Es gracias a un trabajo con abejas en el desarrollo de cultivos. Una investigación del Conicet inaugura la “polinización inteligente”. Crean perfumes que inducen a las abejas a trasladarse a cultivos determinados.
“Una vez que llegan, le dan un beso a una, después a otra y a otra. El contacto boca a boca hace que, en un par de horas, muchísimos individuos participen y la distribución colectiva del líquido sea sumamente veloz”. No es una orgía con ribetes escatológicos. Son abejas -de las que tienen aguijón y producen miel- haciendo lo que mejor saben hacer. “Transmitir información”, definió Walter Farina, uno de esos biólogos que insisten un par décadas con cierto capricho de ciencia básica y logran desarrollar, en este caso, unas fragancias sintéticas para generar lo que se llama polinización inteligente. Luego patentan la idea y montan una start-up.
Nada de esto es tan nuevo; son proyectos que llevan sudor y tiempo. Vale la pena contarlo ahora, no solo por el toque de color de los besos de las abejas, el perfume de las flores y los cultivos que se replican bucólicos por la polinización inteligente sino porque Beeflow, la licenciataria de Tobee (la start-up público-privada que Farina impulsó desde el Laboratorio de Insectos Sociales en el IFIBYNE-UBA/Conicet), está tramitando, ahora fuera de Argentina, nuevas patentes de fragancias.
La polinización inteligente es un hallazgo que hace más eficiente la polinización. ¿Qué significa “polinización”? Un tema interesantísimo, aunque para algunos represente un soporífero capítulo de la primaria.
Es esa particular forma de copulación de las plantas sexuadas, que precisa la transferencia de polen desde el ejemplar masculino hasta el femenino, en una suerte de threesome. Un trío sexual en que dos de los miembros ni se tocan y una tercera parte hace las veces de intermediario.
Resulta que un tercio de la agricultura mundial se reproduce por polinización. El vaso comunicante, en un 95% de los casos, lo cumplen las abejas. Volvamos, entonces, a la polinización inteligente.
Hay que recalcular un poco para entender el logro de los perfumes para abejas de Farina, que con su laboratorio ya desarrolló (y busca patentar afuera) fragancias de girasol, peras, manzanas, almendros, arándanos y kiwi, mientras que alfalfa, paltas, cerezas y frutillas están en fase de investigación.
Sus abejas son melíferas, por un lado, pero también “altamente sociales”. Habría que imaginarlas así: una reina fértil, por un lado, y miles de “individuos” (dice él) de la casta obrera, del otro. Son 50.000 a 60.000 abejas que tienen aparato reproductor desarrollado pero que se dedican a tareas de defensa, mantenimiento y recolección.
Esta es la parte que nos importa, contó Farina. Y se vienen los besos.
Información viralizada entre las abejas
“Cuando descubren una fuente rica en alimento, las abejas sociales vuelven a la colonia, pero en lugar de buscar una celdilla de cera para juntar el néctar que traen, le dan un beso a otra abeja para transferirle el néctar de su buche. Se lo pasan de una a otra, lo que técnicamente se llama trofalaxia y es algo que otras especies también hacen”.
¿Alguna relación entre nuestros besos y los de las abejas? Farina asintió: “El beso no es otra cosa que la ritualización de la trofalaxia en los humanos”.
Dejando de lado todo impulso pasional, lo interesante de los besos de la abejas es que dejan una memoria olfativa muy duradera en quienes lo reciben. El beso es, literalmente, información. Transmite un aprendizaje.
“Es como con el famoso perro de (el fisiólogo ruso Iván) Pavlov, que establece una asociación entre la campanada y el alimento”, comparó Farina, pero remarcó que en este caso, en parte por ser una asociación social, “se consolidan memorias muy fuertes y duraderas”.
Lo que sigue, o es el germen de la viralización informativa o un claro ejemplo de lo maravillosa que puede ser la naturaleza: “Imaginemos que una abeja descubre néctar de girasol en un lugar puntual. En un par de horas, miles de individuos en una de estas sociedades de 60.000 individuos tendrán memoria olfativa del néctar en cuestión”.
“Pero hay otra complejidad más”, sumó: “Nosotros estudiamos los distintos sistemas de comunicación en estas comunidades, entre ellos, la llamada danza de las abejas. Cuando una de ellas encuentra un lugar rico en alimentos, no sólo da estos besos sino que después ejecuta un baile sobre el panal”.
