“Mi hijo no me hace caso, No se deja vestir, no se quiere ir a dormir, no se quiere bañar, se enfurece cuando le negamos algo o cuando le impedimos que realice alguna actividad. Tiene rabietas, llora sin control”. ¿Cuántas veces lo escuchó, si no lo vivió? ¿Es normal, o parte de una patología? No se sienta culpable, la respuesta no es tan sencilla.
Dicen que si uno se pone en el lugar del bebé, ellos sienten que lo que no pueden hacer “ahora” los hace sentirse verdaderamente desolados. El disgusto y la desesperación lo hacen perder el control de sí mismo. Entonces emergen los chillidos, patadas y llanto desconsolado como las manifestaciones más comunes de su estado de ánimo. Casi siempre esta explosión de emociones hace que se olvide de lo que originó el berrinche. Por eso el niño frustrado tarda en volver a la normalidad y luego se queda triste.
¿Hasta dónde llevar la atención sin que esto se convierta en sobreprotección?, ¿cuándo empezar a decir que “no” a algunas de sus demandas? y ¿cómo lograr esto y que el niño se siga sintiendo querido? Estas preguntas que rondan a las mamás como fantasmas llegan a su clímax cuando se enfrentan al primer berrinche. Pero están quienes aseguran que el sentir frustración temprana no siempre es perjudicial, al contrario, que de ella se aprenden los límites entre lo que se puede hacer y lo que no, además de entrenarlos en la capacidad de aspirar a algo, de luchar por conseguir una meta.
Antes de empezar se eleva la frustración, casi siempre comienza con un “no” o “no quiero”, después inician intensamente el llanto y los gritos y de ahí puede seguir hasta hacerle daño a alguien intencionalmente, como pegar o morder, y en algunos casos excepcionales se hacen daño a sí mismos golpeándose contra el suelo o las paredes.
Este tipo de reacción siempre va dirigido a alguien, es decir, ese es su objetivo, puede ser a mamá o papá, el niño nunca realizará un
berrinche cuando esté solo, y se asegurará de que haya alguien que lo esté oyendo.
La Asociación Americana de Psiquiatría, que viene marcando el rumbo desde Estados Unidos en la década del 50, tuvo que ver con las ideas, políticas y modas en la relación padres-hijos. Sobre estas cosas dialogamos con la Lic. Beatriz Moyano.
Noticias & Protagonistas: ¿Hay algunos cambios en la interpretación de los berrinches como conducta alterada de un niño?
Beatriz Moyano: Bueno, en realidad para abordar el tema hay que ver cómo venía planteado. Hay un manual estadístico, el DCM, donde figuran todos los trastornos mentales codificados para que en cualquier parte del mundo hablemos de lo mismo cuando hacemos o leemos un diagnóstico. El manual no dirige el criterio médico porque éste será resultado de toda una experiencia clínica. Hemos tenido DCM3, luego DCM4 y ahora vamos por el DCM5; cada año se van modificando cosas que parecen producto de errores o de avances.
N&P: Y en este caso específico, ¿qué detectaron?
BM: Que había demasiados chicos con diagnóstico de bipolaridad, con irritabilidad muy marcada, agresividad, cambios drásticos, en fin, un panorama grave. Pero resultó ser un error, porque algunos niños quedaron en el medio: berrinches que no llegan a la bipolaridad, y que tienen un lugar propio en la medicina para tratarlos; incluso las obras sociales cubren porque se los saca del paraguas de la bipolaridad.
N&P: ¿Entonces, hubo apresuramiento en el diagnóstico?
BM: Si es un chico que tiene trastornos de conducta con desregulación emocional, disruptiva, en realidad tiene episodios de berrinches muy severos, que le toman casi la mitad del día enojado, rabioso, mezclado con tristeza, alterando la conducta de la familia, de la escuela, no hace relación con otros chicos, el diagnóstico estaba bien. Pero tampoco se pretende patologizar lo normal, cualquier chico con berrinche no tiene un trastorno. Hay que darles una entidad clínica para poder atenderlos, esa es la idea. En este grupo nuevo de interés, hay que incluirlos pero que no se transforme tampoco en un negocio de laboratorios.
