Los traficantes siguen embarcando inmigrantes aunque las ONG de rescate se retiren poco a poco del Mediterráneo. Las mafias mueven en África a 3,5 millones de personas, más que cualquier touroperador global.
En términos de número de viajeros, la mafia es el mayor touroperador del mundo. Nadie mueve a tanta gente en el planeta como los traficantes de la inmigración, nadie determina los flujos humanos tanto como su implantación en un determinado territorio, nadie tiene su flexibilidad para cambiar de planes y adaptarse a circunstancias cambiantes y nadie obtiene tantos beneficios. Creemos saberlo todo sobre los que llegan a nuestras costas, pero no sabemos nada sobre el que monta el viaje.
En estos momentos, según la ONG Centro Africano para los Estudios Estratégicos, 3,5 millones de africanos están desplazándose de un lugar a otro en manos de traficantes. Según sus informes, hay más mujeres que hombres siendo traficados en el continente. El 50% de ellos son menores. Pocos de ellos, tan sólo el 1% de esos 3,5 millones, tratará de llegar a Europa. El 99% restante se desplaza entre países africanos.
¿Qué hacemos cuando queremos viajar a algún país africano o asiático? Vamos a la embajada y solicitamos un visado. Así funciona para nosotros, pero no a la inversa. ¿Qué alternativa tienen los ciudadanos de muchos países africanos para venir a Europa? Si los estados no permiten esa operación, surge algo que lo reemplaza: la mafia. Cuantas más fronteras, trabas burocráticas, rutas cerradas y prohibiciones se encuentre el inmigrante, mejor para el traficante. Entre manos tiene un negocio criminal de billones de dólares, el más lucrativo en la actualidad que el tráfico de drogas o de armas.
El periodista especializado en inmigración Giampaolo Musumeci investigó el fenómeno junto a Andrea di Nicola, criminólogo en la Universidad de Trento, y pusieron por escrito sus conclusiones en Confesiones de un traficante de personas (Altamarea Ediciones), donde hablaron con 10 mafiosos. Musumeci cuenta su experiencia: “Cuando hablas con ellos, como cualquier criminal, se autoabsuelven. Al mismo tiempo, es verdad que ofrecen un servicio que nadie más presta. Había uno que me contaba que se veía como una especie de Moisés dirigiendo a su pueblo a la tierra prometida. Esa línea entre el criminal y el héroe para mucha gente es muy fina”.
Algunos de esos traficantes, los más poderosos en Libia, han cambiado de táctica. Antes, metían a cientos de inmigrantes en viejos pesqueros de madera. El objetivo, muy precario, era intentar llegar a Lampedusa. Aunque estaban en malas condiciones e iban sobrecargadas, estas embarcaciones de fortuna eran más sólidas que las zódiac actuales, con las que apenas pueden navegar unas horas hacia aguas internacionales. En un contexto de criminalización de las ONG, cuya presencia se reduce, ¿qué espera un mafioso que pase lanzando a sus clientes al mar en esas condiciones? Dos opciones: rescate o muerte.
“El buen traficante intenta no perder a los inmigrantes que han sido sus clientes. Tiene que mantener su reputación, Su objetivo no es usar la violencia contra ellos, sino hacerles llegar a Europa y ganar dinero. Pero una cosa es cierta: si ellos pierden un camión con 40 inmigrantes entre Agadez y Argelia y ya han pagado, no es un problema para los mafiosos. Igual sucede con una lancha que se hunde con 100 personas. Ahora bien, si pierden 500 kilos de cocaína o dos cajas de Kalashnikov, entonces sí tienen un grave problema. Esa es la diferencia”.
El último periodo largo en el que no hubo barcos de rescate de ONG frente a las aguas libias (del 28 de junio al 8 de julio de 2018) se registraron más de 300 muertos en el mar. Hay ejemplos tangibles de naufragios de barcos fantasma que no han sido documentados. Eso prueba, primero, que la afirmación que hacen algunos partidos de ultraderecha sobre la supuesta coordinación con las ONG es falsa. Y segundo, que a estos traficantes no les importa enviar a 300 personas a la muerte en lanchas cuya vida útil no supera las seis horas de navegación mientras ellos ganan enormes cantidades de dinero.
“A veces son los propios refugiados, que han sido traficados antes, los que deciden dedicarse a esto. El General, uno de los grandes mafiosos del Mediterráneo, fue inmigrante antes que traficante. Otra gran traficante es una conocida prostituta nigeriana que fue esclavizada por una mafia en Madrid. Ahora ella tiene su propio negocio”, asegura Gianpaolo Musumeci.
¿Cómo son estos traficantes de personas? “Todos son parecidos, trabajen en el desierto o en el mar. Deben tener muchos contactos, ser creíbles, creativos, carismáticos, tener poder de convicción, conocer las rutas, las leyes, las últimas noticias… Son empresarios criminales, pero empresarios al fin y al cabo”, cuenta Musumeci. “La policía europea es muy lenta, pero ellos son muy rápidos, elásticos y flexibles. Siempre van por delante”.
Detener a estos traficantes, que es la solución que ofrecen muchos políticos en Europa para regular la inmigración, es casi imposible. El traficante jamás va a bordo de las embarcaciones que fleta. Vive seguro y protegido en Trípoli, Zuwara, Agadez, Lagos o Estambul. “El mafioso participa de otros negocios y está en contacto con otras mafias. Cuando los vehículos que llevan a los inmigrantes a través del Sáhara tienen que regresar, nunca lo hacen vacíos. Se cargan armas o drogas de vuelta para aprovechar el viaje”, dice Musumeci.
“Pensemos en la operación Carguero Fantasma. Una mafia de sirios compraba barcos para el desguace en Turquía por un precio regalado. Luego lo llenaban de cientos de refugiados sirios y lo lanzaban al mar. El primero llegó a Lecce, en Italia, en 2014. Compraron el cascarón a 200.000 euros, pero por el viaje sacaron un millón y medio de euros”, concluye Musumeci.