Farina, un apasionado de los bichos, describe todo con un ritmo que revela su paciencia inagotable. Según definió, “todo se puede ver en distintos videos online. Es una danza muy estereotipada”.
Pero lo increíble no es que “el baile funcione como un sistema de propaganda espectacular, que logra congregar un montón de abejas ‘desempleadas’ alrededor de aquella saltarina”, sino que, en efecto, “la abeja transmite adónde está el cultivo con alimento, por ejemplo, néctar de girasol. Con la danza les informa a las otras la dirección y distancia. Por este hallazgo (Karl Ritter von) Frisch ganó el premio Nobel en 1973”.
Abejas: del baile y los besos a la polinización inteligente
“Tenemos alimento que se propaga de boca en boca y genera memorias individuales que duran hasta 10 días en la colonia. Además, una abeja que comunica bailando ‘esto está buenísimo y queda 750 metros al noroeste’. Porque, en promedio, pueden buscar alimento a entre 2 y 12 kilómetros de la colmena”, resumió el investigador.
La pregunta era cómo los humanos podrían aprovechar tal potencial, pensando en sumar rendimiento a los cultivos. El grupo del Conicet se la pasó más de diez años intentando indagar en cómo interferir la transmisión de información tan efectiva de las abejas, de modo direccionarlas hacia los cultivos de interés.
El tema no era menor: por el rol primordial que las abejas cumplen en la reproducción de un tercio de la agricultura mundial, una estimación de 2013 informó que estos bichos generan una ganancia global de más 200.000 millones de dólares por año.
Esencias y fragancias en clave de abeja
“Frisch había propuesto agarrar las flores de un cultivo, machacarlas, mezclarlas con jarabe de azúcar y tirarlo en las colmenas para que, formada la memoria olfativa, las abejas fueran al lugar correspondiente al olor. Pero el machado no quedaba bien. No dio buenos resultados”, contó Farina.
Para superar esa propuesta, apelaron a otras estrategias, pero el obstáculo siempre era que muchas de las “notas” florales son sumamente “volátiles”, es decir que tienen una rápida evaporación. Imitar una fragancia que no se alterara parecía una tarea complejísima.
Entonces hicieron una prueba nueva: en lugar de apuntar a imitar la complejidad de las fragancias, buscaron, al revés, sintetizarlas o simplificarlas.
Quien sepa algo del mundo sommelier lo entenderá. Un perfume está compuesto por distintas “notas”; químicamente, componentes diversos. En lugar de intentar copiarlos a todos, se quedaron con aquello más básico, lo esencial de cada olor, “a ver si las abejas lo confundían con el original”
El resultado fue exitoso: las abejas reconocieron las fragancias sintéticas y los científicos lograron direccionarlas a los cultivos de interés, algo que probaron contra grupos control.
La evidencia mostró un aumento de entre el 25% y el 50% (según la especie agrícola) en el rendimiento general de los cultivos, en aquellos casos de abejas “tratadas”, dijo Farina, en referencia a aquellas que fueron “engañadas” con las fragancias sintéticas.
¿Algo de esto implica un sometimiento? Farina, un amante de la naturaleza por donde se lo mire, aseguró que no: “Al ser una tecnología que actúa sobre el aprendizaje, es funcional mientras las memorias duren. Después, como todas las memorias de los animales, se olvidan y reemplazan por otras”.
Es más, dijo, “las abejas son usadas en servicios de polinización, pero están menos estresadas porque al ser más eficiente su tarea, el esfuerzo termina siendo menor. Y obtienen recursos para su propio fin, sin dispersarse en plantaciones silvestres junto a los cultivos. Al ser más eficiente todo, también se vio que la reina ponía más huevos y tenía más cría”.
De a poco consolidaron un consorcio público privado licenciado por la UBA y el Conicet a la start-up Beeflow, que ya tiene seis patentes de fragancias capaces de potenciar distintos cultivos. Están registradas en Argentina, Estados Unidos y China, y tienen en trámite otras en la Unión Europea, Australia y más países de la región.
“Nada de esto hubiera sido viable sin un apoyo claro a la ciencia básica”, reflexionó Farina, y concluyó: “Hace 15 años me podrían haber dicho ‘¿y esto para qué sirve?’ Sin embargo, conocer cómo funciona una sociedad de insectos puede permitir generar un bien en la sociedad”.