En un centro de Betanzos, España, un entrenador ayuda a los enfermos de Mal de Parkinson a superar los síntomas mediante pilates.
Manuel Varela Rodríguez tiene 59 años. En junio del año pasado tuvo que hacer un alto en su trabajo como investigador del Centro Oceanográfico de La Coruña a causa del parkinson que padece desde hace cuatro años, que lo ha ido limitando de forma progresiva. Hace tres meses comenzó a trabajar con Carlos Edreira, del gimnasio Charly de Betanzos, y su evolución dio un vuelco. “Fue un cambio radical. A mí me abre la perspectiva de llevar una vida casi normal”, asegura Manuel, quien confiesa que caminar es una tarea que todavía ejecuta con miedo.
Las responsables de esta mejoría son una serie de técnicas de pilates que Edreira ha bautizado como Ansa, por sus hijas Ana y Sara, y que incorporan taichí y yoga. Además de fortalecer el cuerpo, esta terapia aporta equilibrio mental, sensaciones de relajación y mejor ubicación postural. Una serie de beneficios que se están revelando especialmente eficaces para quienes padecen parkinson, pero que el propietario del gimnasio practica hace una década con pacientes con otras patologías, como la escoliosis o la fibromialgia, o con personas que habían sufrido accidentes cerebrovasculares.
“Hasta hace tres o cuatro meses no había trabajado con enfermos de parkinson, pero cuando empecé a trabajar muy estrictamente con Manuel me di cuenta del resultado”, explica Edreira, quien en la actualidad trata a un grupo de seis enfermos con los que mantiene sesiones individuales y una conjunta una vez a la semana.
“Las reuniones de grupo son alucinantes. En ellas comprobamos muy bien los progresos de los otros, aunque cada uno se queje de que no progresa. Es un refuerzo enorme”, asegura Varela. Y subraya que, más allá de la importancia del ejercicio físico, lo determinante en su opinión es el trasfondo psicológico de la terapia. “Carlos tiene un don especial y la primera vez que vino a verme parecía que me había leído lo que tenía dentro”, cuenta Manuel, y asegura que en muchos casos los demonios del enfermo son más la vergüenza y el miedo que la propia dolencia.
“Lo más importante es tener un objetivo, una meta. Yo con Carlos me he propuesto dos: volver a conducir y poder ir a trabajar. Él me asegura que sí y yo me lo voy a creer”, explica Varela. “Yo les hago hacer cosas que no son capaces de hacer en la vida cotidiana: subir escaleras, salir a pasear. Les transmito seguridad y, aunque el parkinson no lo curo, los síntomas de la enfermedad los elimino. Es radical”, asegura Edreira, quien trata a un grupo que va desde los 40 años hasta los 72.
“Es gente que no se podía levantar y ahora le ves luz en los ojos, chispa, vida”, agrega este preparador físico, que lleva casi treinta años dedicado a la actividad física.