Por la militancia de Fernando Vaca Narvaja, en 1976, hicieron desaparecer a su padre y mataron a un hermano. Antes del golpe militar, la familia entera, salvo la hermana mayor, inició su asilo en México, que duró seis años. Ahora, durante el kirchnerismo, 35 familiares directos cobraron, por ese exilio, indemnizaciones que, actualizadas, ascienden a un total de $981.961.693. Que sucedió con la hermana que no se exilió.
Hace 50 años, en agosto de 1972, un grupo de seis terroristas fugó de un establecimiento penal en el sur. Fernando Vaca Narvaja estaba en ese reducido grupo que escapó del Penal de Rawson, en la provincia de Chubut, donde estaban detenidos junto a unos doscientos guerrilleros más que, como ellos, eran juzgados o ya habían sido condenados, por la Cámara Federal Penal, “el Camarón”, en ese período, durante el gobierno militar de Alejandro Agustín Lanusse.
Los que alcanzaron a escapar, después de matar un guardiacárcel de nombre Juan Valenzuela, fueron Roberto Santucho, Enrique Gorriaran Merlo y Domingo Menna del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo); Marcos Osatinsky y Roberto Quieto de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y el mencionado Vaca Narvaja, de Montoneros. Todos, jefes de las organizaciones sediciosas.
Los fugitivos, apenas llegados en un vehículo al aeropuerto de la cercana ciudad de Trelew, en la misma provincia, abordaron un vuelo comercial, previamente secuestrado por milicianos montoneros que venían embarcados, y sin esperar a otros diecinueve “compañeros” también evadidos – que llegaron minutos más tarde al aeródromo – escaparon a Cuba, vía Chile.
Entre los que llegaron tarde estaban la compañera de Vaca Narvaja, Susana Lesgart; la esposa de Roberto Santucho, Ana María Villareal, y Clarisa Lea Place, ex pareja de este último. Todas ellas combatientes guerrilleras.
Los 19 que quedaron en tierra, abandonados por sus jefes, fueron recapturados y trasladados a la Base naval “Almirante Zar” en Trelew. Allí, una semana después, el 22 de agosto, se produjo lo que hoy se conoce como “la masacre de Trelew”, donde resultan abatidos dieciséis de esos “combatientes”, incluidas las tres mujeres mencionadas. Una matanza, según la historiografía pro guerrillera y un motín, con captura de un oficial e intento de nueva fuga, según la versión de los marinos. Si fue una matanza premeditada, a sangre fría, de gente desarmada, resulta llamativo que los “asesinos” hayan dejado vivos a tres guerrilleros, a los cuales la sanidad militar les salvó la vida curando sus heridas para que, nueve meses después, liberados por el indulto del presidente Héctor Cámpora, contaran “la masacre”.
Fernando Vaca Narvaja, uno de doce hijos de una familia cordobesa de clase media alta, “acomodada”, uno de los jefes montoneros durante los nueve años que esa organización existió, sobrevivió en el exilio al gobierno militar y regresó al país en 1989, tras ser indultado por el presidente Menem ya que, antes, había sido condenado por la justicia durante el gobierno de Raúl Alfonsín, a partir de decretos del Poder Ejecutivo Nacional.
Convencido de que la presión guerrillera fue la que engendró la represión del Estado, el presidente Raúl Alfonsín, apenas tres días después de asumir su mandato, en diciembre de 1983, dictó dos decretos, el 157 y 158, por el que se sometió a juicio a las tres juntas militares y a la conducción guerrillera. Ese decreto significó, además del enjuiciamiento a las cúpulas militares, el pedido de detención y juzgamiento de Mario Firmenich, Fernando Vaca Narvaja, Roberto Cirilo Perdía y otros dirigentes guerrilleros por “delitos de homicidio, asociación ilícita, instigación pública a cometer delitos, apología del crimen y otros atentados contra el orden público”. Firmenich fue preso varios años, extraditado desde Brasil, pero Vaca Narvaja y Perdía eludieron el accionar de la justicia y se mantuvieron fuera del país hasta el indulto menemista.