N&P: Los DCM podrán cambiar sobre el diagnóstico, pero la base humana es la misma desde que el mundo es mundo…
BM: La verdad que sí. Yo investigo patologías menos conocidas, con gente de otras latitudes, y vemos que hay trastornos biológicos muy semejantes, en China o en Argentina o en New York. La cultura lo que tiene son formas diferentes de abordarlos. La influencia es grande, no lo neguemos, puede llevar a mejor o peor pronóstico según cómo lo maneje la sociedad.
N&P: El tema en sí mismo es delicado, hablamos de problemas de conducta de niños, de la sociedad, incluso del entorno y la escuela, pero en el fondo, ¿no fue el concepto de autoridad lo que cambió?
BM: Es cierto que en nuestra sociedad nosotros tenemos más chicos desafiantes que en Estados Unidos, porque ellos manejan otro tipo de construcción y estructura. Tiene que ver con cuestiones sociales, ausencia paterna, o que trabajan los dos y entonces es difícil instalar normas. No hay que confundir un chico con conductas que muestran que quiere límites, con el que tiene un problema patológico que va más lejos. La experiencia clínica muestra que no se arregla con un manual y es posible dilucidar cuándo un chico es sólo problemático, porque el DCM distingue al desafiante del que tiene trastorno emocional.
N&P: Eso significa que si hay buen criterio clínico no se corren riesgos…
BM: Exactamente, y la Argentina tiene psiquiatras con muy buena formación; nosotros somos clínicos fenomenólogos, nos interesa la experiencia, el diagnóstico sobre antecedentes, familia, y los factores psicológicos para que el chico se porte mal. Con todo eso recién entonces se podrá catalogar el problema. En el caso hablamos de severa desregulación del humor, chicos con una gran irritabilidad que no se refleja sólo en el episodio puntual, sino que están mal todo el día, o que tiran algo contra el pizarrón en la escuela, o insultan a la maestra, o pegan a sus compañeros, o tienen una agitación imparable: esto es diferenciado. Son más que hiperkinéticos, pero menos que bipolares, no pasa sólo por berrinches.
N&P: Es cuestión de saber diferenciar, no caer en facilismos del tipo “el chico es inmanejable” o en tratamientos rápidos para quitarse la responsabilidad de padre o educador, ¿verdad?
BM: Son cosas que podemos modificar lentamente si los padres toman conciencia de la necesidad de acuerdos básicos en los límites con los chicos, y que no haya brechas insalvables con la escuela. Que el chico no logre lo que quiere siempre, porque si no jamás aceptará como adulto un escollo.
El lado bueno
Aunque cueste creerlo y resulte paradójico, necesitamos entender que la rebeldía, la desobediencia, las rabietas, los berrinches, son elementos positivos y formas expresivas de una personalidad en formación. El berrinche es una etapa en el desarrollo emocional de los pequeños; sin ser esto una regla estricta, suelen aparecer entre el año y los dos años y medio de vida.Si un niño de esta edad no da muestras de oposición, no protesta, obedece, entrega sus juguetes, estará mostrando problemas en la expresión de sus emociones y por tanto debemos considerar estas conductas como signos de preocupación, son signos de un niño que tiene miedo a expresarse.
Pequeño vademécum
Distraerlos (leer un cuento, juegos simples o lo irracional, una broma). Ignorarlos, si se puede y el niño está en un lugar seguro, salir de la habitación. Ser consistentes: si los niños saben cuál es la última palabra, es más difícil que luchen contra ella. En algunos casos tomarlos en brazos, sin rabia y con dulzura funciona para desactivar el berrinche.
Lo importante es enviar el mensaje de que se lo está escuchando, y a la vez, que de esa forma no va a conseguir nada.
¿Qué no hacer? Pegarles: los golpes sólo incrementan la frecuencia de los berrinches y su duración. Ceder; manipularán si consiguen lo que querían y lo harán más seguido y en público para ejercer presión. Evitar razonar con ellos: en ese momento el niño es incapaz de pensar de forma racional. Consultar al especialista cuando se lastima, o cuando hay otros problemas paralelos de conducta.