La movilidad y las nuevas tecnologías de consumo personal son la clave.
Sandhill Road, el Wall Street de la tecnología, tiene una extensión en Soma, el barrio de las startups de San Francisco. No hay un tren de alta velocidad, sino un viejo Caltrain, la línea que cada hora une el valle con la zona de mayor ebullición en la ciudad, Soma, llena de naves industriales reconvertidas en talleres donde se juega a adivinar el futuro. Los inversores, desde los años setenta, mantienen despacho en la calle que cruza con el Camino Real creado por los misioneros españoles; oficialmente, en los mapas es la carretera 101. Ahí tienen su despacho los socios de los grandes fondos de inversión. En San Francisco suelen quedarse los que visitan, escuchan, analizan y preparan informes antes de tomar decisiones, los asociados, la primera línea de frente, los que tratan con jóvenes que pretenden cambiar la mecánica de casi cualquier actividad.
Muy cerca del cuartel general de Facebook se encuentra la oficina de Kleiner, Perkins, Caufield & Byers, conocidos por sus iniciales, KPCB. En estas oficinas, cuyo alquiler no tiene nada que envidiar a los de Manhattan o la City londinense, se rastrean los siguientes negocios que despuntarán en el futuro para apostar por ellos. Randy Komisar, autor de un conocido libro de negocios con toque de autoayuda, El monje y el acertijo, dio uno de los golpes más sonados al invertir en Nest, una empresa fundada por exempleados de Apple en su mayoría y que terminó en manos de Google por 3.200 millones de dólares. Decidió depositar 20 millones con solo el primer power point de un termostato que se controla con el móvil. La plantilla de Nest llegó a 400 personas al pasar a manos de Google. Aun así, Komisar ve difícil que haya novedades en aparatos en Silicon Valley: “Los que entienden de cacharros son los pioneros del valle y esos ya casi se han jubilado”, dice.
David Golden es socio gestor en Revolution Ventures, una empresa fundada por Steve Case, creador de AOL. Es el último en llegar de los grandes fondos. Surgió en 2008 y ganó gran parte de su prestigio al vender Zipcar, dedicada al alquiler de coches por horas, a Avis por 500 millones de dólares. Golden da un toque de atención con respecto al hardware: “Mucho cuidado. Hay que estudiar bien los productos. Pensar lo que una persona estaría dispuesta a pagar por algo”. Es una clara referencia a Kickstarter e Indie Gogo, las dos plataformas de financiación colectiva más populares. Komisar está en sintonía: “Miden la demanda de un grupo de entusiastas concreto, pero no son fiables. Solo me parece bueno para aprender”. Únicamente muestra interés por las impresoras 3D. “No sé si habrá una en cada casa, como ha pasado con el teléfono o el PC, pero los usos son cada vez más interesantes”, asegura.
A modo de curiosidad, Komisar se anima a hacer una apuesta personal sobre las actividades que serán negocio dentro de poco: el reparto de comida con petición desde el móvil. “Ya se ha probado que no es solo un sistema que funcione en San Francisco o Nueva York”, explica. Amazon Fresh y Google Shopping Express son dos grandes exponentes de la “gratificación inmediata”, como se denomina a estos servicios. RocketSpoon ofrece platos recién hechos, nada de comida rápida, en menos de 20 minutos en San Francisco.
Qualcomm, segundo fabricante mundial de chips, por detrás de Intel, aunque líder en móviles y tabletas, tiene su propio fondo de inversión para incentivar novedades. Nagraj Kashyap, vicepresidente senior, siente que todo está cada vez más establecido: “Existen fondos grandes y pequeños, pero no hay sitio para algo intermedio”. Sus inversiones van exclusivamente a movilidad. Tiene sentimientos encontrados con respecto al hardware. Kashvan opina que solo los semiconductores y sensores tienen una oportunidad para crecer. Waze era una de las estrellas de su cartera, hasta que el año pasado pasó a manos de Google por 1.300 millones de dólares. Su intención es repetir el éxito fuera, con 99 Taxis, la alternativa a Uber en Brasil.