Ya en Argentina, y sin presión judicial, Vaca Narvaja, gerenció una gomería en CABA y una chocolatería en Bariloche y con la llegada del kirchnerismo en 2003, ocupó puestos en la burocracia estatal provincial en Río Negro, adonde se radicó; pero volvió a estar en las noticias nacionales en julio de este año, al dar una entrevista en un canal de YouTube a un joven periodista, amigo de su hijo menor, Camilo, actual asesor en la Secretaría General de la Presidencia. La entrevista tuvo enorme repercusión por las increíbles definiciones que brindó el guerrillero.
El joven entrevistador, de 29 años, se confesó ignorante de lo sucedido en la época sobre la que el invitado iba a contestar, pero, aclaró que había recibido una “sobreabundante información de parte de Camilo Vaca Narvaja”; lo que conduce a pensar que las preguntas se las hizo, a sí mismo, el reporteado.
La conversación duró tres horas y quince minutos y mantuvieron, siempre, entrevistador y entrevistado, un tono bromista para hablar de los años ‘70 y de la actualidad argentina. Dijo, entre otras jocosidades: “Perón no nos echó de la Plaza”, “la Contraofensiva montonera fue un éxito’ y que los militares en 1983 dejaron el poder “por la lucha guerrillera” y no por la derrota de Malvinas y el descalabro económico del Proceso.
También contó que su familia, numerosa, con once hermanos, fue “muy golpeada y castigada por la dictadura militar genocida”, refiriendo que su padre, Hugo Miguel, fue desaparecido días antes del golpe y su hermano mayor, de igual nombre y militante montonero, asesinado también en 1976. Afirma Vaca Narvaja que todos los hermanos pertenecen “al campo nacional y popular”, salvo la hermana mayor, Susana que “quedó del otro lado”, que fue la única que no se exilió en 1976 y se quedó viviendo con su familia en Córdoba y, agregó, concluyente, que los que habían decidido sumarse a la militancia: “sabíamos lo que asumíamos, los riesgos que corríamos y que era parte de la lucha…”
Después describió como se vivía en la Argentina al inicio de los setenta, cuando ellos se decidieron a tomar las armas para “terminar con las desigualdades”. Recordó, sin sacar conclusiones inquietantes, que el índice de pobreza en esa época “estaba alrededor del 6% y ahora es del 40%” y, en idéntico sentido, dijo que “si se comparan los salarios obreros de los 70 con los de ahora, te largas a llorar”. El periodista, entre risas, le retrucó “¡Y tomaron una ciudad: Córdoba!”, refiriéndose al episodio de violencia política de 1969 conocido como “el Cordobazo”, donde actuaron los proto montoneros.
“La concepción del peronismo de la cual venimos –explicó después Vaca Narvaja– es la del ascenso social: la posibilidad de que un pibe que nace en un barrio, en una familia pobre, pueda estudiar, pueda recibirse, y pueda cambiar su forma de vida. No es ‘el plan social’, el subsidio…”.
Allí perdió el entrevistador la oportunidad de hacerle notar que, en nuestro país, con el peron-kirchnerismo gobernando 16 de los últimos 20 años, hay en la actualidad 141 programas de ayudas estatales; que se traducen en más de 7 billones de pesos en el presupuesto, en pago de los planes sociales que no le gustan a Vaca Narvaja y que esto se duplicó con relación al presupuesto del año pasado. Tampoco alcanzaron a reflexionar que, con estos gobiernos, existen millones de argentinos que hace dos o tres generaciones no conocen lo que es trabajar y sobreviven con la limosna del Estado.
Volviendo a los ‘70 y preguntado acerca de la relación de Montoneros con Juan Domingo Perón, ya regresado a la Argentina en 1973, sin buscarlo, dejó muy claro, que ese es –exactamente– el talón de Aquiles del “relato” de las guerrillas setentistas y sus apologistas.
