provincia natal donde fundó el periódico “El Zonda”, aunque nuevamente fue acusado de conspiración, debiendo escapar a Chile en 1840, donde desarrolló por más de una década, una destacada militancia periodística, desde donde empezó a darle forma a su pensamiento político, claramente contrario al caudillismo federal que gobernaba su país, al cual acusaba de “autoritario, despiadado y bárbaro”.
Es allí y en ese período, donde Sarmiento escribe sus libros más trascendentes, “Mi defensa” y “Memoria sobre la ortografía americana”, en 1843, “Método gradual de lectura”, “Vida de Fray Félix Aldao”, “Civilización y barbarie”, “Vida de Juan Facundo Quiroga y aspecto físico, costumbres y hábitos de la República Argentina” en 1845. “Viajes por Europa, África y América”, en 1849, en ocasión de una misión diplomática enviado por el gobierno chileno durante tres años, donde recorrió Europa, norte de África y EEUU, investigando su historia y analizando desde su sistema político y económico, hasta la educación y la cultura de sus pueblos.
En 1850 escribió “Argirópolis” y “Recuerdos de provincia”. La prolífera actividad literaria, narraciones, cuentos, descripciones, biografías, artículos periodísticos y profusas editoriales lo convirtieron en un polemista de fuste. Su presencia insoslayable molestó e irritó al poder, primero a Rosas, al cual combatió, pero después a Urquiza, Mitre y Roca supieron de su verbo encendido, de su inquebrantable carácter y su pluma implacable. No tranzó jamás en contra de sus ideas. Políticamente incorrecto, se enfrentó sucesivamente con cada uno de ellos, convencido y desafiante.
La elite lo denominaba el loco Sarmiento y le temía, tal vez por ello, fue designado ministro plenipotenciario argentino en los EEUU, en el año 1865 hasta 1868, cuando fue electo presidente de la Nación Argentina, apoyado por los hermanos Adolfo y Valentín Alsina.
Asume a la presidencia con un proyecto ambicioso de modernización basado en un ramillete de ideas-fuerza, a manera de plataforma gubernamental, que consistían en educación popular, (escuela pública, mixta y gratuita), ampliar la participación ciudadana, promover la agricultura en pequeñas parcelas de propietarios, las comunicaciones telegráficas, internas y externas, la ampliación del sistema ferroviario, la formación de cuadros profesionales del ejército y la armada Nacional, la confección de un código civil, con reglas claras y evidentes para todos y el fomento inmigración Europea.
En el momento de acceder a la presidencia, la República Argentina estaba en plena guerra contra el Paraguay ( La Triple Alianza), que había empezado en la presidencia de Bartolomé Mitre y que continuaba y en la cual Sarmiento había perdido a su hijo Dominguito, en la batalla de Curupaytí, situación trágica que lo llevó a una profunda y manifiesta depresión y angustia.
Sarmiento conjuntamente con Alberdi, fueron los grandes arquitectos de la Argentina moderna, con dedicada firmeza y convicciones fuertes, no siempre coincidieron, sus polémicas abarcaron temas de inmigración, progreso, ciudadanía, latifundio o minifundio y trascendieron al ámbito público a través de las famosas epístolas que se enviaban.
Uno, “Sarmiento con “las ciento y una”, el otro, Alberdi con “las cartas quillotanas”. En ese debate, no exento de ironías y ridiculizaciones, se fue conjugando la utopía del progreso argentino. Cómo llevarlas a la práctica y qué modelo se aproximaba a la realidad del inmenso y despoblado territorio Argentino.
Ambos fueron Masones, aunque Sarmiento accedió a la jerarquía máxima de la Gran Logia Argentina de Libres y Aceptados Masones, siendo su segundo, el que luego sería el fundador de la Unión Cívica Radical, el Doctor Leandro Alem.
Ni bien asumió a la Presidencia de la Nación, renunció a la logia, ya que consideraba que no era pertinente ni para la República, ni para la logia, a la cual regresó el mismo día que dejó la presidencia de la República.
Su obra de gobierno fue extensa y prolífera, con aplomo y constancia fue desarrollando modificaciones en el precario sistema educativo, siendo sus reformas absolutamente revolucionarias, ya que el laicismo, la gratuidad y las escuelas mixtas se esparcieron por doquier, sufriendo el encarnizado reproche de la Iglesia Católica.
En un lapso de seis años cuadruplicó la población escolar. Asimismo, hizo promulgar la ley de subvenciones para la creación de escuelas y materiales de estudio. Fundó las Escuelas Normales de Paraná y Tucumán. Promovió el primer Censo Nacional de población en 1869. Fundó cientos de escuelas agrícolas en varias provincias y numerosas colonias de inmigrantes.
Creó el boletín oficial, la Casa de Correos y Telégrafos, el Parque 3 de Febrero de la Cuidad de Buenos Aires, los jardines Botánico y Zoológico y ante la grave crisis sanitaria, extendió un sistema de cloacas y aguas e inauguró el cementerio de la Chacarita. Fundó el Colegio Militar de la Nación y la Escuela Naval Militar.
Al finalizar su mandato, firmó el tratado de límites con Paraguay. Sarmiento era innovador y pragmático y su entusiasmo de basaba en la construcción permanente. Despreciaba aquellos individuos inactivos u ociosos y valoraba a los emprendedores, a los pioneros y a los colonos.
Supo decir “Es mejor hacer las cosas mal, pero hacerlas…”.
Su visión del progreso, inspiró su obra, la revolución industrial en pleno apogeo, con sus nuevas máquinas que generaban valor, fueron para el ilustre maestro, los incentivos necesarios para ampliar el ferrocarril, para instalar el telégrafo en todo el territorio nacional, con conexión a Chile y Europa y el alambrado de campo que permitió el potencial incremento de la agricultura, y a partir de estas acciones concretas comenzó Argentina su incorporación a los mercados mundiales, como gran proveedora de alimentos.
La anarquía, el desorden, las guerras civiles, empezaban a ser parte del pasado y el progreso social y económico se instalaba con potencia, siendo el basamento que posibilitó luego, que millones de europeos emigraran a la Argentina, en busca de prosperidad.