Ese fue el pedido del Papa Francisco a los propios integrantes de la iglesia y agregó que “La Iglesia no puede encerrarse en supuestas interpretaciones del dogma”.
Unos días después del último consistorio dedicado a la familia –celebrado el pasado mes de marzo–, un cardenal escribió una carta al papa Francisco en la que se lamentaba de que algunos purpurados no hubiesen tenido el valor de decir todo aquello que realmente pensaban por temor a contradecirle. La anécdota, que contó ayer el propio Jorge Mario Bergoglio durante la inauguración del sínodo extraordinario que debe valorar la posible apertura de la Iglesia hacia los nuevos modelos de familia, le ha dado pie para echarles una pequeña bronca: “Esto no está bien. Hay que hablar claro. Decir todo con valentía y, al mismo tiempo, escuchar con humildad”. Como si quisiera ponerse de ejemplo, y a la espera de lo que puedan proponerle los 253 participantes en una reunión que se prolongará hasta el día 19, el Papa ha vuelto a dejar claro que es partidario de abrir las puertas de la Iglesia a todos aquellos –divorciados vueltos a casar, parejas de hecho…– que ahora se sienten excluidos: “El mundo ha cambiado y la Iglesia no puede encerrarse en supuestas interpretaciones del dogma”.
El Papa no da puntada sin hilo. Lo de la “supuestas interpretaciones del dogma” es un mensaje claro a quienes –como los cinco cardenales que han publicado un libro para rebatir cualquier apertura de la Iglesia en relación con el divorcio— no están dispuestos a ofrecer una salida a los matrimonios rotos. “Está en juego la ley divina”, sostienen los autores del libro, “porque la indisolubilidad del matrimonio es una ley proclamada directamente por Jesús y confirmada muchas veces por la Iglesia. El matrimonio solo puede ser disuelto por la muerte”. Bergoglio, en cambio, se muestra partidario de mirar más allá de los muros del Vaticano. “Muchísimos jóvenes”, ha explicado en una entrevista con el diario argentino La Nación, “prefieren convivir sin casarse. ¿Qué debe hacer la Iglesia? ¿Expulsarlos de su seno o, en cambio, acercarse a ellos y tratar de llevarles la palabra de Dios? Yo estoy con esta última posición”. A la pregunta de si le molesta que algunos cardenales –entre ellos el alemán Gerhard Müller, el poderoso prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe—se hayan puesto en su contra ante la posibilidad de que los divorciados vueltos a casar puedan regresar a los sacramentos, el Papa dijo: “Todo el mundo tiene algo que aportar. A mí me da hasta placer discutir con los obispos muy conservadores. La libertad es siempre muy importante. Otra cosa es el gobierno de la Iglesia. Eso está en mis manos…”.
Y, por el momento, sigue empeñado en convertir a la Iglesia en “un hospital de campaña” para aliviar el sufrimiento de la gente. Lo que parece no tener tan claro es si sus colaboradores lo secundan en el empeño. El domingo, durante la misa de apertura del sínodo extraordinario en la basílica de San Pedro, volvió a darles un repaso: “Los malos pastores cargan sobre las espaldas de la gente pesos insoportables, y ante su sufrimiento, no son capaces de mover ni un dedo. El sueño de Dios siempre se enfrenta con la hipocresía de algunos servidores suyos. Por la codicia del dinero o el poder, los malos pastores pueden tener la tentación de apoderarse de la sociedad”.