Por más que el entrevistador no supiera cómo, ni qué repreguntar y tuviera “la mejor” con el ex consuegro de Cristina Kirchner, éste se retorció como endemoniado salpicado con agua bendita cuando bordearon el asunto. Hasta hoy, no pueden explicar por qué continuaron su “lucha armada” durante, y contra, el gobierno peronista. Nunca podrán contarles a los argentinos porque mataron a José Ignacio Rucci en 1973; a diez soldados conscriptos en Formosa en 1975 y tantos miles de otros crímenes aún impunes, la mayoría de ellos cometidos en gobiernos constitucionales. Vaca Narvaja saraseó tratando de eludir el tema y llegó a argumentar, sin ponerse colorado, que “la pelea interna de ellos con Perón estuvo acomodada, financiada y orientada por los grandes intereses económicos.”
Enorme revelación que echa luz sobre un período en el que los historiadores no hallaban pistas para su interpretación, hasta este momento en que, generosamente, Vaca Narvaja nos las brinda. Según el jefe guerrillero, Perón cumplió precisas instrucciones de “los poderes concentrados” de la época, cuando por ejemplo, en enero de 1974, dijo a los diputados montoneros que se oponían al endurecimiento de las leyes contra el terrorismo: “El crimen es crimen cualquiera sea el móvil que impulsa al criminal… Quien está con esos intereses se saca la camiseta peronista y se va… Total, nosotros, por perder un voto no vamos a ponernos tristes” y los expulsó del Justicialismo.
Y, según venimos a enterarnos ahora, el viejo General actuaba bajo el pérfido influjo de la oligarquía cuando echó a los montoneros del peronismo y de la Plaza de Mayo, el 1° de mayo de ese año, diciéndoles: “infiltrados en el Movimiento, traidores al Movimiento y mercenarios al servicio del dinero extranjero”, recomendando al pueblo argentino que tenía que “liberarse de ellos, porque le hacen más daño a la República que el que le causa el colonialismo” y advirtiéndole a los echados que “aún no había tronado el escarmiento”. Y un mes y días, después, se murió, dejándoles para siempre esa lápida encima.
El jefe montonero siguió con su asombrosa versión de la historia: “Nuestra generación soportó dos dictaduras militares y un gobierno muy inestable en el 73 y 75…”, y soltó, detallista: “Nosotros del 73 al 75 tuvimos más bajas de compañeros que en la dictadura militar de Onganía, Levingston, Lanusse… Esa no fue una democracia como la que tenemos ahora…”, concluyó sin reírse. Resulta éste, también, un dato de mucho impacto: el gobierno constitucional peronista les mató, a los montoneros, más combatientes que los generales Onganía, Levingston y Lanusse juntos. Y es fácil de explicar porque, en “esta democracia de ahora”, no cuentan bajas como en 1975: porque, por ahora, pese al violento blablerío del “que quilombo se va a armar”, “la sangre en las calles” “la paz social si cierran Vialidad”, no usan armas para hacer política; conducta social que la Constitución llamaba entonces, y llama ahora, sedición.
Minutos después, en el reportaje, el entrevistado vuelve a mostrar que, sin Perón, ellos no tenían, ni tienen, entidad histórica y repite como letanía la frase que les permitió hacer entrismo en los ‘70. Casi 50 años después de haber sido usados, descartados y combatidos por el fundador del movimiento al que decían pertenecer, anuncia, enternecedor: “No hay rencor: Perón es el conductor”.
Vaca Narvaja siguió luego con su disparate sobre la “Campaña de Contraofensiva Estratégica” de su organización, que, para el “experto en explosivos” –como entre risas se definió– “fue un éxito”.
