Dos de los activistas de Greenpeace detenidos en Rusia relatan su detención y encarcelamiento.
Greenpeace denuncia el abordaje del ‘Arctic Sunrise’ por la guardia rusa.
Hernán Pérez Orsi escuchó el ruido de las hélices de un helicóptero y salió apresuradamente de la cabina. Como segundo oficial del barco, encargado de la navegación, este hombre de mar, argentino, de 40 años, se dirigió al puente de mando. Una docena y media de individuos con pasamontañas se descolgaba mediante cuerdas sobre el Arctic Sunrise con las armas en ristre. Pérez lanzó la alarma antipiratería. Acabaría siendo acusado de pirata.
Los hombres armados irrumpieron en el puente con sus ametralladoras. Arrastraron por el suelo al videoperiodista freelance Kieron Bryan, británico de 29 años, que viajaba junto a los activistas para documentar la acción. Dieron la orden de parar máquinas. Así empezó la pesadilla. Y así la narra por teléfono, desde un hotel en San Petersburgo, Pérez Orsi, con el eco de los llantos de su pequeña hija Julia, de un año, resonando en la habitación. “Fui secuestrado por las fuerzas especiales rusas”, sentencia sereno.
Los llamados 30 del ártico están en libertad bajo fianza. Los 28 activistas de Greenpeace y los dos periodistas que fueron detenidos el pasado 19 de septiembre tras una acción de protesta en la plataforma petrolera Prirazlómnaya, en el mar de Pechora, entre la costa continental rusa y la isla de Nóvaya Zemliá, han sido liberados con cuentagotas, uno a uno, a lo largo de las últimas dos semanas. El último, el australiano Colin Russell, abandonó la prisión el pasado viernes. En la que es la primera entrevista que algún tripulante del barco concede a un medio de comunicación español, el marinero Hernán Pérez Orsi y la activista Camila Speziale, ambos de nacionalidad argentina, relatan la dureza de la detención y encarcelamiento que han sufrido. “Todos tuvimos un arma apuntando a la cabeza”, cuenta en alusión a la detención, también por teléfono, desde un céntrico hotel de la ciudad rusa, Speziale, de 21 años, la mujer que ha copado las portadas de los medios de comunicación argentinos. “Nadie está preparado para tener un arma apuntando a la cabeza. Esos momentos no se pueden olvidar. Fue una detención violenta e injusta”.
Hace dos meses y medio que comenzó la pesadilla. Y aún no ha terminado.
Los activistas han sido liberados bajo fianza —42.000 euros por cada activista— por el Tribunal de San Petersburgo mientras el Comité de Investigación de la Federación Rusa prosigue sus pesquisas para determinar qué ocurrió el 18 de septiembre. Los activistas de Greenpeace fueron acusados en un primer momento de piratería, lo que podía suponer hasta 15 años de cárcel; aunque, formalmente, estos cargos no han sido aún retirados, confirma una portavoz de Greenpeace en España, en la práctica, es el cambio de la acusación a un delito de vandalismo, que contempla penas de hasta siete años de prisión, lo que ha facilitado la puesta en libertad bajo fianza. “Pero todo sigue en un limbo”, dice Speziale, a quién se la nota muy emocionada ante las muestras de apoyo recibidas a lo largo de estos dos meses y medio. “Necesitamos que sigan haciendo protestas, que sigan peleando por nosotros, aún no somos libres; necesitamos que se retiren los cargos”.
Cuando en la madrugada del 18 de septiembre la joven Camila, experta escaladora, se enfundaba el mono de neopreno para iniciar la acción de protesta, poco podía imaginar lo que se le venía encima.
El objetivo era encaramarse a la gigantesca plataforma petrolera propiedad de la empresa gasística rusa Gazprom, una mole de 117.000 toneladas de peso implantada en medio del Océano Ártico, para denunciar los peligros que entraña la extracción de petróleo en el Polo Norte y sus consecuencias sobre el calentamiento global. Hace años que Greenpeace y World Wild Fund (WWF) denuncian que Prirazlómnaya carece de medidas de seguridad adecuadas en el caso de que se produzca un vertido.
La finlandesa Sini Saarela y el suizo Marco Weber fueron los encargados aquel día de intentar escalar a la gigantesca mole rusa. La acción fue abortada por el servicio de guardas fronterizos rusos. Los vigilantes de la plataforma llegaron a efectuar disparos para disuadir a los activistas.
Pero es al día siguiente, el 19 de septiembre, cuando se desencadena la operación de detención. “Al acceder al puente de mando, nos apuntaron con ametralladoras”, rememora Hernán Pérez Orsi. Reunieron a toda la tripulación en el comedor mientras requisaban móviles, cámaras, ordenadores y portátiles de los camarotes. A Pérez Orsi, que es hipoacúsico, le arrancaron los audífonos. “No me golpearon”, asegura, “pero vivimos cinco días de violencia: estuvieron todo el tiempo armados”. El Tribunal Internacional del Derecho del Mar falló el pasado viernes 22 a favor de los activistas de Greenpeace, respondiendo a una demanda de las autoridades holandesas, bajo cuya bandera navegaba el Arctic Sunrise. Este tribunal, establecido en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, ordenó a Rusia que libere a los activistas y no retenga más el barco. La Federación Rusa no acudió a las vistas aduciendo que: esta Corte no tiene autoridad en este caso.
