A dos años del inicio de las manifestaciones que sacaron a medio millón de libaneses a protestar contra su clase dirigente, el país enfrenta una pobreza generalizada. La pandemia de coronavirus y la explosión en Beirut han llevado al país al extremo, mientras el descontento contra una clase política acusada de corrupta no cesa.
El 17 de octubre de 2019 fue el inicio de un movimiento sin precedentes en Líbano. Ciudadanos de todas las religiones marcharon juntos para exigir su renuncia a la clase política, así como un cambio de régimen, e incluso, muchos de ellos pedían también que se estableciera un Estado laico.
Pero a las protestas, que se proyectaban en su momento como el inicio de una revolución que iba a cambiar el país, les siguieron dos años en los que la nación se ha sumido en una crisis sin precedentes a nivel económico, político, social, e incluso sanitario y alimenticio, agravado por el impacto de la pandemia y de la mortal explosión en Beirut en 2020.
Este 17 de octubre apenas decenas de libaneses salieron a manifestarse contra una clase política a la que siguen acusando de ser la culpable de perpetrar una corrupción sistemática con décadas de mala gestión que ha llevado al país a la quiebra.
El inicio de una revolución popular contra la clase dirigente libanesa
Hace dos años, el país vivió un estallido social, detonado por la decisión del Gobierno de imponer nuevos impuestos durante la recesión económica. Las calles se inundaron de manifestantes enfurecidos que intentaron atravesar los puntos de seguridad de la sede del Ejecutivo.
Las fuerzas de seguridad contrarrestaron las protestas con gases lacrimógenos. Las manifestaciones comenzaron con unas pocas docenas de personas reunidas en el centro de Beirut por la imposición de una tarifa diaria de 20 centavos a las aplicaciones de mensajería, incluida la popular WhatsApp.
Tres días después, el 20 de octubre, cerca de medio millón de personas de distintas religiones salieron a las calles en una sola voz en contra de los dirigentes, a quienes no reconocían y pedían su renuncia. El resultado fue una de las manifestaciones más grandes en la historia del país desde las protestas por la crisis de la basura en 2015.
Con la renuncia del primer ministro, Saad al Hariri, el 29 de octubre de 2019, los ciudadanos se reunieron en el edificio del Parlamento gritando “revolución” y acusaban a los políticos tradicionales de “ladrones”. El mandatario en retiro aseguró que “la situación de Líbano se encontraba en un punto muerto y que necesitaba de un choque para salir de la crisis”.
La llegada de la pandemia y la explosión en Beirut llevaron al país al límite
Con la llegada de la pandemia, las protestas parecían haberse disipado, sin embargo, meses después volvieron a estallar. No solo las cosas no habían mejorado si no que iban de mal en peor: el coronavirus acechaba al país, que vivía en colapso hospitalario y sufría la falta de todo tipo de insumos médicos para asistir a los enfermos. Por si fuera poco, la ya devastada economía del país se hundía cada vez más.
En esa situación de extrema crisis, es que el 04 de agosto de 2020 Beirut, la capital, fue devastada por una explosión que arrasó parte de la ciudad cobrándose la vida de 217 personas e hiriendo a más de 6.500. Tras la explosión, cuyas causas siguen siendo investigadas, reavivó las protestas de una ciudadanía enardecida con su clase política tras expandirse rumores de que el accidente se podría haber evitado.
Tras lo sucedido en agosto, los ciudadanos y la comunidad internacional presionaron por la renuncia del Gobierno. Países como Francia pidieron que la nación realizara reformas políticas y económicas estructurales si este quería acceder a préstamos del Fondo Monetario Internacional, una inyección de dinero necesaria para salir de la profunda crisis económica.
El 22 de Octubre, Hariri retomó el mandato como primer ministro con el ánimo de formar un nuevo Ejecutivo, pero tras meses de no poder pactar con las distintas fuerzas políticas del país, que históricamente se han repartido el poder en la nación y exigen controlar los diversos Ministerios, Hariri presentó su renuncia.
Finalmente, al multimillonario Najib Mikati le fue encomendada la tarea de formar un nuevo Gobierno, algo que hizo el pasado 10 de septiembre tras 13 meses de negociaciones políticas en el país. Su principal tarea: reanudar las conversaciones con el Fondo Monetario Internacional y conseguir la entrada de dinero al país.
Disturbios por la investigación sobre la explosión en Beirut
Las protestas más recientes, ocurridas el 14 de octubre, se dieron con los enfrentamientos sectarios más mortíferos en años en las calles de Beirut, dejando un saldo de siete personas fallecidas y decenas de heridos.
La manifestación fue convocada por el grupo Hezbollah, de gran influencia política en el país, y del partido chiita Amal. Ambos piden la destitución del juez Tarek Bitar, quien lidera la investigación contra varios exministros, sospechosos de negligencia por la explosión del puerto de Beirut.
El principal clérigo cristiano del Líbano, Bechara Boutros Al-Rai, dijo este domingo que “el Poder Judicial debería estar libre de interferencia política y activismo sectario”.
Para muchos libaneses, la explosión del puerto de Beirut es el mayor ejemplo del abandono de la población por parte de la clase política.
Este incidente, la crisis política endémica del país y la llegada del coronavirus han hecho de Líbano un país a la deriva con una moneda local que ha perdido más del 90% de su valor frente al dólar. En los últimos meses, muchos libaneses no han podido acceder a sus ahorros debido a las severas restricciones bancarias y, a nivel general, cerca del 80% de la población vive en la pobreza.