Un ultra, Norbert Hofer, confía en convertirse en presidente de Austria

La crisis de la inmigración ha dejado en la cuneta a los dos partidos tradicionales.

Norbert-HoferNo llegan a seis millones y medio los austriacos con derecho a voto en las elecciones presidenciales de este domingo. Pero son ellos los que decidirán si Austria va a acometer su más profundo cambio político desde la II Guerra Mundial. Y si Europa da un paso más hacia la renacionalización y la liquidación definitiva del consenso político del bipartidismo centrista europeísta. Este domingo por la noche o, dado el masivo recurso al voto por correo, a más tardar el lunes, se sabrá si el presidente de la República se llama Norbert Hofer o Alexander van der Bellen.
¿Habrá cambio de época o un balón de oxígeno para que el sistema intente reformarse para salvarse? Ni la elección de Hofer, que siempre respetó las reglas democráticas supone un abismo ni la victoria de Van der Bellen aleja la derrota de los partidos tradicionales ante el FPÖ en las elecciones generales, que serán antes de lo previsto con seguridad.
Jugarán un papel muy importante en el resultado diversos factores, desde el agotamiento general que siempre produce una gran coalición de la que sin duda se ha abusado, hasta el repunte del paro, los precios de la leche, el miedo a la globalización y ante el acuerdo de libre comercio TTIP o las guerras de Ucrania y Oriente Medio. Pero sin duda el factor que debe considerarse catalizador de todo el terremoto político es la inmigración desde el Tercer Mundo y muy especialmente la crisis de los refugiados que estalló en el pasado verano. Austria es uno de los países más afectados. En el pasado dio cobijo a grandes oleadas de refugiados. Y siempre ha tenido una política de gran generosidad comparable solo a la de Suecia.
Pero la crisis que comenzó el pasado verano y que llega sobre una enorme presión de la inmigración musulmana desde hace tiempo con inmensas dificultades de integración y problemas sociales en medio de la crisis han hecho estallar las costuras del aguante y la tolerancia de la población. La inmigración es la clave de toda la crisis política europea porque nutre y refleja a un tiempo una crisis de identidad, de miedo al futuro y de nula confianza en los políticos y caída en la credibilidad de las instituciones. Es Norbert Hofer el que reta al sistema y a la clase política, y dice que hasta aquí se ha llegado. Que hay que cerrar las puertas y cambiar radicalmente las formas de actuar en Europa. También ha sugerido que recurrirá a atribuciones que cree poder usar desde el cargo de presidente.
Van der Bellen por su parte se presenta como un defensor del sistema mucho más de lo que a él le habría gustado. Se verá si el miedo al ultraderechista que ha sido el principal argumento en contra de Hofer, aun tiene el efecto deseado por la izquierda que lo utiliza. Hofer ha insistido siempre en distanciarse en los más duros téminos de «las bandas de asesinos de los nazis» con los que su partido no tendría nada que ver. Pero sus adversarios no le creen, por supuesto.
El viejo profesor van der Bellen es así el candidato de todos los que tienen miedo que se erija en triunfador Hofer, el joven ingeniero derechista del Partido Liberal (FPÖ) que fue el candidato más votado con muchísima diferencia. Si todos los votantes de la primera ronda que no votaron a Hofer, los socialistas, populares y liberales de izquierdas se unieran como han pedido muchos en la dirección de los partidos tradicionales, el fantasma del presidente derechista en el Palacio de la Hofburg estaría neutralizado. Pero todos saben que esto no será así y que pesará mucho más el hartazgo y el malestar hacia el sistema y los partidos gobernantes. Para Van der Bellen, no facilita las cosas el ser de repente el representante del sistema, él que no es de los dos partidos, el socialista SPÖ y el popular ÖVP, que han dirigido siempre el país y que ahora llevan tres legislaturas gobernando juntos en una gran coalición que se identifica ya con todo el deterioro general.

Gran expectación

Jamás había despertado una elección presidencial austriaca un interés parecido. Desde 1945 en las primeras leyes aun dictadas sobre los escombros de la guerra y después en el Acuerdo de Estado por el que recuperaba su soberanía, la jefatura del estado se interpretó y asumió por todos como un cargo eminentemente simbólico que sirviera como instancia representativa y moral para la democracia. Sin embargo, en las actuales circunstancias con toda una oleada de populismo que recorre Europa, derechista en el norte, comunista en el sur, la decisión que tome el electorado austriaco tendrá una inmensa repercusión. Porque romperá un tabú ante elecciones en otros países con partidos derechistas al alza. Y porque marca el ocaso del poder y la influencia de los partidos que han gobernado europea occidental desde 1945.