Sonia

Las bienvenidas y las despedidas son parte natural de la vida, pero a unas las acogemos con toda felicidad, y a otras las rechazamos, las evitamos, las alargamos como un chicle como si así las encerráramos en el cajón de nunca jamás. Todo eso sin advertir que son la misma cosa. Bienvenir y despedir es el mismo movimiento del alma, sólo que uno requiere de mayor genersidad y desprendimiento: la despedida.

Cuando despedimos a alguien, una parte nuestra también se va, se desprende, nos deja. Los recuerdos compartidos no son sino esa porción de vida que el otro se lleva consigo cuando nos deja atrás. Acaba de partir Sonia, una amiga, una colaboradora por años, una mujer que supo abrazar a mis hijos, llevarlos a comprar una golosina cuando yo estaba ocupada. Un ser humano íntegro, leal, que servía sin servirse, que era consciente de que la necesitábamos y no por eso se aprovechaba de ese estado de necesidad. Se fue para dejar de sufrir con una enfermedad atroz que la tenía sitiada, reducida a una pobre expresión de humanidad que no merecia, y nos deja sufriendo su ausencia, pero bienviniendo un tiempo de paz para su alma y su cuerpo sufriente que no tenía ya más que ofrecer.
Hemos venido a ofrecer, y nos lo dio todo. Nunca, Sonia, nunca sabrás cuánto te hemos querido, a lo mejor sin las palabras adecuadas, sin los gestos ampulosos y evidentes del amor. A partir y a través de la necesidad de contar con tu honestidad, con esa cosa de perro guardián, de halcón, de madre que protege su cría de la amenaza real o posible. Fuimos por un tiempo tu cría, tus hijos de la vida, tus compañeros de quehaceres. Asistimos a tus dolores, tus alegrías, tus calores, tus fríos, tus ilusiones y esfuerzo por ser una persona más completa, más útil, aún más servicial, incluso para vos misma. Y nos llenaste de enseñanzas de amor, de entrega, de un cariño que no se intercambia por un sueldo y no gesta recibo formal, sino que va tomando la forma de la historia común, del recuerdo, de la huella que nos dejás y la pequeña partecita de historia nuestra que te llevás.
Buen viaje, amiga mía. Buen vuelo, buen horizonte. Que te toquen vientos cálidos como los del verano de tu Anisacate adorado, que te hagan subir a las alturas y desde allí mirar todo con la sonrisa de siempre, con la que abrazabas y bienvenías. Te quiero. Siempre. Hasta más vernos.