Según los jefes montoneros, visto desde el exilio europeo o mexicano, el año 1979 era el momento preciso para lanzar una “contraofensiva estratégica”, “conducir los conflictos de masas” y voltear al gobierno militar que, según ellos, estaba derrumbándose. Influenciados por el castrismo y la revolución sandinista en Nicaragua no querían permanecer lejos del escenario político cuando se produjera la ansiada y vaticinada irrupción de las masas que barrería con el poder militar. Tenían la certeza – ya abrevaban en el materialismo científico – que, con ellos como “vanguardia”, esas masas obreras se lanzarían decididamente a las calles para provocar la huida de los militares del poder.
Ningún cálculo fue más errado que ese en la historia contemporánea argentina (habiendo miles para considerar). Nada de eso sucedió y fue muy duro, pero muy claro, el también montonero, Martín Caparrós al desacreditar, años más tarde, lo que soñaba la cúpula montonera de entonces y, de paso, la construcción kirchnerista actual de “la memoria”: “Hoy la mayoría de los argentinos tiende a olvidar que estaba en contra de la violencia revolucionaria, que prefería el capitalismo y que estuvo muy satisfecha cuando los militares salieron a poner orden.”
No obstante, en 1979, guiados por la “soberbia armada”, sin moverse de su exilio, y con la vieja fórmula: ¡Animémonos y vayan!, los jefes como Vaca Narvaja mandaron a unos doscientos militantes, entre ellos a menores de edad, a una misión suicida. Ninguno se puso al frente de sus combatientes y a los que manifestaron su desacuerdo con la “maniobra militar” los sometieron a un “juicio revolucionario” y los condenaron a muerte. Vaca Narvaja firmó muchas sentencias de muerte: de sus “enemigos”, pero también de sus propios “cumpas”. Pero ese tema no fue tratado en tres horas de entrevista.
“Resolución del Partido Montonero, 10 de marzo de 1979: La Conducción Nacional del Partido Montonero y la comandancia en jefe del Ejército Montonero resuelve:
1- Acusar al Capitán RODOLFO GALIMBERTI; al Teniente 1º PABLO FERNÁNDEZ LONG; al Teniente ROBERTO MAURIÑO, al Teniente JUAN GELMAN; a la subteniente JULIETA BULLRICH, todos ellos militantes del Partido Montonero y a los milicianos afectados voluntariamente a tareas partidarias, MIGUEL FERNÁNDEZ LONG; a su esposa DI FIORIO; a VICTORIA ELENA VACCARO y CLAUDIA GENOUD en los términos previstos por el Código de Justicia Revolucionaria, de los cargos de DESERCIÓN, INSUBORDINACIÓN, CONSPIRACIÓN y DEFRAUDACIÓN. (…) Firmado: Comandante Mario Firmenich; Comandante Fernando Vaca Narvaja y Comandante Roberto Perdía.” Es historia, no “memoria”.
Aquellos militantes que participaron de la “contraofensiva” recibieron instrucción militar en una base de la organización ubicada en el sur del Líbano y, también, en México.
Salvo unos pocos, resonantes y cinematográficos, atentados contra la vida de empresarios y funcionarios del área económica del gobierno militar la contraofensiva no tuvo logro político alguno; en total fueron detenidos, muertos o desaparecidos alrededor de 90 combatientes y el gobierno militar siguió gobernando, sin mosquearse.
Una de estas acciones militares –ordenada por el “Comandante” Vaca Narvaja– fue ejecutada por un pelotón de las “Tropas Especiales de Infantería del Ejército Montonero” en la mañana del 27 de septiembre de 1979, cuando se atacó la casa de Guillermo Walter Klein, que era Secretario de Estado de Programación y Coordinación Económica del Proceso militar.
Mientras el funcionario se encontraba en la planta alta con su esposa y sus cuatro hijos, de entre 12 años y meses de edad, un comando colocó explosivos en la planta baja. Klein y su familia lograron salvarse, pese a que su vivienda fue literalmente demolida y, en el hecho, murieron dos custodios de la policía provincial.
