Por una iniciativa del Ministerio de Ciencia, los investigadores toman cursos para comunicar lo que hacen en clave humorística. Aprenden los secretos de los chistes, la interacción con el público y el trabajo gestual. Habrá shows en Tecnópolis todos los sábados de agosto.
Los científicos hablan de células, selección natural y radiactividad… y la gente se ríe a carcajadas. Devenidos en humoristas, a través del Curso de Stand Up Científico dictado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, los investigadores ensayan un nuevo camino para divulgar el conocimiento que día a día producen desde sus laboratorios e institutos.
“El curso, de cinco meses de duración, se enmarca dentro de una serie de acciones que estamos llevando a cabo y que tienen como objetivo darles elementos a los investigadores para poder comunicar mejor la ciencia”, explica Vera Brudny, coordinadora del Programa Nacional de Popularización de la Ciencia y la Innovación.
Así, los investigadores de distintas disciplinas que asistieron al curso contaron con clases sobre divulgación científica y sobre la dinámica propia de un show de stand up y sus elementos, como la construcción de chistes, la interacción con el público y el trabajo gestual, entre otros. El encargado de las clases sobre las facetas de stand-up fue el reconocido humorista Diego Wainstein.
La decisión de llevar a cabo el curso no fue azarosa, sino que tuvo como antecedentes un seminario de comunicación para científicos y un taller de narración oral escénica para la comunidad científica. Ambos fueron organizados por el programa que dirige Brudny y estuvieron dictados por Eduardo Sáenz de Cabezón, matemático español creador del grupo de monologuistas científicos The Big Van Theory, en una clara alusión a la casi homónima serie estadounidense sobre científicos.
“Ambas experiencias tuvieron mucha aceptación y convocatoria, al punto que tuvimos que dejar mucha gente afuera por falta de cupo –señala Brudny–. Este año tuvimos la posibilidad de hacer un curso más largo y la demanda en la inscripción también fue alta, por lo que hicimos una selección de los participantes.”
Algunos de los proyectos surgidos en este Curso de Stand Up Científico ya se presentaron en Tecnópolis en estas vacaciones de invierno, más precisamente en la Nave de las Ciencias. El viernes fue el turno de los investigadores Alejandro Saint Stevens, Fernando Schapachnik y Nadia Chiaramoni, en tanto que el sábado se presentaron Martín Farina, Pepe Jaramillo y Daniela Sganga. Durante agosto, las funciones se realizarán todos los sábados a las 17.30 y 18.30.
Facundo Alvarez es investigador del Conicet y actualmente divide su tiempo entre su doctorado en Neurofisiología y el proyecto El Gato & la Caja, un sitio de divulgación científica que fundó junto a dos colegas científicos y donde busca hacer llegar la ciencia al público a través de un lenguaje informal y mucho más descontracturado. Por eso no dudó en anotarse al curso de stand up ni bien se enteró de su existencia.
“Me pareció una excelente idea experimentar con este curso, porque de hecho no hay ninguna experiencia similar en ningún lado”, asegura Alvarez y agrega que si bien combinar ciencia con humor tiene sus dificultades, los resultados pueden ser muy buenos.
A la hora de difundir contenidos tan específicos, el científico considera que “el humor siempre sirve porque despierta cosas en el otro y genera cierta interacción. Todo lo que se pueda decir a través del humor llega de manera más efectiva y la ciencia no es la excepción”.
Otra de las participantes del curso fue Gisela Kristoff, doctora en Química e investigadora del Conicet quien, al igual que Alvarez, también cuenta con experiencias en el área de divulgación científica. En su caso, llevó a cabo dos obras de títeres para chicos con la idea de prevenir enfermedades por aguas contaminadas. El proyecto surgió a través de un programa de extensión financiado por la UBA.
Para Kristoff, la propuesta de hacer stand up con contenido científico es todo un desafío pero también un camino válido para hacer llegar la ciencia a la gente. “Si bien la idea no es que el público entienda algo muy complejo, sí buscamos prender una lucecita de interés en el otro. Las personas nos escuchan, se entretienen y de paso se llevan pequeños conceptos. Ahí el humor es esencial”, destaca la investigadora.
Para Brudny, las distintas iniciativas a la hora de fomentar la divulgación científica y de desarrollar estrategias para comunicar la ciencia a todo público son esenciales. Allí, las nuevas generaciones parecen jugar un rol clave.
“Muchos científicos jóvenes están captando muy rápidamente que hay una necesidad de contar qué es lo que se hace en los laboratorios y de transmitir en qué consiste la ciencia”, asegura la coordinadora del Programa de Popularización. Asimismo, destaca que muchas de las variables de trabajo de los científicos son compartidas y comunes a otras actividades de los ciudadanos en su vida cotidiana.
En la misma línea, Facundo Alvarez resalta la importancia de que la ciencia no llegue solamente en forma de soluciones o medicamentos, sino también como conocimiento. “Difundir el modo en que el científico trabaja o los métodos que usa puede servir para cualquier otro ámbito de la vida. De esta forma, cambia la forma de entender tu entorno e incluso entenderte a vos mismo”, subraya.
Kristoff, por su parte, toma a la divulgación científica como una forma de devolución a la sociedad y un camino para establecer vínculos con la misma. “Hay una gran parte de la comunidad científica que no ve con buenos ojos las actividades de divulgación. De hecho, para los concursos para docente las tareas de extensión valen muy poco. Se puede ser muy riguroso en las actividades científicas y además emplear tiempo en tareas de divulgación”, concluye.