Por estas horas, Mar del Plata es el campo de batalla de una sociedad que quiere vivir en paz y sectores enmarañados en extrañas complicidades que pretenden continuar con privilegios e impunidades, que vienen desde muy lejos y no están dispuestos a ceder.
Hace más de un año, el intendente Gustavo Pulti pidió tener “autoridad política”. El pedido surgía por la posible aprobación de un proyecto que el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, envió a la Legislatura provincial para la creación de cuerpos de policía municipales en los distritos bonaerenses. Por supuesto, Pulti expresó su adhesión a la iniciativa.
Este antecedente deja en claro que la creación de la fuerza comunal, recientemente anunciada, no se inscribe dentro de un caso de oportunismo sino que supone un nuevo camino hacia un objetivo previo del Ejecutivo comunal, que ya no puede demorarse esperando resoluciones desde la capital provincial. Pero desde el mismo momento en que Pulti anunció la creación de la fuerza, luego de una trágica seguidilla de homicidios que alarmaron a los marplatenses, una operación mediática y política que lleva el indisimulado toque de las corporaciones comenzó a organizarse para que nada cambie.
La Justicia es una corporación. Convertida en una sociedad casi secreta que, con el pretexto de defender su independencia, culminó por abrazarse a mecanismos cerrados con una autonomía interior que prioriza la independencia respecto de los otros poderes, ha desarrollado alianzas y complicidades con otras corporaciones de similares características. Ejemplo de ello es su propia organización, donde el nepotismo y la permanencia como valor adquirido son ya características asumidas por propios y extraños.
La Policía es otra corporación. En las últimas décadas, ha ido incorporándose a la judicial formando una especie de sociedad típicamente mafiosa que se rige por el principio de “vos cubrí mi inacción (la de la justicia), que yo protejo tu corrupción (obviamente, la policial)”. Así observamos cómo nunca pasa nada, incluso cuando la sociedad conoce de ambos vicios, denuncia casos concretos que la perjudican o agreden y siempre se queda esperando una respuesta de una u otro de los “socios”. Respuesta que jamás llegará porque “entre bueyes, no hay cornada”.
Claro que la impunidad ceba. Y en el caso que detallamos, la misma ha ido avanzando hasta límites inimaginables para una comunidad sana. Prueba de ello es que en Mar del Plata sólo tienen resolución casos que explotan en sí mismos pero jamás por obra y gracia de una acción efectiva de la Policía y una participación adecuada de la Justicia. ¿Cuánto hace que en la ciudad no se descubre, desbarata y condena una banda?
Una “banda”, expresión de lo que -todos sabemos- en algunas actividades delictivas supone lo que llamamos “crimen organizado”. En este reino de la impunidad sólo los “perejiles”, los criminales obvios o inexpertos y algunos otros marginales del verdadero delito, terminan con sus huesos en la cárcel. O aquellos que pretenden pisar en soledad el territorio de las verdaderas bandas, que sí existen y cuentan con la protección necesaria para seguir operando sin temor alguno.
Por eso los ladrones de autos viven en Mar del Plata, un paraíso de zonas liberadas. Y por eso, aun tomados “in fraganti”, recuperan inmediatamente la libertad: amparados por la bochornosa figura del encubrimiento propia de la tapadera legal que consagra la impunidad de uno de los negocios más rentables de nuestro tiempo.
Debe entenderse, entonces, el temor de la corporación judicial-policial al nacimiento de una nueva fuerza que, manejada por un poder político al que el fenómeno de la inseguridad afecta directamente, ponga en evidencia la inacción y la complicidad de las viejas estructuras. Muchas veces nos resistimos a creer que este tipo de organizaciones criminales existan más allá de lo que nos plantean las novelas, películas o series televisivas. Y es que no queremos asumir que esas expresiones de ficción son seguidas por tantos seres humanos en el mundo entero porque reflejan, nada más ni nada menos, que la dolorosa realidad.
Bastó que se conociese la decisión del Intendente de crear una policía municipal para que la ciudad se convirtiese en una ordalía de crímenes que comenzó en aquél trágico fin de semana de los tres homicidios, continuó con el inexplicable asalto sufrido por la viuda de una de las víctimas y llegó al paroxismo con la reciente muerte del Dr. Tristán Ventimiglia, primo hermano de uno de los mentores de la nueva fuerza en la ciudad.
Foros de seguridad, expresiones políticas que se han caracterizado por la poca importancia que le prestaron al crecimiento del delito, pseudo dirigentes sociales que hace mucho tiempo fueron repudiados por sus dirigidos. Y también, una prensa diminuta en sus objetivos que sigue creyendo que “libertad de expresión” es tan sólo criticar el ejercicio del poder y no, como corresponde, pararse sin prejuicios ni intereses frente a la verdad de los hechos. Todos, salieron a batir parches para criticar lo que hasta ayer exigían casi como única solución. El escenario quedó suficientemente montado para la respuesta de las corporaciones. Y la respuesta llegó…
Poco se ha avanzado en la investigación de estos crímenes. Y mucho menos en la búsqueda de sus verdaderas motivaciones. Pero dentro de la misma fuerza policial existen hoy muchos funcionarios que, hartos de vivir comprando desprestigios ajenos, se han acercado a decirnos que la orden es desviar las pesquisas cada vez que la luz aparezca en el horizonte.
Es mucho lo que está en juego; muchos millones y mucho poder. Pero sobre todo, una vieja organización al servicio de los privilegios, que se ha mantenido intocable a lo largo del tiempo y no está dispuesta a perderlos.
Pero si la ciudadanía no cierra fila a su alrededor y no apoya medidas que terminen con este perverso orden de cosas, es probable que la derrota de los honestos suponga la condena de la sociedad a quedar en manos de los corruptos para siempre.
Y ese es un precio que, más allá de las simpatías políticas de cada uno, no podemos darnos el lujo de pagar.