La travesía durante la cual se remolcó el Arctic Sunrise hasta el puerto de Múrmansk duró cinco días. “Pensábamos que nos pondrían en libertad”, cuenta Speziale. Pero no fue así. Los activistas fueron interrogados en los tribunales de la ciudad portuaria, ubicada en el noroeste del país y repartidos entre cinco cárceles. El jueves 3 de octubre se les acusaba formalmente de piratería.
Camila Speziale, joven estudiante de fotografía con inquietudes medioambientales, cuenta que la experiencia en prisión ha sido muy dura. Estaba sola en una celda de unos seis metros cuadrados en la que había cuatro camastros y una televisión. “No vi el cielo por dos meses. Hubo momentos en que estaba bastante mal”, relata.
Speziale procede de un barrio de clase media de Buenos Aires, Caballito. Es la mayor de seis hermanos. Ingresó como voluntaria en Greenpeace hace tres años, pero su interés por el medio ambiente viene de lejos. Estudió veterinaria y participó en protestas contra la minería a cielo abierto en Chile y Argentina. “Desde chica tuve una gran conexión con la naturaleza”.
En la cárcel, cada día, disponía de una hora para salir a caminar por unos largos pasillos de paredes grises que compartían un techado común y permitían que las reclusas se comunicaran a gritos. La segunda vez que salió a caminar, escuchó que una reclusa gritaba su nombre. Sus compañeras estaban allí. “Me di cuenta de que no estaba sola”. Cada jornada, esa hora de caminata se convertía en un pequeño bálsamo para sobrellevar la adversidad. Se pasaban mensajes. Cantaban. El mítico I will survive, de Gloria Gaynor, y el no menos mítico No woman no cry, de Bob Marley, les daban fuerzas para afrontar la dureza del penal.
Pérez Orsi compartió una celda de unos 12 metros cuadrados con dos jóvenes rusos en Múrmansk. Cuando entró en prisión pesaba 90 kilos. Ha perdido 12 en dos meses y medio. Cada vez que le servían una sopa, se afanaba en rebuscar entre la verdura para ver si, por suerte, aparecía algún pedacito de carne. Cuenta que se acostumbró rápido a un régimen alimenticio donde eran frecuentes el repollo, las patatas y los cereales.
Es un hombre de mar. Lleva 20 años navegando, está acostumbrado a estar lejos. “Pero siempre sé cuál es mi fecha de regreso”, puntualiza. Ahora, no. Aún no sabe cuándo acabará este mal sueño. “He vivido mares bravos, temporales, incendios. Pero este proceso es algo sobre lo que no puedes tener ningún control”.
Pérez Orsi, nacido en Mar de Plata, es un fanático del equipo de fútbol Boca Juniors que ingresó en Greenpeace hace dos años. “Es como cuando a un futbolista le llaman para entrar en la selección”, dice. Siempre quiso trabajar para la organización ecologista. Pero tardó en encontrar el momento de hacerlo.
Su pequeño cuaderno de sudokus ha quedado totalmente machacado tras el paso por la cárcel. “Eran pequeños problemas que sí podía resolver”. Las 20 hojas, con cuatro sudokus por página, eran borradas una y otra vez para volver a empezar. Hasta ocho veces. Investigó incluso cómo armar un sudoku; “algo que uno solo tiene tiempo de hacer cuando está en la cárcel”, bromea.
El lunes 11 de noviembre, los 30 detenidos eran trasladados a San Petersburgo y repartidos entre tres penales de la ciudad. Camila Speziale recalaba en el centro penitenciario Sizo 5; Pérez Orsi, en Sizo 4. Esta vez, la habitabilidad de las celdas era algo mejor. “El director de la cárcel mandó pintar para nuestra llegada”, cuenta Pérez Orsi.
Once días más tarde, el viernes 22, el juez le otorgaba la libertad bajo fianza. “Fue una alegría muy grande, me emocioné”, dice el marinero. Su esposa ya tenía billetes comprados para ir a visitarle a la prisión con la pequeña Julia. Ha podido reencontrarse con ellas en libertad. Pero la incertidumbre sigue ahí. “Aún no sé si me van a juzgar y mandarme de nuevo a la cárcel”. El Comité de Investigaciones de la Federación Rusa dispone ahora de tres meses para proseguir en sus averiguaciones.
Un día antes, el jueves 21, abandonaba la prisión Speziale. “Me preocupa lo que pueda pasar, tengo miedo, obviamente”, confiesa, “pero ahora estoy más relajada, a la espera de buenas noticias”. Speziale está satisfecha con la misión, a pesar de todo. “Gracias a que estuvimos detenidos se sabe del problema que hay en el Ártico”. Desde su habitación de hotel, cuenta que aún le cuesta conciliar el sueño por las noches. No puede evitar pensar en lo que sería pasar varios años tras las rejas si, tras el juicio, ella y sus compañeros son condenados.
Ambos se muestran infinitamente agradecidos por las muestras de apoyo que han recorrido el planeta. En el Arctic Sunrise viajaban activistas procedentes de 18 países. En esta ocasión, no había ningún español en la tripulación comandada por el legendario Pete Willcox, el hombre que capitaneaba el Rainbow Warrior en 1985 cuando fue atacado por los servicios secretos franceses. “Espero que no volvamos a la cárcel”, declara Pérez Orsi. “Tienen que entender que la gente tiene derecho a levantar su voz. El derecho a protestar es muy importante. Hay que saberlo y hay que hacerlo saber. Protestar nos hace seres humanos”.