Akbarjon Djalilov, de 22 años y con vínculos con medios islamistas, fue el autor del atentado en el subte, en el que hubo 14 muertos; detonó una bomba en un vagón.
Un kamikaze de nacionalidad rusa, Akbarjon Djalilov, nacido hace 22 años en Kirguistán, sería el autor del atentado que anteayer provocó 14 muertos y alrededor de 50 heridos en el metro de San Petersburgo, según las autoridades.
Djalilov mantenía estrechas relaciones con los medios islamistas, lo que aumenta la posibilidad de un acto inspirado por el grupo radical Estado Islámico (EI), explican los medios rusos, que citan a los servicios de seguridad de ese país. Por el momento, en todo caso, no hubo ninguna reivindicación.
Los investigadores afirman que se trató de un ataque suicida porque partes del cuerpo de Djalilov fueron halladas diseminadas entre las víctimas. El kamikaze -explican- detonó la bomba dentro del vagón del metro e incluso dejó su ADN en otro artefacto explosivo hallado en otra estación. Esas pruebas, sumadas a las imágenes recuperadas de las cámaras de vigilancia, parecen probar que fue la misma persona quien planeó ambos atentados.
El sospechoso nació en 1995 en Och, segunda ciudad de Kirguistán, cercana a la frontera con Uzbekistán, según un vocero del GNKB, los servicios de seguridad kirguisos. País de unos seis millones de habitantes mayoritariamente musulmanes, gran aliado de Moscú, Kirguistán acoge en su territorio una importante base militar rusa.
Quienes conocían a Djalilov relataron a la prensa que el joven trabajó un tiempo en un restaurante de sushi y era fanático de las artes marciales, hasta que desapareció misteriosamente en 2015.
Su identificación puso fin a 24 horas de intensa especulación sobre el autor del ataque. Un hombre con barba, cuya fotografía circuló con insistencia en los medios rusos, se presentó a la policía moscovita para probar su inocencia. Rápidamente fue dejado en libertad.
Si los investigadores tienen razón y el culpable fue Djalilov, éste sería el acto terrorista más importante cometido por un nativo de una república de Asia Central. Un hecho que debería preocupar seriamente a las autoridades rusas.
Hay centenares de miles de nativos de esa región que viven en Rusia. La gran mayoría trabaja en la construcción en condiciones paupérrimas, tratando de enviar dinero a sus familias. Muchos parecen haberse radicalizado como consecuencia de las difíciles condiciones de vida y el racismo cotidiano que soportan. Miles de ellos partieron a combatir en las filas de EI en Siria, aunque no hay pruebas de que ésa haya sido la experiencia de Djalilov.
La ola de terror que azotó Rusia en la década de 1990 y comienzos de 2000 estuvo sobre todo ligada a la lucha chechena por la independencia. Más recientemente, esos chechenos radicales, así como otros grupos étnicos islámicos de la región, reemplazaron sus reclamos independentistas por la demanda de creación de un “emirato” en el Cáucaso, a imagen y semejanza del “califato” fundado por Abu bakr al-Baghdadi, el líder de EI.
Pobres, sometidas a represivas autocracias, las ex repúblicas soviéticas de Asia Central parecen haberse convertido en usinas de jóvenes musulmanes radicalizados que parten a hacer la guerra santa al extranjero.
El atentado de la noche de Año Nuevo en una disco de Estambul, que costó la vida a 39 personas, fue cometido por un hombre de la misma región de Asia Central, que afirmó haber actuado en nombre de EI.
Pero el jefe de la diplomacia rusa, Sergei Lavrov, calificó ayer de “cínicos” a quienes afirman que el atentado de San Petersburgo fue un acto de venganza por el apoyo del Kremlin al régimen sirio de Bashar al-Assad. A su juicio, el ataque prueba que Moscú debe intensificar el combate contra el terrorismo.
El presidente Vladimir Putin habló ayer justamente de ese tema con la canciller alemana, Angela Merkel, y el mandatario francés, François Hollande. Los tres analizaron la forma de acelerar el intercambio de información que permita luchar contra el terrorismo en forma más eficaz.