A Komisar le molesta que le pregunten por tendencias: “¿A quién le importa? No lo sabemos”. Se relaja y procede a dar una explicación. Lo importante son las visiones. “Yo escucho cómo proyectan el futuro mentes maravillosas, brillantes. Después, tengo que decidir qué visión es real y cuál una alucinación”, justifica el socio del fondo de capital riesgo KPCB.
En Silicon Valley no solo importa la idea, sino los miembros del equipo. Importan muchísimo. La confianza, aunque solo sea para escuchar dónde trabajaron previamente o la Universidad en la que estudiaron. Ser graduado en Stanford resulta de gran ayuda a la hora de llamar a las puertas de estos amos del dinero. Larry Page y Sergey Brin, cofundadores de Google, eran estudiantes de doctorado de este prestigioso centro.
El analista David Golden le quita un poco de misterio a esta zona de San Francisco: “Bueno, no hay que obsesionarse, hay 49 Estados más. Aquí todo vale el doble”. Entre los puntos de interés de su firma se encuentra la intersección entre el transporte, lógico dados los antecedentes con los coches, y la tecnología. Busbud permite conocer los horarios de autobuses en todo el mundo. Al integrarse con gigantes del turismo, como Kayak o Expedia, se ha convertido en una de las estrellas de su cartera.
Tras la intención de Amazon de repartir paquetes con pequeños drones (aviones no tripulados), esta tecnología no ha dejado de sonar. Tanto Golden como Komisar lo ven apresurado. El inversor de KPCB hace una aclaración: “Estamos muy interesados, siempre que el marco regulatorio acompañe. Junto con la robótica, se van a convertir en una realidad en menos de 10 años. Van a abaratar muchas tareas”, aprecia. Aquí no hay visiones que valgan, se muestra de lo más realista: “Por fin hemos dejado atrás la imagen de las películas, de un robot que te hacía un martini, para encontrar utilidades como limpiar la casa, pasear al perro y muchísimas ideas que están por venir”. Golden coincide: “La tecnología ya está ahí, se pueden hacer, pero el freno está en el lado de los políticos. Mientras no haya una regulación clara, no habrá nuevos actores en este terreno”.
Manuel Silva, vicepresidente de BBVA Ventures, fondo de inversión del banco español en San Francisco, tiene como misión detectar lo que pueda resultar de interés en el mundo financiero, el denominado Fintech. “El objetivo es reemplazar modelos que la banca ofrece mal con un fuerte apoyo en los datos. El dato cobra un valor financiero, hay que explotarlos de otra manera”, insiste. Así, el trazo que van dejando las compras de una tarjeta de crédito, por ejemplo, puede predecir otras y hacer una oferta a partir de él. Golden se reafirma en este punto. “Unir big data al historial de crédito es básico para los préstamos. Desde la crisis de 2007, la tarjeta de crédito ha perdido interés. Visa y MasterCard no terminan de entender el nuevo modelo”.
Al mismo tiempo, destaca cómo en Asia y América Latina todavía se guarda el dinero en casa. Precisamente, en Centroamérica y Sudamérica hace tiempo que funcionan los préstamos entre particulares. Komisar lo ve claro: “Va a ser una revolución en todos los niveles. Los clubes de préstamos no dejan de crecer. La forma de medir el crédito de la manera tradicional de los bancos ya no tiene cabida. Vaticino una gran disrupción”.
El inversor español considera que los préstamos están sufriendo una revolución. En Estados Unidos ha cambiado por completo la forma de asesorar a los clientes y también el modo en que se estima el nivel de crédito. “Se añaden componentes como quiénes son sus contactos, comportamiento y credibilidad en redes sociales”, explica Silva. Otro grupo para el que busca alternativas son los estudiantes universitarios. “Los préstamos ahora no se piden al banco, sino a sitios como Sofi, especializados en ese sector”, añade.
