Los talibanes han borrado la presencia femenina de las universidades, de prácticamente todos los puestos de trabajo y de los lugares de ocio. Presas en sus casas y frente a la inacción internacional, muchas jóvenes solo sueñan con marcharse.
Escuchar a Maryam transporta a un lugar muy oscuro donde cohabitan el miedo permanente, la rabia, la miseria y la falta de esperanza. Desde el 15 de agosto de 2021, cuando los talibanes se hicieron de nuevo con el poder en Afganistán, esta estudiante de Medicina de 22 años ha visto cómo su lugar en la sociedad y sus libertades se reducían cada día. “Durante años escuché a mi madre contar cómo los talibanes le habían impedido estudiar cuando gobernaron de 1996 a 2001 y ahora a mí me pasa lo mismo. Siento que estoy en una tumba. Esto ya no es vida. Solo resistimos a la espera de una oportunidad para irnos”, explica.
Maryam acepta hablar con este diario con la promesa de que su verdadero nombre no será publicado. “Si no, no podré expresarme libremente”, explica por teléfono desde Herat, en el oeste del país, donde vive con su madre y sus dos hermanos, aún menores de edad. La joven dejó de ir a la universidad en diciembre de 2022, cuando los talibanes prohibieron a las mujeres que acudieran a las aulas, meses después de haberles prohibido acudir a los institutos de secundaria. En este momento, ninguna niña de más de 12 años puede ir a clase en Afganistán, una situación única en el mundo, según la ONU.
“Intento encontrar clases online de Medicina y de Literatura y paso el día en casa leyendo, revisando viejos apuntes y libros de la universidad porque aspiro a terminar la carrera en algún lugar. La única manera de hacerlo será marcharme, porque ellos ni se van a ir ni van a cambiar”, explica.
En estos tres años, los talibanes han publicado unos 100 edictos que restringen la libertad de movimiento de las mujeres, limitan al máximo su derecho a la atención sanitaria y a la educación, les cierran las puertas del mercado laboral y las privan del ocio, desde hacer deporte hasta acudir a un salón de belleza. Esto ha hecho que las afganas se esfumen del espacio público, con los efectos colaterales que ello conlleva, por ejemplo, para su salud mental y la estabilidad financiera de las familias.
La escritura que salva
Maryam se ha refugiado en los libros y forma parte de un grupo de mujeres jóvenes que escriben clandestinamente novelas y poesía. “Describo la sociedad actual y lo que nos toca vivir a las mujeres. Primero, nos juntábamos en parques para compartir nuestros textos, pero los talibanes nos prohibieron ir. Después, nos dábamos cita en los patios de los hospitales, pero también nos tuvimos que ir de ahí. Ahora hacemos reuniones online”, explica.
Las restricciones han ido en aumento y los libros no religiosos, sobre todos los de autores extranjeros, son vistos como amenazas por los fundamentalistas. Maryam intercambia ejemplares con amigos y profesores y lee por internet. Acaba de terminar Viaje al fin de la noche, del francés Louis-Ferdinand Céline, traducido al persa. “Cuando salgo a la calle y llevo conmigo un libro sé que corro un gran riesgo. El otro día tomé un taxi sola, con una novela en el bolso. El conductor vio un control talibán más adelante y me hizo bajar en medio de la calle para no ser detenido por llevarme. Pasé mucho miedo”, cuenta. Maryam no tiene mahram o acompañante masculino porque en su casa no vive ningún hombre adulto, lo que limita aún más sus movimientos.
La ONU considera que los talibanes han instaurado un apartheid de género, un término que define el acoso y la progresiva reducción de los derechos más elementales por el simple hecho de ser mujer, y recomendó de nuevo en junio que se reconozca este delito como un crimen de lesa humanidad para que haya responsables que un día puedan rendir cuentas ante la justicia por estos abusos.
“Éramos un grupo de 10 amigas: cinco se han ido, dos se marcharán en los próximos meses y quedamos tres buscando la manera de salir de aquí. Es un buen reflejo de mi país hoy. Yo no puedo abandonar a mi madre y a mis hermanos. Además, quiero que mi hermana pueda estudiar también”, dice Maryam.
Dos abortos en dos años
Según cifras de la ONU, en Irán y Pakistán hay unos 7,7 millones de refugiados afganos, de los cuales al menos 1,6 millones llegaron después de agosto de 2021, aunque los números reales podrían ser mayores. Faizah está incluida en estas cifras. Tiene 35 años y llegó a Pakistán hace un mes. “He pasado tres años encerrada en casa, sin ningún plan más allá de seguir con vida. Metí mis sueños en un cajón y esperé. Decenas de miles de mujeres como yo, con formación y trabajos buenos hasta 2021, se han convertido en amas de casa, presas e invisibles en sus hogares”, explica por teléfono, pidiendo también que su nombre verdadero no se use en esta entrevista.
