Diego, vecino de nuestra ciudad, debió acudir a la guardia del HIGA para atenderse por una infección en el pie. En carne propia, vivió el desmadre que hoy reina en el nosocomio, donde hace tiempo que los empleados reclaman por mejoras. Un duro relato de lo que viven cada día cientos de personas.
En estos días, pasar por la guardia del Hospital Interzonal General de Agudos (HIGA) de Mar del Plata es una verdadera odisea que refleja a la perfección y con creces la desidia política que existe alrededor de la salud pública.
Esta mañana en la 99.9, dio su testimonio Diego, un vecino de la ciudad que debió recurrir al nosocomio y se encontró con una realidad difícil de imaginar hasta que se vive en primera persona. “Tuve un corte debajo del pie que se transformó en una infección. Cuando se inflamó y se puso serio, decidí atenderme. Por una cuestión laboral que no me permitió hacer los pagos de la mutual, tuve que ir primero a la salita de Guanahaní, donde me hicieron una placa; pero nadie me tocó el pie y me despacharon”, contó en principio.
Luego, agregó: “con mi familia, decidimos ir al Hospital. Cuando me tocó el turno a mí, apareció un médico sin guantes ni nada, con una ropa que parecía de alguien que trabaja en el campo, excepto por las manchas rojas. Escribió una prescripción, el trámite no duró más de un minuto y algo”.
Pero Diego aún no había podido resolver su problema, porque la infección en el pie podía agravarse inmediatamente estando en el HIGA: “yo tenía un agujero en el pie, era susceptible a las bacterias. De ahí me pasaron a un cuartito de dos por dos para conectarme a suero, había dos personas más. Me conectaron y me pasaron a otro cuartito, donde había seis personas, todos sosteniendo su frasco de suero, típica imagen de la Primera Guerra Mundial. Me dijeron que quedaba en observación, pero los únicos que me observaban eran los que estaban en el cuartito. Al médico no lo vi más en las seis horas siguientes hasta que me fui. A las dos horas, no había nadie más en el cuartito; me saqué la campera para envolverme el pie por la mugre que había en el piso. Vi algo negrito que me pasaba por arriba de la zapatilla del otro pie, eran cucarachas chiquitas”.
Cuando decidió salir, se encontró con otro panorama apocalíptico entre aquellos que todavía aguardaban de pie o en el piso para ser atendidos por distintas urgencias: “no había un solo médico, estaban conviviendo todos los que tenían emergencia en el mismo lugar. Se acercó un enfermero y le dije si no podía hacer algo, porque había un muchacho con seis fracturas en el cuerpo y estaba apoyado en la pared. Le dije que había una falta de profesionalismo importante que ellos deberían tener”.
Diego tuvo que irse prácticamente de la misma manera que ingresó, y podría incluso haber sido peor: “lo que te dicen es que no tienen nada, ni sillas de ruedas, ni sillas, ni nada para darle a la gente”. Se trata de una experiencia como la que muchos pasan a diario dentro del Hospital Dr. Oscar Alende. Antes de finalizar su relato, Diego sentenció: “todo esto me dejó shockeado. Pasó el sábado y todavía no caigo, no lo puedo creer”.