“La fiebre del bitcoin es solo la primera de las criptomonedas que vendrán”, vaticina Manuel Silva, “como tales se entienden monedas programables. Se trata de protocolos informáticos seguros en red que permiten transferir valor de manera descentralizada, por lo que no es necesario que ninguna autoridad central certifique la validez de las transacciones ni el valor que cada una posee en un momento concreto”, continúa el representante de BBVA.
Las redes sociales se presentan como las perdedoras, como lo viejo sin recorrido adicional. Para Golden, son un mercado saturado. “Es un espacio con demasiados jugadores. El negocio lo copan Twitter y Facebook, basadas en la publicidad, solo vale escalar para ganar. Los pequeños lo van a tener muy complicado”. Randy Komisar no duda en poner la pegatina de demodé en ellas. “Cuando es nuevo, mola. Pero ya maduraron y están en todo. Las redes sociales son una capa dentro de la interacción, una forma de condicionar el comportamiento, pero no le veo valor como a algo que hace algo”, advierte.
A Bernardo Hernández, consejero delegado de Flickr, se le considera la cabeza visible de España en Silicon Valley, combina su labor con algunas inversiones actuando como angel. Su vaticinio va de la mano de los medios: “El vídeo va a ser la gran revolución. Igual que Internet ha desintermediado la prensa escrita, los nuevos servicios como Netflix o YouTube, tras comprar Twitch, van a dar mucho que hablar”. No es casualidad que Twitter se quiera sumar a la ola más allá del modesto Vine. El fichaje de Baljeet Singh, creador del sistema de publicidad de YouTube, va claramente en esa dirección. Magisto, participada por Qualcomm Ventures, hace remezclas automáticas de vídeos en el móvil. Van firmes pero seguros, con 35 millones de suscriptores que pagan por el servicio.
Al fondo de inversión Draper Nexus se le reconoce olfato a la hora de elegir dónde poner su dinero. Apostó por Soundhound, dedicada a la remezcla de música, o Klout, a la medición de redes sociales, desde el primer momento. Sin embargo, Salil Padhan, socio de la firma, prefiere no hablar de tendencias, sino de valores: “Hay que buscar hacia dónde va el consumidor, al margen de las modas”. Tras esta aclaración, apunta hacia un fenómeno interesante al que ve futuro, el cruce entre el comercio online y offline: “Al final, se demuestra que nos gusta comprar probando y tocando cosas. Lo ideal sería que una misma tienda permitiese eso y recibirlo en casa. Nos queda por resolver el problema de la última milla”. Padhan se refiere a qué pasa cuando no se está en casa para recoger el pedido.
A diferencia de la mayoría de los consultados, sí ve valor en el hardware. Destaca a Goji, una firma española que prepara una cerradura controlada por el móvil, y el audífono de i-hear, con sede en Oakland. Cuesta menos de 200 dólares y se ajusta con una aplicación. “Tiene un gran mercado por delante. Con el tiempo se convertirá en un objeto común, como las gafas de leer. Es tan discreto que a nadie le dará vergüenza usarlo”, insiste el inversor.
Este último producto está dentro de la categoría de los wearables, la tecnología para llevar puesta. Hernández cree que el boom está cerca: “O llevaremos un reloj vintage, caro, como objeto de deseo o uno con alta tecnología, pero no medianías”, dice.
En este entorno optimista, de oficinas con entretenimiento y chucherías a todas horas, y dinero para experimentar surge la eterna duda. ¿Se acercará una nueva burbuja como a primeros de siglo? Ninguno de los inversores responde a la pregunta de manera directa, sino que consideran que las valoraciones, por altas que parezcan, suelen ser inferiores al valor de venta o de la posterior salida a Bolsa.
Manuel Silva es el único que afronta el tema de manera directa. Cree que, si llega la burbuja, no será de repente y se podrá corregir: “Se gana o se pierde mucho, pero con tanto dinero en el mercado es difícil un estallido”, aprecia. “Si las cosas van mal, no habrá un parón repentino, sino que la cantidad de liquidez que se ha inyectado en las empresas sirve para lubricar su economía”. “Antes de que estallase, habría señales para detectarlo y hacer un aterrizaje más suave. Tienen, en general, fondos como para sobrevivir dos años”, zanja.