Esta mujer era fiscal hasta el retorno de los talibanes. En los días que siguieron, recibió varias llamadas anónimas en su casa en Kabul. Decían su nombre, su oficio y colgaban. “He metido en la cárcel a varios criminales y sentí miedo así que mi marido y yo volvimos con la familia al norte, a Mazar-i-Sharif”, explica.
El otro delito de Faizah es haberse casado con un tayiko, siendo ella hazara, una minoría muy discriminada y perseguida por los talibanes. “Soy chií y mi marido es suní. Para los talibanes, nuestro matrimonio no es bueno. Un día, mi esposo quiso invitarme a tomar un helado. No siempre tenemos dinero para estos lujos y estábamos contentos. Lo compramos y nos sentamos en un banco a comerlo, pero llegaron dos policías. Le dijeron que tenía que divorciarse de mí, que no podíamos seguir viviendo juntos”, recuerda.
Esta fiscal ha pasado meses sin salir de casa y ha tenido que vender todo, “hasta el anillo de bodas”, para poder comer. “He sufrido dos abortos en los últimos dos años. Uno de ellos, tras un control talibán en la calle en el que me asusté mucho, y el otro hace ocho meses, cuando los fundamentalistas vinieron a registrar mi casa”, explica.
“Me sentía acorralada, sabía que me matarían si me quedaba en Afganistán, pero no teníamos los pasaportes en regla y yo no podía huir de cualquier manera. Tuve poliomielitis de pequeña y sufro una discapacidad en una pierna que me impide correr. Finalmente, conseguí renovar el pasaporte argumentando que debía recibir un tratamiento en Pakistán”, explica. Ahora, Faizah y su esposo esperan en Islamabad la confirmación de que podrán viajar a Alemania, el único país que aceptó su demanda de protección como fiscal en peligro.
El silencio del mundo
Mina vive en Kabul y en agosto de 2021 estudiaba Económicas en la universidad. En ese momento, la costura era solo un entretenimiento, pero ahora se ha convertido en un sustento necesario para toda la familia. Esta joven de 23 años cose en su casa y envía los encargos usando mensajeros. La mayoría de las veces no puede tomar medidas ni hacer pruebas a sus clientas. “Tienen miedo y yo también. Al principio, me negué a vestirme como ordenan los talibanes, totalmente cubierta de pies a cabeza, pero mi madre me suplicó que lo hiciera, por seguridad, y acabé cediendo”, explica.
La familia está especialmente preocupada por su hermana de 16 años, que está hundida en una depresión severa. “Habla muy poco y llora mucho. Pregunta por qué nuestro hermano puede ir a clase y ella no, por qué no puede ser médica o ingeniera, solo ama de casa. Y yo no tengo respuestas para ella”, explica Mina.
La organización humanitaria afgana Rawadari ha publicado esta semana un informe basado en testimonios obtenidos en prácticamente todas las provincias del país, en el que alerta de un aumento de la privación de derechos fundamentales para las mujeres debido a la “discriminación sistemática” por parte de los talibanes y de un incremento de los malos tratos y el acoso, sin que las víctimas puedan denunciar estos abusos ante un tribunal. Su fotografía general de la situación de las afganas es desoladora: Más de 1,4 millones de niñas están privadas de educación en este momento, y desde enero de este año se han cerrado varias escuelas clandestinas para chicas y se ha encarcelado a al menos 28 responsables y estudiantes de estos centros. Hay mujeres detenidas tan solo negociar el precio de un producto en un mercado, y afganas que no son admitidas en un hospital aunque estén muriéndose si no llevan un acompañante masculino.
“Cada día hay mujeres que sufren en sus casas, que son arrestadas, golpeadas o casadas a la fuerza, pero el mundo se queda en silencio. No solo eso. Los talibanes dicen que Afganistán es ahora un país más seguro y se les cree, cuando la realidad es otra”, denuncia Faizah. “Las vidas de millones de mujeres han sido destrozadas. Somos las víctimas de un perverso juego político. ¿Sabe la comunidad internacional quiénes son realmente los talibanes, saben cómo estamos viviendo? Porque estamos en 2024 y si quisieran podrían informarse de los crímenes y abusos que cometen. Pero nosotras no les importamos”, concluye Maryam.