Claramente, no importó a los terroristas que la operación incluyera la posibilidad de asesinar a los hijos y a la mujer del “blanco” elegido. De hecho, lo intentaron y las víctimas de la bomba terrorista, salvaron sus vidas de milagro. Los seis integrantes de la familia fueron rescatados después de estar varias horas bajo los escombros.
Para Vaca Narvaja “la contraofensiva fue un éxito. Golpeamos en los grupos concentrados económicos de la oligarquía”, explicó, locuaz, y sólo eludió responder, en la entrevista, si alguna vez mató. Eso, deberá deducirlo el lector.
Cuando en 1985 huía de la justicia, en tiempos de Alfonsín, su madre, Susana Yofre, en un reportaje en la revista “Caras y Caretas” dijo que deseaba “que pueda volver al país, pero vivir con la frente en alto, porque la determinación que él tomó en su momento no fue buscando beneficio propio, sino para comprometerse, según sus ideas en la lucha por mejorar la situación del pueblo argentino. Fernando siempre fue un muchacho sensible ante los problemas de los humildes. Él –dijo la madre– es un ser limpio y si él tomó ese camino es porque no tenía otro para poder hacer algo por los demás. La violencia que ellos ejercieron es distinta que la de los militares. Porque mientras esa juventud luchó por la liberación del país, los militares lucharon por la supervivencia de sus privilegios; tomaron todo al país como si fueran una estancia y se apoderaron de las riquezas para vaciarlo.” Cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia.
De lo que sí se arrepiente con todas las letras es de haber aceptado aquel indulto de Menem. Es la única autocrítica que formula en la extensa entrevista. Y es entendible que no se encuentre cómodo con ese paso que consintieron, por más que le significó que se levantaran todas las acusaciones penales contra él. Esa aceptación los llevó a firmar, junto a Mario Firmenich, Roberto Perdía y los otros jefes montoneros, el “Compromiso solemne por la pacificación y la reconciliación nacional”, en abril de 1989, ante Escribano público y la imagen de la Virgen de Luján, en Luján, en donde afirmaron que la Argentina había vivido una “guerra civil intermitente”, que “no hay ningún sector libre de culpa y de errores por los enfrentamientos del pasado. Que se impone una autocrítica y ellos han abordado la suya” y que “la pacificación nacional es un requisito indispensable para curar las heridas y alcanzar la reconciliación”.
Ahora, se olvidó de lo que firmó y, para él, en los ‘70 sólo hubo una cacería despiadada de jóvenes cuyo único pecado era soñar con un país más justo; los exclusivos responsables de todo lo que se hizo mal son los militares genocidas y que, para ellos, no hay “ni olvido ni perdón”.
Es conveniente recordar que los indultos de Menem fueron declarados inconstitucionales por la Corte Suprema de Justicia en 2010, pero sólo los de los militares. Para Vaca Narvaja y sus amigos indultados fue: ¡Pelito para la vieja!
La cuestión es que, “gracias” a la militancia de Fernando, pasados los años de los tiros, los “caños”, los “Tribunales Revolucionarios” y las “Contraofensivas estratégicas”, su familia le cobró multimillonarias indemnizaciones al Estado “burgués” argentino que los montoneros quisieron destruir en aquellos años, para remplazarlo por el prospero “modelo cubano”.
Los argentinos pagamos por el asesinato del padre de Fernando Vaca Narvaja y el de su hermano Hugo, un total, actualizado, de más de 45 millones de pesos. Y por el exilio de su madre, su hijo Sabino, embajador en China, ocho hermanos, seis cuñados y dieciocho sobrinos, un total actualizado a noviembre de 2022 de $981.961.693; a razón de $27.000.000 por persona. Más de 1.000 millones de pesos nos costó la aventura revolucionaria del “Comandante”.
¡Ah!, lo olvidaba. A su hermana Susana, la “que se quedó del otro lado” y no se exilió, no le pasó nada y no cobró un centavo del Estado argentino.