El presidente de EE UU sitúa como prioridad de su gobierno el combate contra la adicción a los opiáceos: “En este país nunca había ocurrido nada como lo que ha pasado en los últimos cuatro o cinco años”
Ante la imparable ola de muerte causada por la heroína en Estados Unidos, el presidente Donald Trump ha declarado el problema “emergencia nacional”. Unos 35.000 estadounidenses fallecieron en 2016 por sobredosis de heroína sola o adulterada, cifra que forma parte de las 60.000 muertos que hubo el año pasado por consumo de drogas en general, incluidos los opiáceos legales de farmacia, un récord histórico que supuso más americanos muertos que en las dos décadas de la Guerra de Vietnam y que según las previsiones oficiales se verá superado en 2017 por un dato todavía peor.
“Es una emergencia nacional. Vamos a poner un montón de tiempo, un montón de esfuerzo y un montón de dinero en la crisis de los opiáceos”, dijo este jueves por la mañana Trump en una rueda de prensa en su retiro de verano en su club de golf de Bedminster, estado de Nueva Jersey. El dirigente calificó la crisis como “un problema serio” y afirmó: “En este país nunca había ocurrido nada como lo que ha pasado en los últimos cuatro o cinco años”.
El consumo de heroína y de opiáceos sintéticos ilegales contrabandeados desde China y México despuntó desde inicios de esta década. La raíz del problema estuvo en la adicción a los opiáceos legales recetados sin control por los médicos y promocionados agresivamente por la industria farmacéutica. Cuando el Gobierno federal tomó medidas para restringir el acceso a las pastillas contra el dolor, muchos de sus consumidores encontraron una alternativa en el tráfico callejero de heroína, que desde entonces no ha dejado de crecer.
Esta epidemia afecta más que nunca a la población blanca y a diferencia de anteriores crisis de muertes por drogas no se limita a comunidades marginales. El problema se ve agudizado por la potencia de los nuevos cócteles, en los que la heroína se corta con opiáceos de laboratorio clandestinos como el fentanil, 50 veces más potente que aquella, o el aún más brutal carfentanil.
El anuncio de Trump, que insistió en campaña en la necesidad de combatir la crisis de los opiáceos y la puso como un ejemplo de lo que considera el crepúsculo de América, llegó tras la difusión la semana pasada de un informe de la Comisión de Combate a la Drogadicción, recién creada por orden presidencial, en la que se urgía al mandatario a declarar la epidemia como emergencia nacional, lo que permitirá a la Casa Blanca liberar fondos para poner en marcha medidas contra el problema, aligerar trabas burocráticas para que los estados o condados actúen y permitir que el seguro de salud para personas necesitadas Medicaid cubra también drogodependencia.
En dicho documento se describía el fenómeno de las sobredosis como “un 11 de septiembre cada tres semanas”, comparando las cifras de muertos con las del ataque de Al Qaeda a las Torres Gemelas en 2001.
Las drogas son la principal causa de muerte entre los americanos menores de 50 años. Más que el cáncer, los accidentes de coche o las armas. Según datos oficiales, en los primeros nueve meses de 2016 el índice de fallecimientos por sobredosis fue de 19,9 por cada 100.000 personas, tres puntos más alto que en el mismo periodo de 2015. La epidemia no ha tocado techo. La América de Trump tiene una aguja clavada en el antebrazo.