“Soy Angela Merkel, ¿qué me cuenta?”

La canciller mantiene una serie de diálogos telemáticos por Zoom con ciudadanos para escuchar de primera mano los efectos que la pandemia causa en la población.

“¿Qué me quiere contar?”. La canciller alemana, Angela Merkel, pregunta y una policía de Baja Sajonia le explica cómo es su trabajo estos días, marcado por una pandemia que en Alemania saca a miles de escépticos respecto a la covid con ganas de bronca a la calle. La canciller se pone a tiro a través de Zoom y la charla forma parte de una serie de diálogos que la veterana jefa de Gobierno mantiene semanalmente con los ciudadanos, ahora a través de la pantalla.

Primero fueron aprendices, después cuidadores y personas dependientes y más tarde policías. Luego le tocará el turno a los estudiantes. Se trata de desplegar empatía, pero también de tomar el pulso a la población en un momento crítico para el estado de ánimo colectivo. Porque no es lo mismo que un asesor le cuente lo difícil que lo tienen ahora los policías, que escuchar de primera mano que les escupen o verle en directo las ojeras a una enfermera sobrecargada. El cara a cara, aunque sea pantalla mediante, funciona.

Los encuentros se titulan Conversación con la canciller y el formato es muy merkeliano. Hora y media de conversación a palo seco. Nada de musiquillas, ni de vídeos efectistas trufados. Ni un solo gráfico explicativo. Todo muy sobrio. Solo gente a la que le pasan cosas y que tiene preocupaciones que compartir con la jefa de Gobierno. Se lo cuentan con todo lujo de detalles. Alguno se enrolla más de la cuenta, pero no pasa nada. Aquí no hay prisas ni cortes de edición que resten naturalidad al asunto.

Este tipo de diálogos ciudadanos no es nuevo para Merkel, que cada año mantiene uno o dos en algún punto del país. La diferencia es que ahora son más y son digitales. Pero sobre todo, que en este momento, el contacto resulta especialmente valioso en sendas direcciones. Más allá de la crisis sanitaria, la pandemia está abriendo considerables fisuras en una sociedad que en los próximos meses deberá enfrentarse al impacto económico y social de mantener la actividad durante casi un año al ralentí. Merkel ha asegurado que la covid-19 es un desafío para la democracia. La proliferación de noticias falsas en torno a la pandemia y las minoritarias, pero persistentes, protestas demuestran la importancia de la pedagogía política y de contar con el apoyo de la población en la lucha contra el virus.

En la charla con los policías, Merkel, que creció en la República Democrática Alemana, arranca diciendo que para ella es fundamental la libertad de expresión y que se permitan las manifestaciones de escépticos de la pandemia. Asegura, sin embargo, que se hace cargo de lo difícil que es el trabajo de los agentes en tiempos de pandemia. “¿Ha tenido casos positivos de covid-19 entre sus compañeros?”, le pregunta a un agente. Otra le explica lo difícil que fue mantener a un grupo de 700 personas en una cuarentena impuesta en un bloque de edificios, que acabó en conato de rebelión.

La cancillería designó los cuatro grupos de ciudadanos que participarían y luego las agrupaciones profesionales y Cámaras de Comercio eligieron a la quincena de personas por encuentro. La representatividad de los elegidos es evidentemente limitada.

El primer encuentro fue el de los aprendices, porque Merkel explicó que la pandemia les ha pillado en plena incorporación al mercado laboral, una fase decisiva de sus vidas. Había una peluquera, un fabricante de órganos y aprendices en la automoción, entre otros. “¿Cree que puede aguantar un poco más de teletrabajo?”, preguntó la canciller. Merkel les contó que cuando ella estuvo en casa ―se autoaisló durante la primera ola por un contacto cercano positivo―, se distraía escribiendo y encontraba siempre cosas que hacer. “Intento ver una película para distraerme o a salir a tomar un poco el aire”, dijo. Pero ella está ahí sobre todo para escuchar. “¿Cree que los políticos exageramos en nuestra reacción al coronavirus? ¿Cómo lo ve usted?”, les pregunta.

En otra de las charlas, cuando la canciller le preguntó a Friede Wallentin, una nonagenaria, cuál era su deseo, la mujer le contestó que le gustaría tener conexión a Internet rápida para poder ver a su familia. Tal vez Wallentin era consciente de que tocaba un tema muy sensible en un país que no se cansa de hacer bandera de la digitalización, pero que acumula espectaculares retrasos en conectividad. Microquejas aparte, en estos encuentros el tono es hasta cierto punto excesivamente cordial, como destacó algún artículo en la prensa alemana.

Los críticos de la líder alemana consideran que la suya es a menudo una empatía prefabricada y efectista. Pero lo cierto es que cuando se interesa al detalle y en actitud de escucha activa por los problemas de quien tiene enfrente, a menudo le funciona. “Sabe hacerse pequeña y ganarse la confianza del interlocutor. La gente se siente comprendida con ella”, señala una fuente que ha compartido mesa negociadora con la canciller.

La popularidad de Merkel se ha disparado en esta pandemia hasta niveles récord en sus ya 15 años de mandato. Las encuestas indican que los alemanes consideran que ha gestionado bien la crisis y confían en la canciller-científica. Alemania salió relativamente bien parada de la primera ola, pero esta segunda está golpeando con fuerza y en los últimos días se han alcanzado picos de casi medio millar de muertes en 24 horas: 483 el viernes y 18.517 desde el inicio de la epidemia. Las restricciones, menores que en otros países del entorno, han logrado frenar el crecimiento exponencial de contagios, pero han llevado las cifras al alza: 23.318 positivos el viernes en un país con 82 millones de habitantes. La incidencia nacional en los últimos siete días es de 138,7 casos por cada 100.000 habitantes.

Matriarcado

Estos encuentros permiten asistir al registro más humano de una canciller poco dada a mostrar sus emociones ni a salirse del guion. Puede que sea por la pandemia o porque el año que viene se retira después de tres lustros al frente de Alemania, pero lo cierto es que en los últimos tiempos, Merkel gana en expresividad y soltura. “Ha cambiado de tono. Ha aparcado el estilo de comunicación tecnócrata y de una ambigüedad deliberada porque es consciente de que Alemania y Europa se encuentran en medio de una gran transformación. […] Está muy preocupada por la pandemia y se ha dado cuenta de que tiene que liderar al margen de las competencias de los länder. Se ha vuelto más directa y más cercana.”, sostiene Constanze Stelzenmüller, del centro de pensamiento Brookings.

En una de las charlas, Wallentin le explicó que su residencia de mayores era una suerte de matriarcado con una directora y una número dos. “No está mal que las mujeres tengan algo que decir”, le respondió Merkel, antes de despedirse: “Salude a todas las mujeres del matriarcado”.